Espectáculo
Somos espectadores del siglo XXI. Ignorantes, exigentes, hiperactivos. Pueriles. Queremos entretenimiento; no hay problema si la información que nos sirven se aproxima a la realidad, basta con que nos intrigue. Nos gustan los personajes rotundos y las historias asombrosas. En estos escarceos de la prelegislatura, y acaso, según pintan las cosas, en los años próximos, el PP domina el espectáculo.
El PP ha perdido las elecciones. Está en la oposición. Y, sin embargo, los titulares son suyos. No vale el clásico argumento de la derrota seguida de un proceso de descomposición y caos, típico en estas situaciones, porque no es eso. La cosa es más sencilla: el PP ofrece mejores personajes y mayores emociones.
El control de la escena es vital. ¿Qué nos ofrece la compañía socialista? Dos hipotéticos vicepresidentes ya conocidos, Fernández de la Vega y Solbes, sin otro perfil que la gestión de su papel; un caballero enmascarado, Rubalcaba; unos ministros aún ignotos y ya previsibles. Lejos de las tablas Maragall, sólo un tenor romántico, Pepe Bono, está en condiciones de sorprendernos. Ése es el problema de los partidos bajo control. Toda la atención recae en una sola persona, el ambiguo y talentoso Zapatero. ¿Podrá inventar alguna pirueta nueva?
Miremos la otra compañía. Esperanza Aguirre, la malvada más interesante desde Angela Channing; Francisco Camps, enigmático pretendiente valenciano; Zaplana, el killer al que dan por muerto; el fiel Acebes, que ofrecerá su vida por el héroe; la prometedora Soraya (que ganará protagonismo con cada capítulo). Y dos primeros actores tan sugestivos como Rajoy y el ilustre emérito Aznar. Material para una superproducción.
De momento, no hay color. El PSOE no aparece. Para redondear los telediarios y las portadas de estos días, sólo hace falta que Carme Chacón dé a luz a la niña políglota de Rajoy. El culebrón informativo es del PP.
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