El trabajo de Gervasio
Ha recalado en el CCCB la exposición fotográfica Vidas minadas. 10 años, del infatigable Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959). El hombre pegado a su Nikon ha vuelto a algunos de los escenarios que lleva retratando desde 1996 para proseguir con su magno proyecto, que no es otro que el de explicar las vidas de personas mutiladas por las minas. Algo similar hizo el fotógrafo hace cinco años y ahora, como entonces, el resultado es una exposición y un libro que tratan de concienciar sobre el problema que crean estos temibles artefactos, a veces agazapados en lugares donde el conflicto bélico desapareció hace mucho tiempo. Un par de datos: el coste de fabricación de una mina no supera los tres euros, pero desactivarla una vez colocada cuesta de media 750. Y eso ocurre en países africanos y asiáticos con rentas per cápita muchas veces inferiores a 40 euros al mes.
Pero las exposiciones de Gervasio Sánchez no son de cifras, aunque se cuelen algunas, sino de personas, muy especialmente de rostros. Rostros que en su mayoría miran fijamente al objetivo. No con dolor, tampoco con rabia o con actitud de denuncia, sino con una extraña naturalidad, incluso con un fondo de alegría. Quien dispara la cámara es, en efecto, un buen amigo de los retratados, que les visita periódicamente y les ayuda. De modo que las historias que se cuentan son fundamentalmente felices, más allá del drama del que parten, y en eso sin duda radica la fuerza de su denuncia.
Es el caso de la mozambiqueña Sofia Elface. En noviembre de 1993 perdió las dos piernas cuando iba a por leña junto con su hermana -que murió- en Massaca, a 40 kilómetros de Maputo. Sofia ha cumplido 25 años, es madre de dos hijos y en la mayoría de las escenas aparece sonriente. Sonríe incluso en el Instituto Desvern de Protética, en Sant Just Desvern, donde se somete, periódica y gratuitamente, a pruebas para renovar sus prótesis. Sólo hay un instante en que Sofia se muestra triste. No es en niguna de las fotografías de Gervasio, sino en un vídeo que acompaña la exposición: cuando visita el lugar en que fue herida y la emoción le impide articular palabra. Gervasio musita en ese momento una frase que a uno se le antoja como un mantra que el periodista se habrá repetido mil veces mientras retrataba el horror: "Es mi trabajo".
También se cuenta la historia del camboyano Sokheurm Man, que en 1996 perdió una pierna mientras iba al colegio. Ahora, casado y con un hijo, se ha convertido en un activista contra las minas antipersona. En el reportaje videográfico aparece llegando a un poblado en el que dos días antes ha muerto un niño y él intenta saber a través del testimonio de familiares y vecinos cómo ha ocurrido el accidente. Luego enviará un informe detallado a las autoridades...
Un poco más allá el protagonista es el bosnio Adis Smajic, desfigurado por una mina que, además, le arrancó el brazo durante el cerco de Sarajevo, en 1996. Su casa fue bombardeada, perdió a muchos familiares. Ha sufrido una treintena de operaciones de cirugía plástica, la mayoría de ellas en la clínica barcelonesa Quirón, gracias a DKV Seguros, que financia las intervenciones y también apoya la exposición de Gervasio. Adis tiene novia, le gusta conducir, canta hip-hop y sólo aspira a tener "una vida normal".
Pero lo más impresionante viene al final del recorrido. En una pared de un largo corredor hay como doscientos retratos de mutilados. Y en la pared opuesta cuelgan fotos de prótesis artesanales, de madera, cuero, plástico o hierro, auténticas obras de ingeniería del reciclaje, como una que utiliza la vaina de un obús para sustituir una pierna. Y al fondo de ese mismo corredor, entre las víctimas y sus prótesis, se descubre una serie de imágenes dedicadas a los distintos modelos de minas disponibles en el mercado. Pues bien, incluso esas imágenes son delicadas. No hay rastro en ellas del odio ciego que impulsó a colocar esos terribles mecanismos de muerte.
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