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El abrazo del oso

Que determinada fuerza política coseche unos malos resultados electorales puede deberse a motivos muy distintos: al desgaste sufrido en el ejercicio del poder o a la falta de credibilidad como alternativa de gobierno, al planteamiento erróneo de la campaña electoral o a la equivocada configuración de la candidatura, a un incidente desestabilizador de última hora o a la eficaz competencia de los rivales... Cuando el descalabro es de gran envergadura, señal de que han concurrido a provocarlo causas múltiples, tanto errores de planteamiento como de discurso y hasta tal vez contrariedades fortuitas. Si el batacazo alcanza las brutales dimensiones del que sufrió Esquerra Republicana (ERC) el pasado domingo, entonces lo que ha fracasado es la estrategia global del partido.

Para ERC esconder la cabeza bajo el ala y mantener el 'statu quo' hasta el 2010 será completamente imposible

Según es público y notorio, desde el otoño de 2003 esa estrategia ha consistido en potenciar el eje político izquierda-derecha en detrimento del eje Cataluña-España, haciendo posible con ello el acceso al gobierno de la Generalitat de una mayoría configurada, junto a Esquerra, por el Partit dels Socialistes (PSC) e Iniciativa-Verds (ICV). Al apostar por el tripartito de Maragall primero, y después por el de Montilla, ERC lo justificaba con una doble y legítima ambición a medio plazo: de un lado, y desde dentro del mismo Ejecutivo, arrebatar al PSC la bandera de la izquierda -del "socialismo", ha escrito el dirigente republicano Xavier Vendrell (Disculpin les molèsties, págs. 165-170)-, atrayendo a su electorado tradicional, incluso al castellanohablante y más sentimentalmente español, hacia un independentismo del bienestar, despojado de cargas identitarias. Por otra parte, y con los resortes del poder en la mano, reducir el espacio social de Convergència i Unió (CiU), hacerle el sorpasso electoral y, a la postre, sustituirla en el rol de fuerza hegemónica del nacionalismo.

Si en marzo de 2004 esos dos objetivos -más el segundo que el primero- pudieron parecer plausibles, pues ERC quedó a apenas dos escaños de CiU, si el fracaso del PSC en las catalanas de 2006 permitió prolongar el ensueño, las municipales de mayo de 2007 ya dieron un serio aviso sobre la dificultad de la empresa. Las generales de 2008 han evidenciado su hundimiento, y ponen patas arriba toda la estrategia de Esquerra a lo largo del último quinquenio.

Lejos de morder ni siquiera un bocado en los tradicionales pastos metropolitanos del socialismo, ha sido el voto de 2004 a Esquerra el ahora fagocitado por el PSC en Badalona, Sabadell, Terrassa, Mataró, L'Hospitalet, El Prat, Santa Coloma de Gramenet o Cornellà -"convertir a José Montilla en nuestro presidente es la clave de bóveda para que personas no nacionalistas devengan independentistas", aseguraba el citado Vendrell el año pasado (ibidem, pág. 204)-. Pero el abrazo del oso socialista a su partner republicano también ha sido asfixiante en poblaciones como Berga, Calaf, La Garriga, Igualada, Manresa o Vic. Lo cual, combinado con la abstención específica de muchísimos simpatizantes de ERC -basta ver el caso de Barcelona, donde el partido pierde 80.000 electores sin que ninguna otra sigla gane ni uno solo- ha dado lugar a la espectacular mengua de casi 350.000 votantes, un 54,5% de todos los habidos cuatro años atrás. Así las cosas, y aunque CiU no obtenga de ello ganancias significativas, vuelve a situarse con un volumen de apoyo tres veces superior al de su rival independentista, haciendo inverosímil cualquier hipótesis de sorpasso.

En lo que a Esquerra se refiere, el escrutinio del 9 de marzo indica varias cosas muy importantes. Una, que disputarle al PSC-PSOE el marchamo del progresismo y de la izquierda clásicos es ilusorio: para decirlo con dos metáforas, Joan Manuel Serrat preferirá siempre a Zapatero, y el Baix Llobregat está todavía enganchado a Felipe. Otra evidencia es que cientos de miles de personas, en el entorno social y electoral de ERC, discrepan con la fórmula del segundo tripartito. Los menos, porque habrían preferido un gobierno nacionalista con Convergència; los más, porque creen que Esquerra se ha dejado abducir por el presidente Montilla, que ha difuminado su perfil y no hace más que engordar el gigantesco poder institucional del PSC a cambio de bien pocas contrapartidas. Ni siquiera ha conseguido una cosa tan justa y transversal como la devolución completa de los papeles de Salamanca. ¿Por qué -se preguntan muchos nacionalistas de los que el domingo permanecieron en casa- ERC no planteó hace tiempo a La Moncloa que, o esos documentos regresaban ya según prevé la propia ley española 21/2005, o el Gobierno de la Generalitat saltaba por los aires?

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Llegados a este punto, el problema mayor de los dirigentes de Esquerra es que ninguno de ellos defendió jamás, a lo largo de estos cinco años, una estrategia distinta de la que acaba de desmoronarse; ninguno propugnó seriamente otra política de alianzas ni en 2003 ni en 2006, ninguno discutió -por lo menos, no en público- que, a lomos de tripartitos, galopasen directos hacia la hegemonía. El rápido movimiento de Joan Puigcercós al salir del Gobierno y regresar al partido, pues, no supone que el ya exconsejero pueda vanagloriarse de haber anticipado el peligro, ni conlleva rectificación alguna. Es sólo una jugada táctica del secretario general para reforzar su control sobre la organización, ganar libertad de maniobra y preparar mejor la batalla final frente a Carod Rovira. Pero los retos que plantea la débâcle electoral del 9 de marzo están ahí, sin obtener respuesta. Aplazarla hasta el mes de junio no va a resultar nada fácil. Esconder la cabeza bajo el ala y mantener el statu quo hasta el otoño de 2010, eso ya sería completamente imposible.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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