Palamar derrite a Beitia
La ucrania desbanca a la española del bronce en salto de altura en su última oportunidad
Ruth Beitia perdió la medalla de bronce y acabó cuarta en el último momento. La española vivió el momento decisivo encogida en el suelo. Saltaba la ucrania Vita Palamar. Era su último intento sobre los 2,10 metros. Y si fallaba, Beitia, la chica que se acurrucaba entre las calles dos y tres, era bronce. Para entonces la española ya había dejado pasar el momento en el que decidía su futuro por sí misma. Ocurrió minutos antes. Enfrentada a los 201 centímetros, una petición encendió al público. "¡Que atruene el pabellón!", pidieron los altavoces. Y el pabellón atronó: "¡Vamos, Ruth!" No fue suficiente. Beitia se quedó en 1,99m, cuarta. Y Palamar dio toda una lección de carácter competitivo: superó el listón con su mejor marca personal (2,10m) y logró el bronce. La croata Blanca Vlasik ganó el oro (2,30).
"Duele, duele mucho. Me da mucha pena. Lo he peleado, pero me ha faltado la suerte. Ella es mejor que yo. Ahí es donde se ve a una buena competidora", reflexionó Beitia tras llorar desconsoladamente mientras le regalaba sus dorsales a un grupo de niños. Beitia fue cuarta, un escalón por debajo que en el último Mundial, y Vlasik, la saltadora definitiva, se llevó el oro al estilo Isinbayeva. La croata vivió ciega a los saltos de las rivales. A su ritmo. Venció por aplastamiento y exigió el apoyo del público cuando un trepidar de tambores anunció que intentaba batir el récord del mundo (2,80m). "Mi única rival soy yo misma", aseguró, "aunque vuestra chica es muy buena".
Beitia respondió al piropo durante casi todo el concurso. Hasta que llegaron los 201 centímetros, su actuación tuvo una limpieza premonitoria. Ninguna otra saltadora se enfrentó a ese desafío libre de fallos. Beitia lo hizo. Fue una combinación de su saltar inseguro, con la técnica a medio cambiar, y de sus rituales compulsivos. Beitia construye sus saltos desde el suelo: ahí se tumba con una toalla en la cabeza, aguarda recostada de lado y de espaldas a la competición, cierra los ojos y se concentra. Fue un compendio de gestos al servicio de una decena de saltos durante tres horas de final: patadas al aire como estiramientos. Pasitos como medida del espacio. Y miradas a la pantalla en busca de errores y aciertos.
Esas manías en una noche cargada de palmas esconden los consejos de su psicóloga, que le ordenó buscar "momentos de calma". También fotografían una diferencia: Vlasik no movió un músculo en toda la tarde. Acabó saltando en una escalera cuando el pabellón ya estaba vacío. Beitia se quedó llorando. En agosto arrancan los Juegos. Y justo ahora, cuando lo ha cambiado todo, la velocidad de aproximación al salto y el arqueo, se ha encontrado con Palamar.

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