ETA reafirma su poder en Batasuna
Había un compás de espera hasta el 9-M y, aunque con grandes apuros y en el último momento, ETA ha llegado finalmente a su tradicional cita con las urnas. Matar a un desprotegido militante socialista de base que sale de casa camino del trabajo es un sucio atentado que, técnicamente, deja más bien en evidencia las propias miserias operativas, pero a ETA le basta para hacer irreversible el "nuevo ciclo de enfrentamiento armado". Es la vuelta a la "socialización del sufrimiento", al asesinato político como ejercicio supremo de depuración y limpieza ideológica de los no nacionalistas y de todos aquellos que combaten activamente el terror.
Tras el clamoroso fracaso de la ofensiva con que se proponía convalidar la ruptura de la tregua, necesitaba desesperadamente hacerse notar en estos días. ¿Cómo renunciar a la oportunidad de perturbar y condicionar el debate electoral, a la publicidad golosa de la noticia "ETA suspende la campaña electoral española" que circula también por las redacciones de la prensa internacional?
La banda terrorista convierte ahora en irreversible "el nuevo ciclo de enfrentamiento"
Impuesta por ETA la abstención les ofrece la ventaja de camuflar su debilidad
Más allá del obligado duelo por la víctima y de las invocaciones a renovar la unidad democrática contra el terrorismo -imprescindibles solo en la medida en que conllevan un compromiso consecuente-, ¿no habría que preguntarse si los partidos han acertado al suspender los actos electorales? ¿Tiene sentido que los representantes de un país de 45 millones de ciudadanos que deciden su futuro Gobierno cedan todo su espacio protagonista a un puñado de criminales? Es bien lógico que el horror que suscitan los crímenes de esta naturaleza penetre en los hogares de las gentes de bien y cambie la suerte de los comentarios y las discusiones políticas, pero ¿no estamos actuando como figurantes buscados de una escenografía trágica programada por los terroristas? Combatir a ETA es también no regalarles un protagonismo desmedido, evitar que un país entero se sienta sacudido anímicamente, violentado por unos criminales que buscan convertirnos en sus rehenes emocionales.
Con el asesinato de Isaías Carrasco en el tramo final de la campaña, ETA trata de demostrarnos que son el problema, recordarnos que ningún acontecimiento político o social trascendente está libre de su mano asesina, convencernos de que debemos volver a sentarnos a la mesa de la negociación y no levantarnos hasta que hayamos satisfecho sus exigencias. Sólo que, ni éstas son unas elecciones más -aunque a ETA se lo parezcan porque vive en un tiempo congelado-, ni la organización terrorista parece estar en condiciones de salvar del futuro de marginación a su base política y conducirla a la victoria. De hecho, si necesitaba imperiosamente aparecer en la campaña electoral con el mensaje de que quiere y puede matar es también porque, en este caso, tiene que atajar la contestación interna que ha ido aflorando en los últimos meses.
Aunque la historia obliga a la cautela y condena como ilusión la esperanza en una rebelión política intra muros, hay suficientes datos que invitan a pensar que, como ocurrió con el asesinato, en 1995, del concejal donostiarra del PP Gregorio Ordóñez, ETA necesitaba también hacer un gesto de autoridad para acabar con el cuestionamiento interno de su papel de "vanguardia" y hacer irreversible el camino emprendido con la ruptura de la tregua. En el submundo político-militar de ETA-Batasuna, el grado de contestación al poder fáctico de las pistolas guarda una relación estrecha con la percepción de la debilidad operativa.
Y es evidente que a lo largo de estos meses de intentonas frustradas de atentados, ETA ha aparecido impotente ante sus bases.
El asesinato del militante socialista de Arrasate-Mondragón -"el piso piloto del mundo soñado por el nacionalismo vasco", como ha indicado, certeramente, Jorge M. Reverte-, es su forma de cerrar la discusión y de imponer su liderazgo en ese conglomerado Batasuna-ANV, mal llamado izquierda abertzale. Aunque los disciplinados portavoces de turno de Batasuna llevan semanas voceando que "ir a votar supone avalar el GAL jurídico del PSOE", como anticipo del asesinato de Isaías Carrasco y de la estrategia intimidatoria que pretenden desplegar hoy en los colegios electorales, la discusión interna entre los partidarios del voto nulo y los de la abstención ha sido más viva de lo que pareció meses atrás.
Impuesta por la dirección de ETA, la abstención les ofrece la ventaja de camuflar su debilidad, atajar la posible fuga de votantes y encerrar a sus bases en un limbo fuera de toda tentativa de salida unilateral y a expensas de los dictados de la "vanguardia".
A medida que se cierran los horizontes de la negociación y de la plena participación política, la contestación interna y la inhibición militante empiezan a ser algo recurrente, por mucho que la autoridad militar asfixie formalmente el debate.
Pese a que todavía mantiene buena parte de sus alcaldías y el grupo parlamentario en la cámara vasca, ETA-Batasuna se encaminan hacia el punto de degradación que les condujo a la declaración de tregua. Sólo que los plazos se acortan y su alto el fuego indefinido está demasiado fresco en la memoria colectiva como para pretender, a las primeras de cambio, volver a sentar al Gobierno de España en torno a la mesa de la negociación.
ETA pretende recrear los años duros, pero está por ver si operativa y políticamente puede aguantar su apuesta por el "nuevo ciclo de enfrentamiento". El debate que ha aflorado en algunas cárceles -y no sólo entre presos como Kepa Pikabea y José Luis Álvarez Santacristina, Txelis-, ha sido alimentado por miembros de la antigua Mesa Nacional de Batasuna y del sindicato LAB y llega hasta el punto de cuestionar, no la legitimidad, pero sí la utilidad de la eufemísticamente llamada lucha armada. Parte del convencimiento de que ETA no logrará ya nunca alcanzar la suficiente fortaleza operativa (criminal) como para imponer al Estado español la independencia de Euskadi y sostiene que, en la práctica, la lucha armada debilita las posibilidades políticas de Batasuna-ANV.
Es un cuestionamiento directo del papel de vanguardia que se atribuye ETA y esta vez no procede de elementos marginales fácilmente condenables al ostracismo. Por si cabía alguna duda, la respuesta de la dirección de la organización terrorista ha sido que la lucha armada no es un obstáculo, sino un acicate y que, como habría demostrado el proceso que desembocó en el frente nacionalista del Pacto de Lizarra (septiembre de 1998), no tiene por qué impedir las alianzas con el nacionalismo institucional.
Los terroristas piensan que la historia puede repetirse impunemente en un ciclo sin fin que terminará por conducirles a la victoria política.
En este panorama, llegan a Euskadi, de la mano de Batasuna, una decena y medio de observadores internacionales, periodistas, políticos y algún jurista, daneses, alemanas, italianos, noruegos, con el propósito de constituirse en una suerte de comisión electoral de garantías encargada de enjuiciar el estado de excepción español que impide la participación en las urnas de una fuerza como la izquierda abertzale. Su propósito es tomar buena cuenta de lo que pasa en España y contárselo al mundo, han dicho. "Aquí se están viendo cosas que no pasan en otros lugares de Europa", adelantó el jueves con mucho aplomo el periodista freelance del periódico alemán Junge Welt.
Cabe dudar de si habrán comprendido algo a la vista del cadáver de Isaías Carrasco, pero de lo que no cabe dudar es de la capacidad de ETA-Batasuna para reclutar en los sitios más recónditos del planeta tontos útiles para su causa criminal o cínicos redomados que, como tantos otros mediadores profesionales, creen haber encontrado en Euskadi el papel estelar de fiscalizadores de la democracia española.
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