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ELECCIONES 2008 | Campaña electoral
Columna
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Día de política

La ETA conserva su sangrienta costumbre de matar en vísperas electorales

Era el momento del júbilo final en los mítines, casi al final de la campaña, el viernes al mediodía, en un pabellón universitario de Málaga. Era la fiesta de las mujeres. Manuel Chaves recibió la noticia del crimen contra Isaías Carrasco, socialista de Mondragón, Guipúzcoa, y se la comunicó a Zapatero. Veo en el periódico, en foto de agencia, la espantada descomposición del gesto del presidente de Gobierno al conocer la desgracia: fin de los aplausos, fin de la fiesta, fin de la política. Se desmontaron los escenarios para los discursos del cierre de campaña. Los polideportivos quedaron vacíos. Éste fue el primer efecto político del crimen: suspendió los actos de los partidos, impuso silencio. Conozco personas que, a voces, consiguen crear una nube de confusión y anonadamiento en quienes tienen cerca.

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Ayer, día de reflexión, Manuel Chaves estaba en la concentración en Mondragón contra los asesinos de su compañero Isaías Carrasco. Un vecino de allí, votante del PNV, le decía al periodista Karim Asry: "Aquí se puede hablar de política, siempre y cuando sepas con quién estás hablando". Durante el franquismo era así en Granada, mi ciudad, como en toda España. Todavía conozco a gente que afirma que en tiempos de Franco se podía hablar libremente de política, aunque olvida la segunda parte de la frase del hombre de Mondragón: siempre y cuando supieras con quién. Lo raro es que el partido que, gracias a los votos, gobierna Mondragón está considerado por la justicia un satélite de la ETA, y, lo sea o no, se niega a condenar el asesinato, cuyos autores, según el presidente vasco, Ibarretxe, manchan el nombre de su pueblo.

La ETA conserva su sangrienta costumbre de matar en vísperas electorales, y, si otras veces sus crímenes han servido como recordatorio general de que cada voto a sus partidos amigos es un voto a favor del asesinato, este año la ETA llama a la abstención, primer punto que tengo en cuenta en mi propia reflexión antes de acercarme al colegio electoral. La política de los últimos años me ha parecido de una pobreza y una sinrazón inaguantables. Nunca he entendido que, a pesar de la caída drástica de los crímenes etarras bajo el gobierno de Zapatero, se impusiera un clima de terrorismo dominante, principal asunto de la política nacional, presente incluso en el Parlamento andaluz. Esto ha contaminado y distorsionado toda la conversación política, y ha impedido la existencia de auténticas discusiones sobre la realidad. El nivel del debate ha sido paupérrimo, pero tan ruidoso como un programa de chismorreo televisivo que durara cuatro años sin desfallecimientos, creciéndose.

El delirio del terrorismo triunfante se convirtió el viernes otra vez en realidad, y otra vez se repitió la representación de la unanimidad ritual de los partidos en la condena, unidos pero distantes, Chaves en Estepona, Arenas en Jerez, Valderas en Huelva, Álvarez en Sevilla. Uno teme que, si apoya a estos partidos votando, se alargue cuatro años más un modo irreal de hacer política, y, al mismo tiempo, piensa en Isaías Carrasco, de Mondragón, y en su familia, y en los asesinos, y en todas las sillas vacías de los mítines de fin de campaña suspendidos. (Una última reflexión sobre la abstención: en un restaurante de la costa malagueña, zona de hostelería, un amigo, camarero, comentaba su poca disponibilidad al voto. Los almuerzos del domingo pueden alargarse hasta las seis y media, a las siete y media debe volver al trabajo. En ese espacio de tiempo tendría que ir a votar, porque a las siete y media volverá a estar sirviendo bebida y comida. Pero prefiere quedarse en el bar de enfrente tomándose un café. Un cliente le dice entonces que lo que tiene que hacer es pedir el tiempo laboral que la ley concede para el voto, y el camarero se ríe en tiempos de miseria sindical.)

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