Las 72 horas de Liu Xiang en Madrid
El gran atleta chino se prepara de incógnito en la capital para los Mundiales de Valencia
Pero ahí está Liu Xiang. Ha doblado sus increíbles piernas por la rodilla en un incómodo escorzo y ha acomodado de cualquier manera su gran cuerpo en el asiento de atrás. Justo detrás del periodista. En el centro se ha colocado su compañero de entrenamientos, de obediencia al dios Sun Haiping y de prueba, Shi Dongpeng, y al otro lado, su diminuto fisioterapeuta, quien pocos minutos antes ha tenido que desarrollar una fuerza prodigiosa para ayudarle en los estiramientos de las piernas. Delante, una vigilante, la única que chapurrea un poco de inglés, el suficiente para decirme que van a los apartamentos Príncipe Pío, en la Cuesta de San Vicente, y para darme las gracias repetidamente por llevarles.
En su país, el campeón mundial y olímpico de 110 vallas es un mito como Yao Ming
Liu Xiang es el campeón mundial y olímpico de los 110 metros vallas, el recordman del mundo también (12,88s) y un mito en China, al mismo nivel que el jugador de baloncesto Yao Ming.
Ellos no estaban haciendo autostop exactamente. Ellos eran un grupo de chinos -chándales oscuros, zapatillas deportivas, como cualquier chino que pueda uno cruzarse por las calles de Madrid, sin marcas distintivas- que intentaba protegerse en la entrada del Centro de Alto Rendimiento del súbito viento helado que asolaba la capital el martes por la tarde. Tenían la pinta, y así era, de estar esperando un taxi que nunca llegaría. Y como tampoco el 46, el autobús que habían tomado para ir a entrenarse, tenía muchas pintas de acercarse, no les costó nada aceptar la invitación. No dudaron. Se montaron en el coche la mitad mientras el entrenador, el mítico Sun Haiping; Feng Shuyong, jefe de equipo, y otros dos acompañantes esperaban otro transporte.
Mientras tanto, en Pekín, comienzan las sesiones de la gran Asamblea Parlamentaria y los comentaristas políticos no cesan de criticar a Liu Xiang, uno de sus miles de miembros, que ha preferido irse a competir a España antes que hacer frente a sus responsabilidades políticas. Pero, claro, la competición que le espera en Valencia este fin de semana no es una cualquiera. Son los Mundiales, aunque sean en pista cubierta. Nada imprescindible en un año olímpico, pero sí inevitable teniendo en cuenta que su presumible gran rival en Pekín, el fenómeno cubano Dayron Robles, de 21 años, está rompiendo el cronómetro en cada reunión en la que participa. Su mejor marca, 7,33s, le dejó a tres centésimas del récord del mundo de los 60 vallas. Lo suficiente para despertar cierta ansiedad en Liu Xiang. "Liu ha querido participar en los Mundiales porque quiere competir con Robles, quiere picarse, quiere saber cómo está el cubano", explica en inglés Feng Shuyong, el único del grupo que quiere hablar. "Liu no piensa que pueda ganarle porque su mejor marca es 7,42s y no ha corrido nada este invierno y, además, 60 metros se le quedan muy cortos porque lo que peor se le da es el arranque. Pero quiere bajar su marca, quiere competir y quiere comprobar que su entrenamiento va bien".
"La delegación china son 23 personas, 12 atletas y 11 acompañantes", explica Luis Miguel Landa, técnico de la federación española cuya esposa, una ex atleta china campeona del mundo de 1.500 metros en 1993, Liu Dong, ha acudido para hacer de traductora. "Llegaron a Madrid el domingo al amanecer y nada más llegar se fueron a correr al parque", cuenta Juan Carlos Álvarez, entrenador de saltos que ha colaborado en la logística del grupo, que ayer voló a Valencia y que prefirió quedarse para la aclimatación y superar el cambio horario en Madrid; "al lado de su hotel está el Campo del Moro y allí se fueron".
La del martes, de 15.30 a 17.30, fue su segunda sesión en el CAR. "Es la primera vez en mucho tiempo que se entrena a la vista de todos", dice Feng, también vicepresidente de la federación china; "en China, todas sus sesiones son cerradas. No permitimos público. Tiene que estar concentrado en los Juegos". Tampoco le permiten hablar con nadie, ni habla su entrenador, que se sienta en un plinto mientras Liu hace algunas carreras, se sale del pabellón, del módulo con la recta de 130 metros, para echar un pitillo cada hora y luego interviene activamente en los estiramientos y ejercicios con pesas de Liu, su único trabajo estos días. "Tenemos muchas peticiones de entrevista y hemos dicho a todas que no", argumenta Sun al único periodista presente a su alrededor, al único espectador de su sesión. "Pero no importa", termina Feng; "Liu está muy bien, Madrid le gusta mucho, las instalaciones y la comida son magníficas. Esta noche tenemos una paella".
Por el espejo, Liu Xiang, su cutis, un muestrario de acné juvenil; su boca, en permanente movimiento, hablando sin parar: sus dientes, sin apenas movimiento, sus labios incansables: la alegría de un chaval que en China vive en permanente reclusión en residencias deportivas, en centros de entrenamiento; la alegría de un atleta que se siente libre, que puede salir a la calle sin que nadie le reconozca, sin que nadie le pida autógrafos o fotografías, sin que nadie le recuerde que de él sólo esperan el oro, que es la gran esperanza de más de 1.000 millones de chinos para los Juegos de Pekín. Mientras puede, disfruta con la misma inconsciencia infantil que mostró en el entrenamiento, cuando le daba por subirse a pedalear en una bicicleta estática. Así que, para no interrumpir su momento de huida, me olvidé de que era periodista y me convertí en taxista educado: no forcé una conversación en inglés; que siguiera hablando alegre en chino aunque no le entendiera ni papa.
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