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A la parrilla
Columna
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¡Qué pesados!

Carlos Boyero

Tengo deformada la visión de la realidad, veo triple, no entiendo nada. En el primer y cansino debate entre los que aspiran a mantener o a pillar las llaves del reino, el moderador Campo Vidal se anticipaba al juicio de los mirones y nos contaba que lo que estábamos viendo era magnífico, intensísimo, apasionante y no sé qué más euforizantes calificaciones. Vale. Cuestión de opiniones interesadas. Pero después del segundo y también olvidable combate entre estos dos actores grisáceos y previsibles, leo en los periódicos que ha sido espectacular, tenso, Hitchcock puro. Y deduzco ante testimonios tan lúcidos que yo he visto otra película, sin pizca de gracia, reiterativa, mal escrita, abarrotada de guiños a la clientela, de farragosos gráficos y de presuntos golpes de efecto. Se lo tengo que contar a mi psiquiatra, no vaya a haber perdido definitivamente la olla, aunque dudo que nadie me pueda convencer de que ese debate era como asistir al duelo entre Olivier y Caine en La huella o a la pelea de Clay y Foreman en Kinsasha.

El nivel de los insultos me parece ínfimo. Presuponer que uno de ellos miente o dice la verdad continuamente no se lo creen ni los niños. Tampoco la cómica certidumbre de Rajoy de que en el centro de este país está el PP. Qué manía la de la derecha con proclamarse centrista y liberal. Ni al tahúr más acorralado y lerdo se le ocurre culpar al chico de la mirada honesta de apoyar la movida de Irak y de haber intentado impedir los juicios del 11-M. Lo de aprendiz de brujo y lo de ciclista es algo más sofisticado.

Conmovedora la seguridad de Zapatero de que los perdedores y los parias no se sentirán solos y desamparados si él gana. Alguien debería convencer a Rajoy de que se olvide de su enigmática niña, que cambie el rollo por gemelos o trillizas. Me pongo malo cada vez que escucho el melifluo "buenas noches y buena suerte". Sólo quedaba bien en la nicotínica boca de Edward Murrow.

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