El debate de Mallona
Tiempo ha buscando el termómetro de la campaña y resulta que estaba ahí al lado, en el lugar más insospechado, más inocuo, más vilipendiado. Pongamos que hablo de Mallona, un campo de fútbol de Begoña, y pongamos que hablo del Santutxu-Padura, un partido apasionante entre dos equipos de la case social media-baja de la tabla que tienen antecedentes de alguna semiaristocracia, pero que han venido a menos.
Empieza el partido, aburridísimo, y pongo la oreja a las conversaciones que se producen a mis costados. Una, de jubilados, va de política. Debaten si el voto de los partidos nacionalistas tiene o no importancia ante la preponderancia de los dos grandes (PSOE y PP) y uno de ellos zanja de la discusión de su lado, obviamente : "Lo que está claro es que si en cada comunidad, la gente votara a los partidos autóctonos [sic], los partidos mayoritarios dejarían de serlo y no serían tan importantes". El sesgo era notable, aunque fuera inconsciente.
Al otro lado, dos padres de familia conversaban sobre los hijos: "El mío prefirió dejar de estudiar porque ¿para qué?, decía, y, claro, si un amigo ha hecho un módulo de esos y está trabajando y ganando un pastón, porque ganan un pastón, pues él prefiere trabajar en la construcción. Ahora el jefe les ha dicho que el negocio está cayendo y se van a la calle". "Ves; si hubiera estudiado podría hacer más cosas, ganarse la vida en otros asuntos y no limitarse a una sola función". "Pues es lo que yo le digo, pero él verá".
Mietras Santutxu y Padura competían a gorrazos sobra una alfombra verde y negra (no se para qué se hacen campos de hierba artificial si se sigue jugando como cuando eran de barro), se estaba produciendo el debate sobre el estado de las elecciones. Quizás porque todos presuponen que lo de ayer entre Zapatero y Rajoy era un déjà vu, más de lo mismo, con la cara muy cejijunta, con mucha solemnidad y previsiblemente (escribo antes del estreno, es decir me guío por los ensayos) sin abordar estos temas que mis contertulios de partido (o lo que fuera aquello) trataban con toda la naturalidad del mundo. Los primeros discrepaban con absoluta naturalidad desde posiciones diferentes, mirando de reojillo al juez de línea (algo así como un moderador) y los segundos estaban de acuerdo en que estudiar da más posibilidades de futuro que no hacerlo.
Luego llega la política y lo enreda todo. Hubiera bastado un par de agentes electorales en esas conversaciones para que ambas hubieran acabado como el rosario de la aurora. Se habría hablado del voto últil, del constitucionalismo, del nacionalismo, del éxito o del desastre universitario español, de la bondad o maldad de la Formación Profesional, del crash inmobiliario, del efecto invernadero o del caso Gurpegui. La política es otra cosa y bien quisiera yo que el debate hubiera sido otra cosa, un cambio de pareceres, un debate de ideas como las de mis contertulios tranquilos y sosegados. Por cierto, ganó el Santutxu, de rojo, en el tiempo de descuento, cuando todo apuntaba al empate.
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