Si yo fuera presidente
Un nuevo juego invita a conquistar La Moncloa, luchar contra el terrorismo o gestionar la relación con la Iglesia
Política y videojuegos, un tándem que crece día a día con la idea de llevar a los jugadores la la emoción de una contienda electoral. Con este argumento se acaba de poner a la venta Yo presidente. Objetivo: La Moncloa (Planeta Interactiva) y que es adaptación de un programa que obtuvo notables ventas en Francia durante la campaña presidencial del año pasado, en la que Nicolas Sarkozy consiguió acceder al Elíseo.
Existen juegos, satíricos o no, para dirigir la Casa Blanca o el Kremlin
El nuevo videojuego no se limita a España, sino que permite escoger un país en el que desarrollar una carrera política hasta llevarlo a ser poco menos que una superpotencia. El presidente tendrá ocasión de disputar elecciones y manejar luego su estado consultando la prensa para saber lo que dicen sus ciudadanos o manteniendo reuniones diplomáticas con otros países.
La lucha por llegar a La Moncloa y el paralelismo con la actual campaña electoral española es evidente, está presente en escenarios especialmente creados para esta edición y situados en España con características específicas relacionadas con la realidad nacional. Hay que luchar contra el terrorismo, provocar un aumento en la natalidad o mantener relaciones con la Iglesia.
Los videojuegos políticos son tan antiguos como la informática, y en los primitivos Spectrum ya era posible, por ejemplo, dirigir con mano firme una república bananera. Títulos de interés como Shadow president permitían dirigir Estados Unidos con la vista puesta en los índices de popularidad, mientras que Crisis in the Kremlin lidiaba con las intrigas en el seno del Politburó. Entre los juegos recientes pueden citarse el gamberro Trópico y el concienzudo Political machine, en el que el participante encarna al director de una campaña estadounidense.
Los videojuegos estuvieron muy presentes en las elecciones de EE UU de 2004. Howard Dean, candidato demócrata, sorprendió al tomar ventaja impulsado en parte por la popularidad de un par de videojuegos gratuitos que lanzó a la Red. Posteriormente, los partidarios de George Bush y del candidato demócrata John Kerry intercambiaron incontables juegos satíricos: existió un Tax invaders en el que Bush disparaba contra los nuevos impuestos que se suponía iba a imponer su rival, mientras que Contractopoly parodiaba las conexiones del presidente republicano con las empresas contratadas para la reconstrucción de Irak.
Las pasadas elecciones catalanas también tuvieron su pequeño juego en flash, El joc de la cadira (El juego de la silla), en el que los candidatos buscaban pactos para hacerse con el sillón de mando de la Generalitat.
Jugar a la política no es una novedad. Al fin y al cabo, el ajedrez, con la presencia de los distintos estados sociales -rey, reina, caballeros, peones-, con distintos roles, no es otra cosa que una metáfora de las relaciones de poder. Y buena parte de los juegos de mesa de las últimas décadas tienen igualmente temática política. Por ejemplo, Die macher es una reproducción exhaustivamente fidedigna de los procesos electorales en Alemania. El año pasado se publicó el excelente 1960: The making of a president, que reproduce la batalla electoral entre John F. Kennedy y Richard Nixon, con la disputa literal de los votos Estado por Estado.
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