Ríos en la cabeza
Decía en este diario, a cuenta de lo de los himnos, el eurodiputado Carlos Carnero, que los españoles tenemos fácil cantar el de Europa -que, como algunos de nuestros conciudadanos saben, es el Himno a la alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven- "gracias a la inestimable ayuda de Miguel Ríos". Su frase, tan sintomática de la pimpante ligereza con que últimamente nos tomamos las cosas de la cultura, me trajo a la memoria el drama de un amigo que desde que en su juventud escuchara cantarla al granadino no ha podido volver a oír esa música como su autor la compuso. Quiere decirse que, cuando llega ese momento culminante -y aun habiendo transitado sin sobresaltos por el resto de la pieza-, a la voz de la cuerda entonando por vez primera el fragmento de marras se superpone de inmediato, dentro de su cabeza, la de Miguel Ríos, de modo que a partir de ahí el texto del propio Beethoven y de Schiller se hace pedazos, entra el del cantante, y mi amigo, como dice su madre, pierde la devoción. Desde aquel día terrible en que escuchó de voz de Ríos tan gran afirmación de fraternidad, la Novena de Beethoven -que fue su despertar al arte de los sonidos- se ha convertido para él en el suplicio de Tántalo, pues hasta la fecha no ha conseguido pasar de esos compases en los que se presenta el Himno a la alegría propiamente dicho y tras los que aparece, como en una pantallita de televisión instalada dentro de su cráneo, saludándole con la mano mientras canta, aquel simpático joven que, con la muy plausible intención de llevarlo a todos los hogares, hizo de Beethoven un auténtico número uno. Ha intentado superarlo el pobre, ha tratado cientos de veces ir más allá, pero ha sido imposible. Los ojos se le empañan y dice con un hilo de voz: "No puedo". El otro día, paseando por la Cuesta de Moyano, encontré, al fin, lo que quizá ayude a curarle, siempre que, naturalmente, ponga algo de su parte: un libro titulado Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler, de Theodor Reik, que publicó Taurus en España hace más de treinta años en traducción de Ignacio Gómez de Liaño. Allí el compositor bohemio dice que al escribir su Segunda Sinfonía advirtió que en la Novena de su colega "el poema de Schiller no se ajusta a la expresión de la concepción inusitada que Beethoven tenía en su cabeza", lo que nos lleva a trazar una línea de pensamiento muy interesante entre Mahler -a quien el enfermo igualmente adora y que también arregló las sinfonías de Beethoven- y Miguel Ríos. Quizá mi amigo -que no ha querido nunca tratarse su mal por la vía científica y a punto ya de darse a la bebida- se cure asumiendo al fin que la razón está de parte del cantante y que mejor vamos a dejarlo estar, que Beethoven la pifió con la letra y a otra cosa. "Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol", dice, decía Miguel Ríos, dirá mi amigo, ya en paz consigo mismo.
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