Hubo debate
El creciente bipartidismo estatal sólo se ve limitado por la existencia tozuda de los partidos catalanes, vascos, gallegos y canarios porque la realidad es la que es, y España es una realidad política compleja. Este debate en TVG representa bien que Galicia tiene un marco y una vida política propias. Pero teniendo en cuenta ese marco bipartidista rotundo está claro que es al BNG a quien más le interesa un debate a tres, cuestión de supervivencia. El PP aquí vive una situación casi dramática, perdió el Gobierno por un diputado, pero esa mínima diferencia cuantitativa fue cualitativa y se ve hoy forzado a lamentarse por el reino perdido, cargar con las culpas de su pasado y hacer una oposición que más que una crítica serena es una descarga de rabia. Que el PSdeG aceptase, cuando era el que más arriesgaba, habla en su favor.
Debate imprescindible para que las elecciones sean verdaderamente democráticas en Galicia
Pero este debate era imprescindible para que las elecciones sean verdaderamente democráticas en Galicia, para que Galicia exista por ella misma, para que los ciudadanos podamos debatir nuestra representación a Cortes teniendo en cuenta nuestros problemas, también aquellos que nos son específicos por vivir donde vivimos formando parte de una comunidad política. Parabienes a esta TVG que organizó por primera vez este debate al que los ciudadanos tenemos derecho, hizo ahora lo que no hizo cuando gobernaban los actuales dirigentes del PP, quizá sea por eso por lo que eran renuentes a acudir.
Los tiempos asignados fueron draconianos, pero hizo que las posiciones apareciesen bien dibujadas. Básicamente el señor Feijóo contra los señores Touriño y Quintana. En esta representación Feijóo hizo de malo y Touriño y Quintana de buenos, pero, aunque Feijóo dio golpes, Touriño y Quintana, con aire constructivo, los devolvieron a modo. De hecho, Feijóo, aunque intentó dividir a los socios de Gobierno acabó emparedado entre ellos dos. La debilidad de los ataques de Feijóo radicó en que tiene sobre sí todo el pasado del mundo, sus oponentes le recordaron que habían gobernado Galicia 16 años y tuvieron tiempo de hacerlo todo, hasta suprimir el impuesto de sucesiones que anunció Touriño. Los alardes de números e incluso de gráficos y mapas quedaron superados por la foto de la gran manifestación de Nunca Máis en Madrid que mostró Quintana. Fue la ilustración del argumento de la noche, que Galicia necesita presencia propia.
Pero además del peso de su pasado en la Xunta y del PP en el Gobierno, Feijóo también tuvo que cargar con la sombra de Rajoy, una sombra que no le ayuda nada a levantarse y que en cambio le pesó y mucho. Esto se vio claro cuando Feijóo hizo una revisión de la historia realmente pasmosa: afirmó nada menos que el PP, antes AP, había conseguido el autogobierno para Galicia. Una mentira de Guinness. En su arranque galleguista le reprochó a Quintana que no lo fuese bastante y denunció que el autogobierno gallego retrocedía con Zapatero. Quintana lo acusó directamente de ser el culpable de que Galicia no tenga un Estatuto "de nación, de primera" y Touriño remató la faena defendiendo la España plural de Zapatero y denunciando que Feijóo lo había vetado porque Rajoy se lo impuso. Rajoy apareció una y otra aplastando a Feijóo.
Cada uno en su papel, los tres fueron luchadores. Touriño argumentó razonadamente que Galicia funciona mejor que nunca; Quintana, que defendieron y defenderán a Galicia en Madrid, y Feijóo, que desde hace cuatro años todo va mal. Touriño apareció como la imagen centrada entre ambos, Quintana como el reivindicador de Galicia en Madrid y Feijóo como el acusador de los otros dos. Pero éstos parecieron muy tranquilos.
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