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ELECCIONES 2008 | Campaña electoral
Columna
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Que nadie se llame a engaño

La convocatoria de unas elecciones, cualquiera que sea su naturaleza, es el momento en que los protagonistas de la vida política en el Estado democrático, los partidos políticos, que formalizan las candidaturas ante las distintas juntas electorales provinciales, se examinan. El momento electoral es el momento de recuperación real y efectiva del poder por parte de los titulares del mismo, que somos los ciudadanos constituidos en cuerpo electoral.

Aunque es posible imaginar como fórmula de gobierno la democracia directa, esto es, una forma política en la que se produciría la coincidencia entre la titularidad y el ejercicio del poder, en la práctica no ha sido posible organizarla técnicamente, al menos en el Estado contemporáneo. En consecuencia, la democracia realmente existente ha sido siempre una democracia representativa. Democracia exclusivamente representativa o trufada con instituciones de democracia directa, pero en la que el momento representativo ha sido el decisivo en el ejercicio del poder.

Esta escisión entre titularidad y ejercicio del poder conduce con frecuencia a que los ciudadanos no seamos conscientes de cual es nuestra posición en el sistema político y a que pensemos que el poder nos es ajeno. Y aunque con menos frecuencia, también sucede que los representantes políticos llegan a confundir lo que es el puro ejercicio con la titularidad del poder. Afortunadamente, en democracia, cada cuatro años, por regla general, la confusión desaparece y se hace visible la relación entre titularidad y ejercicio del poder.

Y es así, porque este momento electoral es el único momento de igualdad real y efectiva que existe en la vida del ser humano. La igualdad no existe. La desigualdad tampoco. Lo único que existe en el reino de la naturaleza es la diferencia. La igualdad y la desigualdad son ficciones. No mentiras, sino ficciones, es decir, entes de razón creados por los seres humanos para dar razón, esto es, para explicar y justificar la gestión de las diferencias personales que es en lo que consiste cualquier modelo de convivencia.

Ahora bien, para que la ficción pueda ser creíble como instrumento de explicación y justificación de una fórmula de convivencia, tiene que tener un punto de conexión con la realidad, tiene que haber un momento en que la ficción sea real. Ése es el momento electoral. En el momento de depositar el voto en la urna cada uno de nosotros pasa a ser una fracción anónima de un cuerpo electoral único que constituye la voluntad general. No hay ningún ciudadano que pueda diferenciarse de otro en el ejercicio del derecho de sufragio. En todos los demás momentos de la vida ningún ciudadano puede dejar de ser diferente de todos los demás. En el ejercicio del derecho de sufragio no pude dejar de ser igual.

Ésta es la razón por la que el derecho de sufragio es el canon de la igualdad. Lo que nos hace ser iguales es el hecho de participar en condiciones de igualdad en el proceso de formación de la voluntad general. Por eso la igualdad constitucional es política. Somos iguales los españoles en España, los franceses en Francia y así sucesivamente. En esta igualdad en el ejercicio del derecho de sufragio es en la que descansa la posibilidad de que se pueda poner en práctica cualquier política de igualdad en cualquier terreno de la convivencia.

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Por eso conseguir la igualdad en el ejercicio del derecho de sufragio ha costado tanto. La igualdad electoral es el fundamento del control mediante normas jurídicas de la ley del más fuerte. No ejercer el derecho de sufragio es reducir el control que puede ejercerse sobre dicha ley. Que nadie se llame a engaño.

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