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ELECCIONES 2008 | Precampaña electoral
Columna
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Entre las ideas y las creencias

Aunque la campaña electoral sólo arrancará oficialmente el próximo viernes, la convocatoria para el 9-M abrió de par en par la caja de los truenos propagandísticos que habían empezado a retumbar ya desde el verano. De hacer caso a los últimos sondeos de opinión, los dos cabezas de cartel que se disputan la victoria en votos y/o escaños galopan hacia la meta en un pañuelo. Si bien los socialistas mantienen todavía ventaja sobre los populares (entre un punto y medio y los cuatro puntos largos), crecen las incertidumbres en torno a una carrera tan reñida que podría resolverse dentro de 20 días por foto-finish.

En la pugna librada durante el último mes, el PP tomó claramente la iniciativa. Durante esa etapa, las principales consignas escogidas respectivamente por los socialistas -Motivos para creer- y por los populares -Las ideas claras- podrían resumir el espíritu de sus diseños de agitación y propaganda. En esos enfrentados lemas del PSOE y del PP parece resonar la célebre contraposición de José Ortega y Gasset recogida en un ensayo -Ideas y creencias- no menos famoso.

No cabe olvidar, sin embargo, que el significado de los términos nunca es el mismo en el lenguaje de las reflexiones filosóficas que en la cháchara de la publicidad política. Ortega distinguía entre las ideas-ocurrencias, esto es, las ideas que producimos, sostenemos, discutimos y propagamos, y las ideas-creencias, que son el asiento de nuestra vida. Las funciones de las unas y de las otras son diferentes e incluso antagónicas. Mientras que las ideas propiamente dichas designan el resultado obtenido por la ocupación intelectual, las creencias ni siquiera llegan a ser formuladas: no están en nosotros de forma consciente "sino como implicación latente de nuestro pensamiento".

Pero las ideas claras difundidas por Mariano Rajoy no son esos pensamientos explícitos sobre las cosas de que habla Ortega, sino instrucciones dirigidas a los fabricantes de los llamados argumentarios del PP (los catecismos de las consignas de los militantes populares y de sus réplicas a las contestaciones socialistas) para marcar la agenda de las cuestiones a debatir en la campaña electoral con un lenguaje y unos contenidos uniformes. Se diría que los dirigentes del PP han ido punteando los motivos de queja o de preocupación expresados por los ciudadanos en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para explotarlos luego de forma machacona y obsesiva mediante críticas y compromisos electorales expresados verbalmente siempre de modo idéntico.

El fracasado diálogo del Gobierno con ETA para acabar con la violencia fue presentado a lo largo de la legislatura por el PP y sus periodistas de cabecera como un plan secreto ya en marcha dirigido a rendir al Estado de derecho frente a los terroristas, anexionar Navarra al País Vasco y situar a Euskal Herria (con los territorios ultrapirenaicos incorporados) en la rampa de salida hacia la independencia. Destinado a ser el plato central de un banquete canibalesco de ideas tan claras como falsas, la eficaz respuesta de las fuerzas de seguridad al desarticular varias redes terroristas y detener a sus miembros tras la asesina ruptura unilateral de la tregua por ETA y las demandas del Gobierno y el ministerio fiscal para conseguir la ilegalización de EHAK y ANV por la vía civil y la vía penal como continuadoras de Batasuna, han obligado a los populares a tirar ese burdo guisote al cubo de la basura.

El PP no sólo ha situado en un segundo plano -aunque sin abandonarlas- las referencias a ETA sino que también se ha visto forzado a poner sordina a sus estridentes denuncias de antaño sobre la ruptura de España por culpa de la política territorial de Zapatero. La razón de ese hipócrita viraje es doble: la eventualidad de tener que pactar con CiU para formar Gobierno si gana las elecciones y la participación de los dirigentes regionales populares en las reformas de los estatutos de todas las comunidades excepto Cataluña.

La ayuda de la Divina Providencia en forma de ciclo económico a la baja ha venido, sin embargo, en socorro del Partido Popular, dedicado a aterrorizar en plena campaña electoral a la población con la manipulación demagógica del paro y la inflación. Los renglones habituales de ley y orden propios de la ideología conservadora -xenofobia, mano dura contra la delincuencia, reforma del Código Penal, etc.- completan el plan b de los populares.

La apelación del PSOE a los motivos para creer recuerda la invitación de Ortega a penetrar hasta el estrato más hondo de "las creencias inexpresas" con el argumento de que el factor de máxima eficacia sobre el comportamiento humano "reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectal". Si la campaña socialista sirviese como prueba decisoria, la aplicación de esa consigna abstracta a la conquista del voto no conseguiría aprobar el examen.

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