Baile de gala

No es la primera vez que la OBC, que desde hace nueve años vive como propietaria en el Auditori, vuelve al Palau de la Música, la casa en la que se alojó de alquiler desde su primera actuación, el 31 de marzo de 1944, dirigida por Eduard Toldrà. Y sin embargo, cada vez que lo hace actúa en los melómanos barceloneses de cierta edad y memoria como la magdalena proustiana, evocando recuerdos buenos, no tan buenos y decididamente malos, que de todo hubo en aquella viña. El caso es que el viernes la orquesta regresaba a la vieja morada en calidad de invitada de honor, y ella correspondía a la cortesía vistiendo sus mejores galas de la mano de un acompañante de primerísimo nivel: el maestro Jesús López Cobos (Toro, 1940). Fue él quien diseñó con esmero el obsequio que la formación iba a llevarle al centenario Palau. Aceptó el reto de poner una obra de un compositor vivo y abrió con la Obertura Costa Brava, escrita por Salvador Brotons (Barcelona, 1959) por encargo del Festival de Torroella de Montgrí de 2005. Es una obra de contrastes violentos y de remansos líricos de esplendor mediterráneo, en la herencia del mencionado Toldrà, o al menos así quisimos imaginarlo para no excluirle del todo del programa en un día tan señalado.

Venía a continuación el Concerto breve de Xavier Montsalvatge, estrenado en ese mismo escenario el 20 de diciembre de 1953 por Alicia de Larrocha. En este caso asumía la responsabilidad solista la alemana Uta Weyand, segura, brillante, atenta al matiz. Este concierto es una fiesta, una liberación del yugo alemán (Wagner) para proclamar gozosa la grandeza de Stravinski, Satie, Rachmáninov y, al mismo nivel, la música antillana. De ahí el breve que figura en el título: no tanto corto, sino libre de formas impuestas y de toda voluntad de establecer doctrina. Una alegría, vamos.

En la segunda parte parecía obligado que la invitada de honor y el anfitrión compartieran baile, y así fue como a la OBC se unió el Cor de Cambra del Palau -titular: Jordi Casas-, junto con la soprano María Espada y el barítono Stéphane Degout, para dar vida a una obra mayor: el Réquiem de Gabriel Fauré (1845-1924), muestra de un catolicismo inteligente que al parecer sólo queda al alcance de los franceses. Un réquiem sin Dies irae, con un In paradisum final que es una serena celebración de la vida eterna, con un humilde violín solista entrelazándose a las voces (salvo éste, no hay más violines en la partitura, la cuerda la forma el registro bajo). Intensísima interpretación de solistas, coro y orquesta. López Cobos se envolvía con esa música esperanzada y frágil y llevaba consuelo a las almas que le escuchaban en el Palau. El antiguo inquilino y la centenaria morada se fundían así en el abrazo a la música. El concierto se repite hoy en el Auditori.