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Columna
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Tampoco sabe latín

Rajoy se lamentaba hace unos días de no saber inglés. Pero no es eso lo único que le distancia de la modernidad. Más grave es que no sepa distinguir las costumbres de la Constitución, porque la separación de los espacios político y etno-histórico quedó ya establecida por Roma hace muchos siglos y la Europa mediterránea se reclama heredera del Derecho Romano. La ciudadanía, en esta tradición, obligaba, únicamente, a cumplir unas mismas leyes pero se abría a ser disfrutada por muchos pueblos que, por supuesto, podían tener y practicar costumbres diversas: en ello radicaba la clave de la innovación latina, en integrar a los extranjeros por la vía del derecho y no por la del sometimiento cultural, como exigían con anterioridad algunas ciudades, condenadas a eclipsarse ante la evolución de los tiempos, o a quedarse al margen de la civilización.

Pereira-Menaut recuerda oportunamente cómo Cicerón (1, 39) entiende la res publica en términos del consenso de múltiples pueblos sobre la base legal que debe regir una comunidad de intereses, y si bien es cierto que tal comunidad es difícilmente transferible desde la época romana a nuestros días por la magnitud que ha alcanzado el mundo, no está de más saber que también entonces hubo que buscar soluciones y adaptaciones ante problemas específicos y que las respuestas adecuadas no se hallaron recurriendo a la exclusión por razones de origen sino con un espíritu jurídico científico que instituyó nuevas leyes. Así han seguido haciéndolo todos los estados modernos, al contrario de los que se rigen por tradiciones sacralizadas, con sistemas estancos equiparables a los pre-romanos. Por supuesto la antigüedad ofrece también exponentes de la exclusión del otro, del prejuicio frente a la diversificación, aunque, después de Roma, tales ejemplos pertenecen a sistemas caducos, por no decir primitivos, a gentes que no llegaron a comprender el latín. Pues de lo contrario sabrían que con Roma, por primera vez, una sociedad abierta, compuesta por una comunidad plural, se reveló más fuerte que los pueblos de base ancestral, unidos por vínculos de sangre y expuestos, en consecuencia, a ser diezmados por luchas fratricidas.

Y desde entonces el incremento de la pluralidad demográfica ha venido aumentando las posibilidades económicas, militares, técnicas y científicas de los estados competitivos, a condición de que el sistema jurídico equilibre un proyecto social integrador. Las fuerzas de seguridad, los taxistas, los guardianes de los museos, el personal de servicios... están compuestos, cada vez más, por personas procedentes de países diversos -que, mire usted por donde, muchas veces hablan más idiomas modernos que los naturales del lugar- sin que ello ocasione la pérdida de eficacia de estas profesiones, ni aquí ni en la mayoría de los países desarrollados.

Un mensaje político contra la inmigración planteado por un partido conservador para contentar a un sector reaccionario no se puede disfrazar ante una audiencia más progresista como la que se le supone a Cuatro sacando a relucir cruzadas contra circuncisiones -la ablación es ilegal- y poligamias. El peligro real es que existe una derecha de ideología muy anticuada, digamos que pre-latina, nostálgica de tiempos que afortunadamente han quedado atrás, que pone en juego, sin embargo, apariencias muy innovadoras y, sobre todo, muy costosas, verbigracia antiguo cauce del Turia sector Calatrava. Y aunque el subconsciente es muy golfo y está al acecho para poner en evidencia aquello que se quiere disimular, incluso en el caso de personalidades redomadamente cínicas, la confusión entre lo que se ve y lo que se oye puede jugar muy malas pasadas al avance hacia la modernidad.

Carmen Aranegui es arqueóloga y catedrática de Arqueología de la Universitat de València.

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