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Crítica:LIBROS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La tradición rusa

En Los verdugos y las víctimas (Crítica), una alucinante retahíla de las atrocidades de las guerras del siglo XX, Laurence Rees dedica uno de sus más estremecedores capítulos al caso de Vladímir Kantovski, que sobrevivió milagrosamente a su paso por un batallón disciplinario soviético, en plena II Guerra Mundial. "Sabía", relata este soldado raso que en 1943 tenía 19 años, "que le ordenarían avanzar con sus compañeros para efectuar un ataque de reconocimiento. Avanzarían hacia los alemanes para atraer sus disparos y de ese modo los oficiales soviéticos de retaguardia conocerían la posición y la naturaleza de las armas del enemigo". En Réquiem por el Este, y desde la más pura ficción, el escritor ruso-francés Andreï Makine hace pasar a uno de sus tres protagonistas (separados en el tiempo, unidos por su condición de víctimas) por una experiencia parecida, de la que también sobrevive milagrosamente, en una de sus múltiples ilustraciones de la decadencia de un sistema que ya estaba podrido mucho antes de que se hundiera con estrépito a finales del siglo XX.

Réquiem por el Este

Andreï Makine

Traducción de Amelia Ros y Alejandra Montero

Tusquets. Barcelona, 2007

302 páginas. 18 euros

Se podría leer el libro de Makine como una metáfora de la descomposición del imperio soviético y del rastro maloliente que dejó esa podredumbre, incluyendo la victoria de valores que difícilmente podrían considerarse como superiores a los derrotados. El protagonista final se desengaña a la fuerza de la patria comunista por la que tantas veces se juega la vida, sin encontrar consuelo en los valores de quienes durante muchos años consideró enemigos. También se puede entender Réquiem por el Este como una denuncia cargada de amargura de la próspera fauna de desalmados traficantes en armas, inventores y justificadores de conflictos religiosos, territoriales o étnicos, o conspiradores del desastre con el objetivo de hacer un buen negocio. Incluso como una réplica de las novelas de espías de John Le Carré, no las viejas, escépticas y entrañables de Smiley, sino las todavía más desencantadas escritas después de la guerra fría, aunque sorprende que la pareja de agentes no deje de verse envuelta en situaciones límite en las que lo más probable es que les acribillen a balazos. O como una historia de amor que se desarrolla a lo largo de todo el siglo XX y que tiene tres capítulos de sorprendentes similitudes que se encarna en la historia única de padre, hijo y nieto condenados por un destino que son incapaces de alterar.

Tal vez con mayor motivo aún puede interpretarse esta novela (en la que Makine destila nuevamente muchas gotas autobiográficas) como la evocación nostálgica y premonitoria de un país, Francia, al que el protagonista central sólo conoció de adulto, pero en el que siempre soñó como un paraíso lejano y perdido antes de ser siquiera entrevisto desde que una voz femenina y adulta, incomprensiblemente perdida en la inmensidad rusa, le acercó los ecos de su lengua. Esa estrecha relación -sentimental, casi pasional- con su otra patria (su abuela era francesa, y es evidente su transposición en un personaje de Réquiem por el Este) permea toda la obra de Makine (Siberia, 1957), ya desde El testamento francés (también en Tusquets), todo un acontecimiento literario que, en 1995, le valió los premios Goncourt y Médicis, y que fingió escribir primero en ruso y presentó como una traducción porque ningún editor quiso aceptarla en su original francés.

Y es que Makine sigue siendo ante todo un ruso. Lo afirma él mismo en cuanto tiene ocasión, y es evidente en el conjunto de su obra, aunque escriba en francés (como el americano Jonathan Littell en Las benévolas) y viva en Francia desde 1987, cuando la perestroika de Gorbachov le abrió la vía a un exilio que tuvo unos inicios extremadamente duros: llegó a dormir en un panteón de un cementerio parisiense. Y, aunque las diferencias sean más que notorias, late un aliento en sus novelas a la escritura atormentada de Dostoievski. Un aliento a la mejor tradición literaria de su país que, con desgraciada frecuencia, ha privado del aire de la libertad a sus escritores y les ha permitido respirar sólo en el exilio.

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