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Columna
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Poner el dedo en la ceja

Como últimamente el dinero se le quedaba corto y llegar a fin de mes se había convertido en un seudónimo del alpinismo, Juan Urbano llamó a una compañía de publicidad que se anunciaba en el periódico y se apuntó a una tormenta de ideas. Pagaban trescientos euros por estar cuatro horas respondiendo preguntas y soltando ideas en plan Ortega y Gasset, quien confiado en su talento para las metáforas y las paradojas alardeaba de tener un truco infalible para las conferencias: "Yo, cuando el público da síntomas de aburrimiento o distracción, suelto un faisán". En su calidad de filósofo aficionado y lector devoto del autor de La rebelión de las masas, Juan conocía esa anécdota y, con ella en la cabeza, entró con paso firme a la oficina donde lo habían citado, mientras se decía: "Hombre, pues igual para un faisán no me da, pero un papagayo seguro que se me ocurre; o, en el peor de los casos, una gallina".

¿Y una lengua como la de los Rolling? No. Nosotros no lamemos banderas, las izamos

Lo que no imaginaba era la sorpresa que se iba a llevar cinco minutos más tarde, cuando él y los otros convocados tomaron asiento, al ver que la puerta se abría y que la persona encargada de conducir la sesión era ni más ni menos que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, en persona. Los cinco o seis que estaban allí se quedaron en blanco a causa del asombro, pero ella, acostumbrada a no andarse por las ramas, dio las buenas tardes y fue directa al grano:

-Miren ustedes: aquí de lo que se trata es de contrarrestar el efecto del vídeo ese de los artistas a los que ha sobornado Zapatero con lo del canon digital. Una birria, sin duda, pero que está dando que hablar. Y mira que es absurdo eso de ponerse el dedo en la ceja, que ellos querrán dar a entender que es como poner el dedo en la llaga, pero que a mí me recuerda al dedo de que te pego leche con que Ruiz Mateos le atizaba al marido de la Presley, no me digan que no. Así que venga, que el tiempo es oro. Ya me están inventando un gesto que defina a Mariano Rajoy y le haga simpático a la gente. ¡Manos a la obra!

Nos pusimos a la faena, que no iba a ser sencilla porque, como pronto íbamos a comprobar, la jefa era fácil de irritar y difícil de complacer. Por ejemplo, cuando alguien propuso una variación de los dedos socialistas en forma de ceja circunfleja, sólo que puestos rectangulares delante de los ojos, para fingir unas gafas, las gafas de Rajoy. "Ése es el mensaje, las gafas del líder, el símbolo de su seriedad, su buena vista puesta en el futuro de...".

-¡Sí, hombre -tronó la presidenta-, para que alguno crea que son las gafas de Ruiz-Gallardón! ¿Está usted loco, o qué?

Después de un silencio incómodo, otro puso sobre la mesa un ademán algo extraño que consistía en agitar los diez dedos de las manos junto al mentón, para representar la barba de Rajoy.

-Oigan -le interrumpió Aguirre a mitad de la explicación-, ¿es que han bebido, o algo así? ¿Qué es eso que fingen sus dedos? ¿Espuma? ¿Un discurso espumoso es lo que vamos a vender? ¿Quiere que los votantes piensen que a Rajoy se le cae la baba? ¿Quieren que después de mirarlo a él me miren a mí y piensen eso de que cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar? ¡Pero de qué van ustedes, por Dios!

-¿Y una lengua como la de los Rolling Stones, sólo que con los colores de la bandera española?

-No. Nosotros no lamemos banderas, las izamos.

-¿Y el índice y el pulgar cerrados en un círculo, como los pone él cuando habla de firmeza y seriedad en sus mítines?

-No. Eso tendría un eco sexual que disgustaría a los obispos.

-¿Y un puño que pueda dar idea de la firmeza con que...?

-¡Un puño! Claro, hombre. ¿Y por qué no le añadimos una rosa? O mejor aún, la hoz y el martillo.

Parecía irritada, tal vez por su mala suerte con los transportes: la pobre, se sube a un helicóptero y el helicóptero se cae; se sube a un Alvia, camino de Lérida, y el tren se para en la vía del AVE... Eso sí, todo sin perder la sonrisa, que en eso es única, siempre con su sonrisilla confiada, porque ella no se reiría jamás como Hillary Clinton en los mítines, con boca de payaso loco; ni tampoco igual que María San Gil, que pone los dientes mordaces y los ojos valientes mientras unos saboteadores se pegan con sus guardaespaldas en Santiago de Compostela: ja, ja, mira lo que me importa a mí vuestra bestialidad.

Un momento... ¡Eso es! La sonrisa de Esperanza, ése es el anagrama que buscan. Ponemos los dedos índices en los extremos de los labios y los estiramos, pero no hacia arriba, sino rectos, como hace ella. La sonrisa sin alardes, firme, segura de sí, despectiva para el rival... Juan Urbano le explicó eso y ella se quedó pensativa.

-Ummmmm... Sí, bueno, pero..., claro, eso sería si yo fuese la candidata, y no lo soy, creo... Aunque, bien mirado...

Cuando Juan fue a cobrar, le dieron un sobre y al abrirlo vio que no le habían pagado los trescientos euros prometidos... sino el doble. Se fue a casa diciéndose: "Pero, ¿qué he hecho?". Y esa noche no durmió muy bien.

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