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Columna
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Cara a cara donde sea

No es la valenciana una sociedad propensa al debate y a la discusión pública. Quizá por el aleccionamiento de otros tiempos en los que la tranca desplazó muy a menudo a la palabra y las diferencias políticas acababan como el rosario de la aurora y con el rosario también. Después, y a lo largo de casi 40 años de dictadura, ya no hubo lugar más que para la discrepancia de criterios políticamente correctos y tediosos hasta el bostezo. La larga dieta de disputas laminó la capacidad dialéctica vecinal, de la que apenas se registró algún rebrote académico por estos lares, como las raras polémicas periodísticas que enzarzaron a tipos de tanto calado como Martí Domínguez, Joan Fuster, José Ombuena y no mucho más. Lo más parecido a un espejismo en aquel desierto franquista.

La democracia, con los mimos que requirió su consolidación, tampoco propició la esgrima verbal o escrita, que pudo haber renacido con vigor y civismo al amparo de la televisión pública autonómica desde mediados de los 80. La televisión fue la gran ocasión de ensanchar pedagógicamente en este país el gusto por la libertad y su ejercicio. Pero pudieron más las inercias heredadas y se perdió la oportunidad: tanto socialistas como populares han preferido mantenerla cautiva y plegada a sus parciales intereses partidistas. Los asuntos de interés general y prioritario apenas si se abordan en sus platós, y cuando así acontece se hace desde ópticas dóciles o agradecidas, casi sin excepción.

¿Y a santo de qué viene este recordatorio? Pues viene a colación del gallardo y una pizca chulesco desafío que el candidato del PP por Valencia, Esteban González Pons, ha lanzado a la cabeza de lista del PSOE, María Teresa Fernández de la Vega, para enfrentarse cara a cara "sea donde sea". ¿Y dónde habría de ser si no es TVV para alcanzar la mayor audiencia posible? El reto no ha sido desdeñado por el entorno de la candidata, que antes habrá de concertar su formato, temario, moderador, fecha y demás previsiones para garantizar la igualdad de oportunidades de los contendientes. Esperemos que tales cautelas no se conviertan en una ortopedia rígida y funesta para el lance, como suele acontecer. Un lance que, por lo pronto, ya se nos antoja discriminador y dudosamente democrático al desdeñarse a otras fuerzas políticas, ciertamente menoscabadas, pero con presencia y opciones parlamentarias, cuales son EUPV y Bloc-Iniciativa-Verds.

Imaginemos que en gracia al clima electoral los candidatos acaban confrontados ante los focos televisivos y tratemos de anticipar con qué asuntos podrían fajarse a tenor del interés estatal de la convocatoria. En principio, y como es de suponer, con ninguno que conlleve riesgos para alguna de las partes, como puede ser -a modo de ejemplo- la respuesta de los respectivos partidos a la ofensiva antilaica emprendida por el sector más reaccionario de la Iglesia católica, o el privilegiado estatuto económico de ésta en sintonía con el anacronismo de las relaciones concordatarias que nos hipotecan con el Vaticano. Un episodio en el que ambos partidos están igualmente involucrados y que contribuiría a clarificar la diferencia de las respectivas propuestas, en el supuesto de que la hubiese.

Pero como carecemos de hábitos y coraje para el debate que durante tantos decenios se nos ha hurtado, habremos de conformarnos con temas subsidiarios de interés autonómico, confiando en la agudeza y elocuencia de los agonistas para sacarles partido. En este sentido, pueden dar juego la política territorial, de la que apenas ya se habla en beneficio de las reivindicaciones hídricas, el bloqueo del Consell a la asignatura Educación para la Ciudadanía, los recientes informes y varapalos de las sindicaturas de agravios y de cuentas, las quiebras de una prosperidad que no avalan los indicadores económicos o las ineficiencias de algunos servicios públicos. Lo lamentable o cómico será que el debate se condense en epígrafes tan apasionantes como los fastos previstos para conmemorar la gesta de El Palleter, la recuperación de ciertos derechos forales de nulo interés o los desamores nunca probados del presidente Rodríguez Zapatero para con los valencianos. Hagamos votos, cuanto menos, por la amenidad del desencuentro.

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