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Columna
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España, Turquía, Alianza

Antonio Elorza

Una amiga hoy lejana, mujer hermosa e inteligente, me explicaba e hizo ver los efectos de la secular ocupación otomana en su tierra, el norte de Grecia. La influencia en la mentalidad colectiva se proyectaría sobre la esfera personal. La lógica del poder característica de un imperio de dominación como el turco se traduce en un tipo singular de personalidad autoritaria, compatible con un trato cordial en la forma, siempre que no surja una situación de conflicto o el otro ignore la actitud reverencial exigida por el efendi. Una vez alcanzado este punto, la conciencia de la propia superioridad vacía la relación de contenido humano y la voluntad de afirmar aquella primacía, de persistir la resistencia, provoca una decisión inapelable, sin esperanza para el otro, abocado a la destrucción. Un efendi nunca vuelve atrás de sus decisiones.

Si queremos que Turquía entre en Europa, hace falta literalmente empujarla, a partir de una fraternidad que no hiera su orgullo

Es lo que ilustran películas como Yol y El destino de Nunik para "la cuestión armenia", sin que por ello deban olvidarse los comportamientos de los discípulos cristianos de tal regla de conducta en las guerras balcánicas. La matanza de Srbrenicsa en 1995, llevada a cabo por los serbios contra los musulmanes bosnios, sería su último eco, con la misma regla de separación de los hombres adultos y adolescentes para ser ejecutados sin excepción y el maltrato de las mujeres. Prueba de que desenterrar genocidios nada tiene de arqueología inútil.

Pensé en ello al leer las recientes declaraciones del presidente Erdogan en España. La ejecutoria de Erdogan en la política turca nos muestra a un político de gran calidad, capaz de domar sus inclinaciones de islamización total a mediados de los noventa, y magnífico gestor del crecimiento económico con una honestidad antes desacostumbrada. En las declaraciones, no obstante, lo de menos es que confirme el deseo de ingresar en la Unión Europea, el malestar porque el Chipre griego esté dentro, y los turcos del norte de la isla fuera, o la desestimación al uso del "supuesto genocidio armenio". Lo preocupante es la arrogancia exhibida, que enlaza con la mentalidad tradicional. No toca a Erdogan desautorizar a la Unión por haber integrado a la República de Chipre, ni olvidar, cuando censura a los chipriotas griegos opuestos a la fórmula de Kofi Annan, que mal podían aceptar una presencia militar turca en la isla después de lo sucedido en 1974. Sobran en fin la exigencia a priori de explicaciones "científicas" para un eventual rechazo de la adhesión a la UE, y su actitud amenazadora por si aquel se produce, que Dios y Alá no quieran. En cuanto al error de empecinarse en el negacionismo sobre Armenia, cuya superación resulta indispensable para el francés, de ser requerido el juicio de los historiadores, apuntado por Erdogan, valdría la pena aceptar el reto a fin de liberar a la Turquía actual de esa inexplicable lealtad hacia unos criminales de 1915, a quienes los propios otomanos juzgaron y condenaron en la agonía del imperio.

Porque si queremos que Turquía entre en Europa, algo conveniente para todos, hace falta literalmente empujarla, siempre a partir de una fraternidad que no hiera su orgullo. En los planos de los derechos humanos, de la adopción sincera de los valores universales que ya defienden sus elites, de la compatibilidad entre laicismo y presencia del islam, los equilibrios logrados se deben en gran parte a la voluntad modernizadora del gobierno de Ankara, pero también a la sensibilidad europea a la hora de no tolerar retrocesos. El cheque en blanco de Zapatero no basta. Incluso puede suscitar reacciones contrarias. Hace falta un seguimiento constante de la evolución política turca; que Ankara siga avanzando en el respeto a los derechos humanos, dé protección eficaz de las minorías así étnicas como cristianas, y reabra el seminario ortodoxo, controle su propensión a la violencia en política exterior, ponga en su sitio la memoria histórica como Alemania, y admita que Chipre reunificado sea federal, no una falsa confederación con el ejército turco dentro.

Y de la Alianza de Civilizaciones, ¿qué? En su Foro, nada. Ni la prensa turca internacional la hizo caso. Zapatero se refugió en el tópico. Esto no supone desechar el "diálogo de civilizaciones". Resulta útil crear un marco internacional para impulsar la colaboración entre culturas y religiones en conflicto, pero hay que afrontar la realidad. No como en el Plan Nacional de la Alianza recién aprobado, con su lastre de propaganda y censura, huyendo del análisis, para gastar grandes sumas y luchar contra quienes emitan "programas hostiles" a su planteamiento. Más valdría indagar, a modo de ejemplo, sobre qué llevan dentro los tablighi, y otros grupos islamistas, hermanos en ideas del yihadismo. Zapatero debiera ver El silencio del agua y Persépolis.

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