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EXTRAVÍOS
Columna
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Contrafactual

En el primer poema, titulado 'Ausencia', de su recién traducido libro Dos puntos (Igitur), la poeta polaca Wislawa Szymborska (Bnin, 1923) le da por especular acerca de qué habría sido de ella si quienes fueron sus padres, en vez de haberla engendrado, se hubiesen respectivamente emparejado con otros para semejante reproducción biológica. Y aunque el resultado es obvio, usando del privilegio de su imaginación, cuyo único límite para ella es la ironía, continúa y se piensa acudiendo a la misma clase que su hipotética rival, con la que no le uniría ningún vínculo de parentesco y, según conjetura, tampoco de amistad. No obstante, al final del poema, se enfrenta ante el indefectible hecho escolar de la foto colectiva del grupo de compañeras y al no menos indefectible fotógrafo de turno advirtiendo que se numeren para que ninguna falte a tan importante registro, dejando en suspenso el disparo luminoso hasta que oye: "Sí señor, estamos todas".

Aunque la licencia poética, que emplea Szymborska en 'Ausencia', tiene su inequívoco modo verbal, no está autorizado su uso en ninguna disciplina de lo que hoy llamamos ciencia, porque, como ahora se estila decir, es "contrafactual" y, por tanto, algo así como mentalmente perderse en las musarañas. No obstante, ese empezar el libro poniéndose a ella misma fácticamente en cuestión es el mejor pórtico para todo lo que viene a continuación, que no es sino insinuar lo absolutamente aleatorio que es todo lo que nos pasa salvo la muerte, a la que tampoco sabemos darle un sentido. De todas formas, el momento más álgido y diabólicamente divertido de este libro es el del poema titulado 'El horrible sueño de un poeta', en el que se narra la pesadilla de un vate emplazado en un mundo físicamente igual al nuestro, pero cuyos seres no sólo se comunican entre sí mediante un lenguaje regido por el modo incondicional, sino en el que, por consiguiente, no está autorizado nada que pudiera sólo pensarse o verse con los ojos cerrados. Por lo demás, ni que decir tiene que en este onírico mundo, marcado por la estricta necesidad, había desaparecido la poesía, la filosofía y la religión, excrecencias del delirio contrafactual.

Aunque no cabe negar que la religión y la filosofía no se pueden atener sólo a los hechos, no creo que hayan jamás alcanzado la osadía contrafactual de la poesía, el único producto humano realmente gratuito y, por ende, irregulable. No en balde la gente ha considerado siempre lo poético como algo mágico, término que etimológicamente alude, no al "más allá" de lo sobrenatural, sino al aumentativo más allá de todo acá, con lo que, en buena ley, como apunta María Zambrano en Algunos lugares de la poesía (Trotta), "el lugar propio, natural, de la palabra poética sea el silencio". Es cierto que la poesía y, si se quiere, el arte no nos aportan más que convertirnos en los sorprendidos partícipes de un juego con reglas desconocidas, pero, como afirma también Szymborska, "cuando la noche es serena observo al cielo. / No deja de asombrarme cuántos puntos de vista hay ahí". -

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