Yo, me, mi
Dicen las encuestas que Alberto Ruiz-Gallardón es el político más valorado. En la lógica de contar con los mejores, el dato hubiera debido servirle para acceder al puesto que deseaba en la candidatura por la circunscripción de Madrid para las elecciones generales del 9 de marzo. Pero aquí lo que cuenta es la confianza y la sumisión. El talento y el criterio propio generan recelo y por eso el aspirante se ha granjeado el libelo de repudio. La escena se celebró en el despacho del presidente del Partido Popular, que se hizo acompañar del secretario general, Ángel Acebes, y de la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre. Lástima que estos momentos no se hayan grabado porque los argumentos y el body language aportarían esclarecimientos muy relevantes.
El talento y el criterio generan recelo, y por eso el aspirante se ha granjeado el libelo de repudio
En todo caso, como señalaba el pasado jueves un buen amigo periodista, al comentarlo en voz baja durante el programa informativo Hora 14 de la cadena SER, los sistemas de medida de la enemistad asignan el grado elemental a quienes ostentan la mera condición de enemigo y van elevando la valoración en la escala a través de las figuras de "enemigo íntimo" y de "enemigo fraternal" de tintes cainitas hasta llegar a la posición culminante reservada para los "compañeros de partido". Así lo ha comprobado el malquerido Gallardón en Génova, donde no se le ahorró humillación alguna ante sus correligionarios. Porque la manera en que se ha consumado el descarte del aspirante a diputado indicaría que Mariano Rajoy está poco versado en el conocimiento de las pasiones humanas y que apenas ha frecuentado la lectura de Shakespeare.
"He hecho lo mejor para mí y para mi partido", dijo el presidente del PP ante los periodistas y enseguida proclamó eso de "quiero ser presidente". Cuáles hayan sido los parámetros por los que se ha guiado para prescindir de Gallardón es una cuestión mantenida en el ámbito del misterio. Desde luego, el criterio de incompatibilidad entre la posición de alcalde y la de diputado, después de haber saltado por los aires en otros seis casos análogos, queda por completo invalidado para aducirse. Que esos seis colegas sean cabezas de lista por sus circunscripciones provinciales respectivas y que el cabeza por Madrid sea Rajoy tampoco explica la exclusión del "querido Alberto", ni hace inteligibles los largos meses de ambigüedad mantenida ante una aspiración reiterada.
Además, el intento de justificar una decisión liquidacionista de ese alcance a base de expresiones tan enfáticas con sobreabundancia del recurso a los pronombres de la primera persona del singular -yo, me, mi, conmigo- parecería obedecer o bien a una inflación patológica del "yoísmo", ese virus que ataca con saña a los políticos, o bien a un deseo de ocultar la penosa debilidad de haber cedido a una imposición exterior. Es decir, que vendría a ser la confirmación de aquel dicho popular que hace de las presunciones exhibidas el heraldo de las más seguras carencias. Así lo sostienen quienes dan por ganadora de este lance político a la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, empeñada en ejercer el boicot anunciado sobre su competidor, sin importarle que fuera tan a la vista del público, lo cual para nada evita que acabe pagando una prenda de considerable cuantía.
Pero con las elecciones en puertas, volvamos la vista al libro Zig-Zag de Hans Magnus Ensensberger (Editorial Anagrama). Allí explica que el reclutamiento y la trayectoria de los políticos permiten comprender ciertas desviaciones de la norma estadística y señala cómo muchas veces acceder a la política representa despedirse de la vida. En resumen, sostiene que un político profesional invierte largos años en asistir a reuniones, lo que acarrea graves consecuencias; que la mayor parte del tiempo restante lo invierte en la lectura de una riada ingente de documentos, expedientes, peticiones, acuerdos, directrices, dossiers, lo cual empeora la situación; que ni le está permitido exteriorizarse ni guardar silencio, de donde la trivialidad de sus palabras constituye un mérito; que se encuentra en la necesidad permanente de hacerse publicidad, situación harto embarazosa para cualquiera, sin que pueda evitar que le humillen en sus propias filas, ni se pueda entender qué le capacita para aguantar la sumisión exigida; que se le impone una total pérdida de su soberanía temporal y se le somete al mayor aislamiento social, sin que tampoco se le permita permanecer a solas. Vale, nada de compadecimientos, pero intentemos abrirnos a la comprensión.
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