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NBA: TIEMPO MUERTO
Columna
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Rivales que se nos atragantan

Un partido lo pierdes contra cualquiera, pero que un equipo claramente inferior te gane dos o tres veces tiene su miga. Se puede teorizar lo que se quiera, pero, cuando te sucede, que no te vengan con cuentos. Agarras un cabreo de padre y muy señor mío. A los Raptors nos acaba de suceder. Otra vez nos han ganado los Sixers, un equipo de la parte baja de la tabla. Esta temporada nos han vencido en tres de los cuatro partidos que hemos disputado. Antes de enfrentarnos el sábado, teníamos siete victorias más que ellos. No hubo manera. Lo peor es que nunca sabes a qué se debe esa especie de maldición. En Navidad hicimos una gira por el Oeste, bastante buena, en la que ganamos a aspirantes al título como los Spurs de San Antonio o los Hornets de Nueva Orleans, pero, sí, contra los Sixers perdimos. Tienen dos interiores, Dalembert y Reggie Evans, no muy talentosos, pero que van muy bien al rebote ofensivo, y también un base que, para mí, está muy infravalorado, André Miller: además de mover muy bien al equipo, anota, corre al contraataque y hace daño.

Otra vez nos han ganado los Sixers. Lo peor: nunca sabes a qué se debe esa maldición

El jueves nos enfrentamos al equipo que más se nos atraviesa, los Celtics de Boston. En este caso, se puede entender. Son los mejores de la Liga, y con diferencia: 32 victorias y seis derrotas. Nos han vencido las tres veces que hemos jugado. La primera nos dolió porque fue en la prórroga y con un triple de Ray Allen en el último segundo. Eso parece que pesa un poquito. No te condiciona, pero no sé si, aunque sea de manera inconsciente, te acuerdas y se te acaban atragantando. Otros equipos se nos dan la mar de bien. Es el caso de los Pacers de Indiana. Les hemos ganado las dos veces que nos hemos enfrentado. Tienen un tipo de juego parecido al nuestro, salvando las distancias, con bases muy creativos, con buenos tiradores desde las esquinas como Granger y Dunleavy, con una pareja interior que absorbe mucho juego, con O'Neal, que tiene un estilo similar a Bosh: le gusta recibir en el poste bajo, jugar de frente al aro, botar un par de veces el balón antes de encararlo.

Con la selección, aunque casi siempre acabemos ganando, uno de los equipos que nos plantea más dificultades es el de Israel. Es muy incómodo. No tiene nada que perder porque, teóricamente, es inferior a nosotros, pero tiene un estilo muy rocoso y siempre juega igual, gane por diez o pierda por veinte. En el Eurobasket les ganamos, pero durante el primer tiempo fuimos perdiendo por bastante.

Más ejemplos. En Málaga, la misma temporada en que logramos la Copa, el Breogán de Lugo, que descendió, nos ganó tanto en su cancha, fácil, como en la nuestra, con un triple de Stojic. En cambio, acabamos con la psicosis que se instaló en Málaga ante el Barça desde que se perdió aquella final de la Liga con un triple de Ansley fallado en el último segundo. Pasaron los años, desfilaron jugadores y entrenadores. Pero la tónica se mantuvo. No sé si es que flota en el ambiente o te lo recuerdan los aficionados. Hasta que en los cuartos de la Euroliga se les superó tras una eliminatoria muy bonita. Es parecido a lo que le ocurre a mi equipo favorito en el fútbol, el Atlético, cuando se enfrenta al Madrid. No me digan que no teníamos equipo para haberles ganado alguna vez en los últimos diez años. Es como un maleficio. Algo parecido a lo que le pasaba a Fernando Torres, al que se le daba muy bien el Barça, pero nunca podía con el Madrid. Una cruz.

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