Rica Navidad
El otro día escuché a escondidillas una conversación entre mi madre, emigrante argentina de hace más de 30 años, con la nueva chica que ayuda a que la casa se mantenga limpia, rumana. Compartían sus formas de celebrar las navidades con sus Reyes, Santa Claus y Papá Noeles prestados.
Prestados, porque mi madre, atea inconfesional y de mil culturas prestadas, le contó cómo en su Argentina natal la Navidad era un verano en familia sin más. Que en la escuela, en plenas vacaciones de verano, nada se hacía, ya que muchos de sus compañeros eran judíos, musulmanes o de la rara religión nipona. Y en medio de este mestizaje de convivencia enriquecida, lo normal era que cuando llegaba el Ramadán, faltaban sus compañeros musulmanes y las maestras les ayudaban en su vuelta al cole. Que cuando tocaba la celebración judía, faltaran, y los católicos lo celebraban en la intimidad de las vacaciones veraniegas, sin que nadie se enterara de demasiado.
Hoy, todos hemos asimilado un cierto Santa Claus que con zapatos o con calcetines llega algún día entre el 24 de diciembre y el 6 de enero, cada uno con una asimilación propia de sus entrecruzamientos migratorios y temporales. Todos, con un cierto olvido de sus tradicionales raíces y mucha asimilación del capital.
Y la conclusión de ese cruce de experiencias y reinvenciones de cada una, ambas inmigrantes, en un país riquísimo por lo que mandó más allá de sus tierras y por lo que recibe ahora y desde hace más de 30 años, es que ambas tienen la experiencia de la convivencia, la cooperación y la solidaridad. Aquí, antes y ahora, en una Navidad que sólo tiene sentido porque se reinventa cada año, con sus nuevos cruces culturales y personales. Nada más y nada menos, convivencia y enriquecimiento. ¡Qué rica Navidad.
