Marquesa de Santa Cruz: el sentido del deber
A los 93 años ha fallecido (el sábado 5 de enero) en Madrid la marquesa de Santa Cruz, Casilda Silva Bazán y Fernández de Henestrosa.
Era una mujer afable y cariñosa; con carácter y mucha personalidad; inteligente y ocurrente; con un profundo sentido del deber. En este aspecto, Casilda Santa Cruz era una aristócrata en la plenitud de la palabra. Heredera de linajes antiguos, asumía como una obligación natural el servir desde donde le había tocado. Su vida está marcada por el servicio a su país, a la Monarquía y su casa.
España es poco dada a los libros de memorias. Con las de Casilda Santa Cruz habríamos conocido, en primera persona, una vida llena, vivida con intensidad, con muchos recuerdos de interés para la pequeña y para la gran historia. Era fascinante escuchar sus conversaciones con Churchill, Eden, Macmillan o Douglas Hume, con Deng Xiao Ping o con personajes que han protagonizado la historia reciente de España. La sordera final no le limitó la agudeza ni el ingenio para hablar de lo que pasaba y conservó hasta el final la perspicacia en el juicio, fruto de mucho mundo, una gran experiencia y una inteligencia fuera de lo común.
Quizá su faceta más conocida fue la de mujer de diplomático, sobre todo en Londres. Allí acompañó a su marido en dos etapas, la segunda, durante 14 años, como embajadora a la que todavía se recuerda.
En momentos difíciles para la diplomacia española, logró que se abrieran muchas puertas y consiguió las mejores relaciones. Cuando se despidió de la Embajada en Londres, se presentó en la residencia el equipo al completo del Manchester United, otra lealtad sobrevenida que le duró hasta el final. Un vendedor de flores ambulante de Belgravia, contaba que no había crecido porque, de niño, la marquesa le daba una copita de jerez en la embajada para que aguantase mejor la intemperie.
Su paso por la Cruz Roja Española tuvo una ejecutoria impecable. Fue el primer español elegido para un puesto de alta representación en la Cruz Roja Internacional. La medalla Henry Davison, la máxima distinción de la Organización, se le concedió recientemente en reconocimiento a esta labor.
En la época en que había que tocar muchas teclas para que la Monarquía se restaurase en España en el legítimo heredero de la dinastía histórica, Casilda Santa Cruz, apoyando a su marido, actuó, siempre que pudo, con entrega e inteligencia en Madrid, en Londres, y en otras capitales europeas por las que se movía con familiaridad.
Como marquesa de Santa Cruz era muy consciente de la herencia que había recibido. Ha sido un modelo de buen hacer y sentido de la responsabilidad a la hora de conservar el patrimonio histórico familiar. Sin abandonar la propiedad, buscó fórmulas para que se mantuvieran los palacios de El Viso, en Ciudad Real, o de San Carlos, en Trujillo. Con una gran audacia, ella sola recuperó unos cuadros de Goya que habían desaparecido de su casa durante la Guerra Civil y acometió la restauración completa de San Bernardino, donde se siguen custodiando los fanales de Lepanto o las llaves de Túnez, conseguidas por don Álvaro de Bazán, entre otros testimonios de los servicios de la familia.
Hace unos años, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, se le impuso la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. En la laudatio se recordó que el lema de la orden es "a la lealtad acrisolada". La lealtad, sin duda, se puede predicar de la marquesa de Santa Cruz. Lealtad a su patria, a su Rey, a sus ideales, a su familia y a sus amigos.
Descanse en paz.
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