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Crónica:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

La cabeza de los españoles

Enric González

"La estética que desborda la ética. Un formidable sentido de la belleza. He aquí el primero de nuestros puntos débiles. Tenemos otros: somos excepcionales, inteligentes, sociables, elásticos y sensibles. Poseemos, para compensar, diversas cualidades: somos hipercríticos, caseros, propensos al acuerdo, pacíficos hasta el punto de parecer inútiles para la guerra, tan generosos que parecemos ingenuos. ¿Entienden por qué los italianos somos desconcertantes? Porque lo que el mundo considera nuestras virtudes son nuestras carencias, y viceversa".

La frase pertenece al libro La testa degli italiani, de Beppe Severgnini. Se trata de una obra ligera, irónica, presentada como una guía de las complejidades italianas para lectores extranjeros, y dirigida, obviamente, al público italiano. Severgnini, popularísimo periodista vinculado al Corriere della Sera, lleva años dedicando su columna 'Italians' a explorar "la cabeza de los italianos" y a intentar explicar el misterioso fenómeno de la italianidad. Italia es un país difícilmente comprensible, sobre todo para las mentalidades germánicas: es el caso de los propios italianos del norte, que no logran entender la sociedad en la que viven, o el de los españoles.

Los españoles somos imbatibles en materia de brutalidad verbal. No ya por los tacos, sino por la ausencia de matices

El mito de que españoles e italianos se parecen en algo ha provocado numerosos malentendidos. Por alguna razón, España suele ser considerada, por los de fuera e incluso por los de dentro, como una sociedad mediterránea. Eso es evidentemente falso: lo mediterráneo es la excepción, no la regla. También somos definidos como perezosos, anarcoides y alegres, cuando en realidad somos (forzando la presunción de que las comunidades humanas comparten rasgos comunes) más bien lo contrario: trabajadores, disciplinados y trágicos. Nos pasa como a los turcos, que viven en una península mediterránea y, sin embargo, conservan en el alma la melancolía de las infinitas estepas asiáticas.

Las naciones nacen como un arreglo, o por accidente. Son simples instrumentos de convivencia. Las lenguas constituyen algo más sutil, porque las hacemos y nos hacen. Hablamos como somos y somos como hablamos. Una gira por diversos países extranjeros me ha permitido comprobar que los españoles resultamos imbatibles en materia de brutalidad verbal. No ya por los tacos, que los demás europeos nos envidian cuando necesitan expresarse con contundencia, sino por la ausencia de matices. Lenguas tan distintas entre sí como el inglés o el italiano cuentan con una infinidad de sfumature, fórmulas corteses, sobrentendidos, rodeos y atajos que aportan flexibilidad a la expresión verbal. Los españoles, ya antes de adoptar nuestro actual sistema de comunicación, compuesto de monosílabos, interjecciones, bufidos y tonterías que copiamos de la tele, fuimos precursores del lenguaje binario: uno o cero, sí o no, blanco o negro. La lengua castellana se basa en la rotundidad. No acepta siquiera las vocales dudosas: una e siempre es una e, cerrada, seca.

Se ha extendido bastante por Europa la idea de que los españoles nos hemos convertido en "alemanes del sur". Confío en que tal expresión no se refiera a nuestro sentido del humor. Por lo demás, el español que vuelve a su país tras una temporada fuera, pongamos 15 años, tiende igualmente a pensar algo así. Somos eficientes, serios, aplicados; gritamos cuando bebemos y, en general, también cuando no bebemos; carecemos de opiniones (lo nuestro es la convicción, la seguridad, la fe), y tendemos al exceso. En materia de afición por lo grotesco desbordamos a cualquier cultura, incluida la alemana; ése no es nuestro aspecto más elegante, pero ha generado una vibrante industria del entretenimiento que empieza a extenderse por la prensa y la política: supone, después de todo, puestos de trabajo para gente que tendría serias dificultades en cualquier otro ámbito. Lo grotesco satisface, por otra parte, nuestra pulsión igualitaria.

"El nuestro es un crepúsculo por capítulos; festivo y fastuoso, pero crepúsculo. Muchos de vosotros", escribe Severgnini, dirigiéndose al imaginario lector extranjero, "os sorprendéis ante esta nación cínica y cansada". Los momentos de declive tienen esa ventaja: favorecen la introspección y la lucidez. No es el caso de España, ahora mismo.

La testa degli italiani, Beppe Severgnini. Editorial RCS. 241 páginas.

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