Vacío federalista
Afirmar que el federalismo nunca ha tenido en España un arraigo sólido y profundo no es ninguna novedad. Evidentemente, la derecha española ni por asomo se ha acercado al federalismo. Ya costó lo suyo que en su momento aceptaran el título VIII de la Constitución, que sienta las bases del Estado de las autonomías, el cual utiliza algunas técnicas vigentes en Estados federales, pero dista de ser un modelo federal. En la izquierda las cosas no han ido mucho mejor para las tesis federalistas. El jacobinismo parapetado en un discurso en clave territorial o redistributiva hacia las regiones menos desarrolladas ha sido la tónica dominante que ha ahogado cualquier pretensión federalista de calado, entre otras cosas porque ha hecho creer que solidaridad y federalismo plurinacional eran incompatibles.
El federalismo en España ha sido el gran ausente del debate y las propuestas políticas
En verdad, con salvedad de las voces procedentes de Cataluña, el federalismo en España ha sido el gran ausente del debate y las propuestas políticas. La izquierda y el centro izquierda a lo más que han llegado es a utilizar para algunas de sus estructuras orgánicas terminología federalizante, pero de ahí no se pasa. Y lógicamente, ni el nombre hace la cosa ni el programa ni la práctica política responden a ningún principio federal. Pero si todo esto ya era así desde los inicios de la transición, con el desarrollo de la democracia el federalismo se ha ido diluyendo hasta resultar ilocalizable en las propuestas políticas sobre el modelo de Estado que los grandes partidos han puesto encima de la mesa.
Probablemente nunca como hasta ahora el PSC había percibido la soledad federalista en la que se encuentra o, si se prefiere, el vacío en el que caen sus propuestas federalistas. Hasta que Maragall alcanzó la presidencia de la Generalitat, el PSC vivía en una incomodidad relativa el vacío federalista del PSOE. Quizá porque la disputa con CiU a lo largo de más de dos décadas y la incapacidad socialista de arrebatarle la mayoría para gobernar hizo que las bases federalistas del PSC, sin desaparecer, tuvieran un protagonismo menor. Quizá porque muchos de los dirigentes socialistas catalanes creían saber que abanderar propuestas federalistas desde la oposición en Cataluña podía aproximarlos a CiU en sus reivindicaciones ante el Gobierno central y tensionar las relaciones que el PSC mantenía con el PSOE.
De esa incomodidad relativa se pasó a unos años (desde finales de la década de 1990 hasta mediados de la actual) donde no sólo el PSC alzó la bandera federalista y la del autogobierno, sino que algunos de sus dirigentes fueron más lejos que nunca en sus propuestas de reforma constitucional. Eran los años en que el PP y CiU sellaron una alianza que dejaba mucho territorio libre para recorrer al catalanismo de izquierdas. Fueron los años en que el PSOE purgaba en la oposición los excesos de poder cometidos y Maragall y el PSC eran de las pocas bazas desde las cuales se podía infligir una derrota a la derecha. Fue el periodo en que el socialismo en España construía un nuevo liderazgo, un relevo generacional en toda regla, que desde Cataluña se creía, primero, que se apadrinaba y, segundo, que respondería favorablemente a las tesis federalistas del PSC.
La imagen de Zapatero en el balcón del Palau de la Generalitat el día que Pasqual Maragall tomó el relevo en la presidencia del Gobierno catalán a Jordi Pujol fue, sin duda, el momento álgido de las expectativas de los federalistas catalanistas del PSC. Fue el instante mágico en que se creía que el momento de influir en el PSOE y acelerar en éste su apuesta federalista había llegado. Después vinieron las promesas de Zapatero y ese juego de seducción que el líder socialista español desplegó tan hábilmente hasta poco después de su victoria electoral. Quizá la capacidad de arrastrar desde el PSC al PSOE hacia el federalismo habría sido mayor si Zapatero no se hubiera alzado con la victoria el 14 de marzo. La derrota del PP devolvió al PSOE de manera progresiva a las actitudes que ya había tenido el Ejecutivo de González. Las promesas de Zapatero se fueron diluyendo y las apuestas de reforma del Estado que parecía compartir la nueva dirección socialista antes de la victoria de Zapatero se quedaron simplemente en un proceso consecutivo de reformas estatutarias, sin duda por el empeño del Gobierno de Maragall y el Parlament, pero en el que el PSOE no se distinguió del PP si nos debemos atener a la literalidad de las reformas de aquellas comunidades gobernadas por unos o por otros.
Es cierto que fue brutal la agresividad verbal del PP contra el Estatuto catalán y contra lo que ellos definían como una política encubierta de Zapatero de transformación del Estado de las autonomías. Pero no es menos cierto que Zapatero y su equipo declinaron cualquier oportunidad para hacer pedagogía del federalismo y la plurinacionalidad. Y con ellos, la izquierda intelectual y cultural española.
El PSOE y la izquierda española conllevan el federalismo y la realidad plurinacional, pero no la sienten como propia. Por eso consideran una deslealtad con el proyecto socialista algunas de las propuestas y actuaciones del PSC. El drama para el PSC es que estamos ante un nuevo PSOE, con una generación que tiene por delante como mínimo una década larga para seguir asumiendo el poder. Un equipo y una generación que a priori era la esperanza blanca para que las propuestas federalistas impulsadas por el PSC fructificaran en el PSOE.
En España no hay muchos más federalistas que los federalistas catalanistas. Y sus posibilidades de éxito son visibles. El problema para el PSC es que ahora gobierna él y difícilmente encontrará una salida que no sea la de la confrontación con el Gobierno central o la renuncia a sus ideas y principios, y al impulso decidido del nuevo Estatuto. Si no cambian mucho las cosas, el PSC deberá elegir entre volver a la oposición o asumir una creciente confrontación con el PSOE. Y si no, al tiempo.
Jspicanyol@hotmail.com
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