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Columna
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Con el canguelo en el cuerpo

A lo largo de los dos últimos lustros, como mínimo, hemos despedido cada año con una jubilosa celebración de vino y rosas. El feliz ciclo de prosperidad, o tal era la impresión más generalizada, nos había blindado no solo contra la crisis, sino también contra su mera mención, pues tal eventualidad parecía inimaginable o bien era exclusiva de los agoreros, la desarmada oposición política y los marginados del gran convite que ha mantenido al País Valenciano hasta hace unas semanas en una suerte de euforia sin pausa. Una euforia que aún alientan algunos sectores del PP, acaso porque confían en que la borrasca sobrevenida escampe o se produzca un prodigio y, en todo caso, porque son adictos al triunfalismo.

Pero hemos llegado al cap d'any bajo la deprimente certeza de que la desaceleración inmobiliaria o atonía de la gallina de los huevos de oro va a ser más grave y prolongada de lo previsto. Las historias que se publican, a la par con las que se cuentan en las sobremesas y mentideros mejor informados, describen un panorama desolador, una especie de colapso que se acentúa con las estrecheces o turbulencias financieras que afligen a cajas de ahorro y bancos, además del cierre y liquidación de negocios que acontece y se pronostica.

Solo faltaba, como síndrome confirmatorio de esta anemia, la parálisis de la Generalitat, que incluso ha de hacer filigranas para pagar las nóminas, según fuentes que están al corriente del meollo institucional. Un hecho ciertamente insólito. Así las cosas, ¿cómo emprender programas, proyectos u otras iniciativas? La consigna es obvia: todo el mundo quieto, cubrir las apariencias allí donde se pueda -que no es el caso de la autovía de Liria, tan escandalosamente abandonada- y a esperar tiempos mejores, con lo que puede darse por liquidada la legislatura.

Que la crisis ha llegado y nos ha metido el canguelo en el cuerpo no lo discute nadie. A lo sumo se especula acerca de su profundidad y duración, de las alternativas y opciones con que cuenta el tinglado económico valenciano para capear el temporal con los menores daños posibles, pues por lo que se ve y se percibe los únicos beneficiarios de este desfondamiento van a ser los abogados especializados en la ejecución de hipotecas, a quienes se les apila la faena. Todo lo cual contribuye a nutrir el pesimismo del vecindario y alentar las políticas recesivas o austeras del empresariado, con lo que se alimenta el desaliento general. La crisis económica, ya se sabe, es tanto lo que realmente sucede como que de ello imaginamos.

Claro que al PP autonómico le queda siempre el recurso de sacudirse las pulgas y endosárselas al presidente Rodríguez Zapatero, a él personalmente, que es el hombre a batir ante la próxima cita electoral. Un expediente simple que exime de analizar las causas, o al menos las más decisivas, del quebranto que empieza a abrumarnos, y de manera especial el tanto de culpa que incumbe al monocultivo del ladrillo que se ha promovido y cuyos estertores ponen en un brete la California del Mediterráneo que se nos ha publicitado, y de la cual, algunos de sus indicadores económicos señalaban sin ambigüedades la precariedad y fragilidad de la presunta opulencia. Un ejercicio de contrición tan ajeno e impensable en el PP como lo viene siendo la autocrítica -qué anacronismo- en todos los partidos políticos del signo que fuere.

El año, pues, acaba y el nuevo empieza bajo el síndrome de la crisis y de la incertidumbre, lo que no deja de ser una novedad que puede condicionar la batalla por el voto que ya se viene disputando. Será cosa de ver cómo se explica este episodio desde cada uno de los bandos en liza, aunque lo previsible es que, en gracia a la retórica electoral, nos quedemos en las apelaciones personales y un aluvión de simplismos. Pero quisiéramos equivocarnos y constatar en su día que se ha entrado al trapo y en los argumentarios de la campaña electoral se escudriña los déficits y las fisuras de la realidad valenciana tan bien disimuladas por la colonización del territorio y sus plusvalías. Unos déficits y, en definitiva, una crisis, que nos conmina a recibir el 2008 con fundadas reservas o franco temor. Y echarle el muerto al titular de Moncloa, además de falso y reiterativo, a pocos ha de engañar.

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