Anomia y religión
Durkheim advirtió que el mercado, el exceso de oferta (clave para el capital) y las relaciones fabriles (en la sociedad de finales del XIX a inicios del XX) provocarían la anomia social (en tanto que desaparición de un determinado nomos o ley: la ley moral). Anomia determinada tanto por una sobreabundancia de la oferta de bienes de consumo (que sólo persiste en tanto que el capital infla artificialmente el deseo de consumo para su propio beneficio) como por una destrucción de las regulaciones sociales anteriores a la modernidad.
En este incisivo y certero análisis, cuya verdad está más allá de cualquier duda, se apoyan de alguna manera todas las teorías sobre la revitalización de las religiones y de las ofertas míticas estilo new age. Igualmente, Julián Casanovas (EL PAÍS, 21-12-07) remite a una cierta crisis de la Modernidad Ilustrada ("... el descrédito de las utopías políticas") tal revitalización, convirtiendo tal reaparición en una suerte de recidiva, cuando no es más que síntoma -al que por su inapelable gravedad también deberemos tener en cuenta y tratar- de un mal estructural trágicamente más oneroso. La gravedad de lo que hoy acontece estriba en que la anomia ha dejado de ser un mero producto de una determinada cultura social y económica, como lo fue a inicios del siglo pasado, para pasar a ser la estrategia básica de una derivación de esa cultura (la cultura del llamado capitalismo impaciente, en palabras de Richard Sennet: desregulación es su leitmotiv, su concepto insignia) y que la utiliza para su violenta imposición urbi et orbi.
Ya no es que si actuamos de una determinada manera caeremos en la anomia, es que si no nos convertimos voluntariamente en anómicos seremos excluidos de la sociedad capitalista, de toda ella. La racionalidad de la Modernidad Ilustrada buscaba la autonomía (aquel que se dicta las leyes) del ser humano contra la heteronomía (aquel que se rige por leyes de otro) dictada por la Religión y el Mito. Hoy, y ante la contradicción que la racionalidad de la cultura del capitalismo impaciente genera en un ser social y político, como lo es persona por naturaleza, por la doble imposibilidad de dejar de serlo y de poder habitar otra cultura, hay que estar extremadamente formado e instruido en el humanismo para no ser seducido por la religión o el mito. Irónicamente, estudiar sólo ciencias nos puede arrojar en los brazos de los enemigos de la Modernidad.
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