¿Alonso?
A la intemperie, como sabios peripatéticos, los dos vagabundos discutían sobre McLaren y Renault. Hablaban con tal familiaridad de las escuderías que aquellas palabras aladas salían de sus bocas y retumbaban en la noche, ¡Renault! ¡McLaren!, a la manera de quien nombra facciones e históricos clanes en una obra de Shakespeare. De Alonso hablaban como de un vástago de Zeus. Agucé el oído. No se puede andar por la vida sin información básica. El mundo de la cultura es muy ignorante. Todavía no se ha publicado ningún ensayo sobre Alonso. Sabemos quién es Alonso, pero no lo que significa. La persona es. El ídolo carga con un significado. ¿Por qué Alonso es el ídolo y no lo es, por ejemplo, Marta Domínguez, la campeona europea de cross? ¿Por qué despierta más interés la ronquera veloz de un bólido que la silueta de una bella amazona campo a través? Es difícil convertir en thriller una carrera de cross. Lo que hace que Alonso sea, además de campeón, un héroe, es que compite con poderes oscuros. Su apariencia es campechana, de cultura de a pie, como Marta, pero Alonso tiene que combatir solitario dentro y fuera del bólido, en el espacio del futurismo, esa mezcla fascista de velocidad y rapiña.
Comprendí que estábamos ante un cambio de civilización el día en que oí conversar sobre fórmula 1 a las clientas de una panadería en el mercado coruñés de San Agustín. "Los caciques de la FIA le dieron la pole a Hamilton", decía indignada una señora. Pero a otra le caía simpático el tal Hamilton. "¿Sabes lo que le dijo al jefe en los boxes? Pues le dijo: 'No me vuelvas a hacer esto en tu puta vida". Alguien intervino entonces para comentar algo sospechoso sobre el monoplaza de Raikkonen.
Y ahí reconozco que ya me perdí, no sé si en la pole o en los boxes.
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