Sapos
Dada la simpatía de Zapatero por los terroristas (tal como vienen denunciando los dirigentes de la AVT y del PP), se entiende su foto con Gaddafi. Conociendo sin embargo la repugnancia de Aznar por los violentos y los dictadores, cabe imaginar el mal trago que supuso para él cenar con el líder libio en la intimidad de una jaima. Gajes del oficio. Los buenos políticos empiezan el día tragándose un sapo. Cuando uno se dedica al bien común, ha de aparcar la conciencia en favor del interés general o de la cuenta corriente particular. Seguro que Aznar tuvo poderosas razones de uno u otro signo para aceptar la invitación a ese festín al que, para más ignominia, también se tuvo que arrastrar Ana Botella. Es lo que tienen los sapos gananciales. Algo le ocurre a Gaddafi con Aznar, pues ya en su día le regaló un caballo que el entonces presidente del Gobierno de España aceptó a regañadientes (qué habrá sido, por cierto, de aquel noble animal).
Tal vez todas estas invitaciones, que el sentido de la responsabilidad le impiden rechazar, formen parte de un plan de los dictadores del mundo para acabar con uno de los últimos defensores a ultranza de la libertad. De ser así, quizá el próximo agasajo le venga de Fidel Castro, o del mismísimo Chávez, que para hacerse perdonar tendría que regalarle dos caballos, además de un contrato. Imaginamos que el peor momento de estas cenas debe ser el de los postres, cuando el dictador o el violento echan mano a la cartera a fin de pagar el favor. Para alguien que, como Aznar, odia todos los terrorismos, incluido el de Estado, tiene que resultar muy violento. Lo malo es que si continúa aumentando el número de caballos (o de contratos), tendría que acudir al próximo banquete con toda la familia, como cuando fue a visitar al Papa, otro demócrata que paga con indulgencias. Perra vida.
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