Entre Sally y Alfonso
Al empezar la absorbente lectura de Nueva York, el deseo y la quimera, de Alfonso Armada, un retrato global y personal de la ciudad que acaba de publicarse (Espasa), y que ayer se presentó en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), apadrinado por Arcadi Espada y Eduardo Mendoza, me viene el recuerdo de Sally Gutiérrez. Ahora Sally tiene una exposición en la Casa Asia de Madrid y está en proceso de montar su largometraje surafricano Tapolojo. La fui a visitar en su estudio en el piso 92 de una de las Twin Towers, pocos meses antes de que fueran derribadas con sendos avionazos. Me recuerdo apartando unas cortinillas blancas para mirar la estatua de la Libertad y el mar desde aquellas estrechas ventanas. Desde allí vendrían los aviones cargados de combustible y de pasajeros condenados, pilotados por dos fanáticos. Sally estaba apurando sus últimas semanas en Nueva York, becada para realizar un proyecto artístico que, como la mayoría de los suyos, partía de conversaciones y entrevistas con gente común, de las que extraía los fragmentos que mejor trascendían lo personal para aludir a lo que nos es común. Aquel piso 92 del Centro del Comercio Mundial estaba dedicado precisamente a albergar los talleres de una veintena de artistas de todas las procedencias y todos los lenguajes, las escuelas, las prácticas. Los demás pisos estaban consagrados a amasar dinero, salvo el 92, dedicado como digo a la práctica artística: lo cual, si me detengo a pensarlo, me induce al escepticismo y a la pasividad. Como todo lo demás. Durante semanas y meses, y casi hasta las vísperas de la catástrofe, Sally paseó con la cámara de vídeo en la mano por el interior del rascacielos y charló con el personal que trabajaba allí: ascensoristas, porteros, oficinistas, camareros de los restaurantes, empresarios, miembros del servicio de limpieza y del servicio de seguridad. Quizá ella sea la única persona en el mundo que conoció personalmente a tantas de las víctimas, lo cual no creo que se pueda considerar un privilegio sino lo contrario. De los kilómetros de película que rodó, de ese panteón de fantasmas sonrientes explicándole las relaciones de cada uno con la ciudad, y cómo afectaba a esas relaciones el hecho de trabajar en las Torres Gemelas, salió un vídeo de 30 minutos, el City Game TV que ya ha visto tanta gente y que es tan impactante. En Nueva York, el deseo y la quimera Armada cuenta el fatídico 11 de septiembre tres veces: la primera, con el relato de los hechos más o menos desnudo, más bien de la observación de los hechos por un corresponsal que estaba allí, vio desde la terraza de su casa impactar el segundo avión contra la segunda torre y asistió a pie de obra a los ulteriores acontecimientos. La segunda, el análisis y la interpretación de esos hechos por los analistas más solventes y por los más influyentes; la tercera es un acercamiento más íntimo a aquella apoteosis del terrorismo a través del diario personal del autor, donde reseña, por ejemplo, el vacío total en las calles y el extraño, ominoso silencio durante la noche que siguió a los atentados, cuando los vecinos, recogidos en sus viviendas, aguardaban conteniendo la respiración el menor signo de una nueva y más devastadora agresión. Todo con letra clara, con mucho nervio, con prosa distinguida.
Alfonso vivió siete años en Manhattan, desde 1999 hasta 2005, y tuvo que volverse a Madrid, me dice, para poder acabar este libro obsesivo donde quería meter todo lo que han dicho o escrito sobre la ciudad.
-Tuve que irme para no seguir intentándolo -me dijo ayer, temprano, desayunando su segundo café, antes de irse de vuelta al aeropuerto-. Tuve que dejar la ciudad para librarme del libro.
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