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Columna
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De ratones y tirones

Lo más importante que me ha sucedido en los últimos tiempos es el hallazgo en Mongolia del ratoncillo-canguro. Una expedición científica dirigida por el doctor Jonathan Baillie, de la Sociedad Zoológica de Londres, ha grabado por primera vez a esta criatura minúscula y noctámbula, cuyo asombroso y simpático aspecto ha hecho las delicias de nuestra pantalla personal y nos ha trasladado por segundos al desierto del Gobi.

La fugacidad de su presencia virtual alivia lo que se observa por aquí. Más que nunca, el centro de Madrid se ha convertido estos días en materia de investigación científica. Una gigantesca masa humana ha tomado las calles, comerciales ya por definición, en un delirio consumista que podría decir que alcanza cotas de desastre moral si no fuera porque tampoco pretendo ponerme dramática en estas fechas tan señaladas, y dado que me queda el vídeo del ratón-canguro para darle al play y que se me descongele la sonrisa. El niño dios me libre de personalizar con dedo acusador, pues en este pesebre estamos todos, lo que no quita para considerar que el consumismo al que me refiero es básicamente idiota y tiene diversas manifestaciones: desde las 13.000 personas diarias que visitaron el Prado durante el puente de la Inmaculada Constitución hasta las decenas de miles que deambulan por Preciados cargando bolsas de cosas, no ya inútiles, lo que sería suponerles una cualidad atractiva, sino innecesarias, contingentes, cuya única razón de ser es el hecho mismo de ser consumidas precisamente ahora y todos a una Fuenteovejuna. Se lo van a pasar pipa los antropólogos del futuro.

Anular mis tarjetas de crédito justo en estas fechas me ha situado en una posición interesante

Yo he tenido la suerte de haber sido víctima de un tirón. Mucha más fortuna que el pobre hombre al que han mandado a la UVI de un atraco con ensañamiento en el mismo barrio, la Chueca de nuestros amores y nuestros dolores. Lo mío fue de una limpieza casi encomiable, desde un ciclomotor, tan rápido que sólo me dio tiempo a lamentar para mis adentros, dado que no soy mujer de bolso, la pérdida de un bolsito escocés que me iba mucho, rollito Vivienne Westwood, un poco punki chic, para entendernos. Es lo que de verdad he sentido, pues tener que anular mis tarjetas de crédito justo en estas fechas me ha situado en una posición muy interesante. Como tardarán un tiempo en enviarme las nuevas, me veré obligada a ir al banco a sacar dinero. Esto significa que tendré que calcular cuánto saco o cuándo necesitaré volver a pasarme por la oficina bancaria, un cálculo que conlleva en gran modo la toma de una conciencia del dinero real que se diluye cuando éste adquiere diabólica virtualidad en forma de ese cómodo plástico con el que voluntariamente nos dejamos atracar de tienda en tienda y de cajero en cajero.

Esa razón de ser acumulativa, que alimenta con ansia la destructiva máquina de producción y convierte la Gran Vía en un gran centro comercial al aire libre, es el paisaje social en el que se están formando las jóvenes generaciones que tan falaz preocupación provocan ante el Informe PISA. En lugar de ser arterias por donde circule el oxígeno que bombea los órganos imprescindibles para la vida, para su corazón y su digestión y su depuración, nuestras calles principales se empachan hasta la arterioesclerosis de una angustiosa estupidez que se solidifica como colesterol en la masa consumista. ¿Vamos a estallar de atracón y aún nos extraña que a nuestros niños indigestos no les llegue el riego al cerebro? Tragado lo tragado, ¿a alguien se le escapa el sentido de la última obra del artista madrileño Santiago Sierra, expuesta en la galería Lisson de Londres y consistente en 21 módulos antropométricos elaborados con mierda humana procedente de la India? Visto lo visto, ¿puede sorprenderle a alguien que lo mejor que me haya sucedido en los últimos días (mejor, incluso, que ser desposeída de mis tarjetas de crédito) sea la aparición en escena del ratoncillo-canguro de Mongolia? En plena recuperación de la soportable levedad del tirón de mi bolso, pongo las noticias de la tele. La visión del mundo que desgrana el aparato rey es tan horrible que debiera llevar dos rombos. Incluye la expresión "jornada negra", en no sé dónde, pero da igual: es una sucesión tal de negruras que hace casi imposible que cualquiera ame el mundo, tampoco nuestros fracasados escolares. No lo comprendo: ¿por qué no insisten en la extravagante y divertida belleza del ratoncillo-canguro? Así que doy de nuevo a mi play. Y sonrío.

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