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Columna
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Su vida era la pintura

La desaparición de un artista nos hace ver su figura y su obra, de pronto, a una nueva luz. Guinovart era, hace sólo unos pocos días, ejemplo de trabajo y creatividad incesante. Era bien conocida su gran capacidad de trabajo y constantemente nos llegaban noticias de sus constantes exposiciones. Hombre vital, su vida era la pintura. Recordemos, de sus recientes exposiciones, la que está abierta en el Museu d'Història de Catalunya, en Barcelona, dedicada a su gran aportación al cartel, que fue inaugurada, precisamente, pocas horas antes de que sufriera el primer ataque al corazón. Cuando parecía que se había recuperado, se ha producido el segundo y definitivo. Conociéndole a él y conociendo su gran pasión por la pintura, su muerte ha sido como él, rilkeaneamente, habría querido que fuese.

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Guinovart, telúrico y moderno

Josep Guinovart, Guino, como era conocido por familiares, amigos y conocidos, nos deja una obra amplia y rica que ha merecido numerosos importantes reconocimientos. Su obra, aunque tenga como denominador común el gusto por la pintura, cubre un espectro muy amplio. A los cuadros y dibujos hay que sumar su abundante obra grabada y litografiada, los montajes e instalaciones, la escultura, la ilustración de libros, la decoración teatral y objetos de difícil clasificación. En general, la obra de este gran artista se caracteriza por su constante ruptura de los posibles límites. Transgresor no sería palabra apropiada, puesto que supondría la aceptación de unos límites y reglas, los cuales se trata de transgredir. De manera natural, Guinovart diluye los límites entre arte y vida. Transformación es término apropiado.

Al igual que cada obra supone una transformación de unos materiales tomados muchas veces directamente de la realidad cotidiana o de la naturaleza, su trayectoria nos muestra etapas en las que podríamos decir que aparece un nuevo Guinovart. Lo cierto, sin embargo, es que el conjunto de producción tiene siempre su sello, perfectamente reconocible. Los cambios se producen, de acuerdo con nuevas experiencias, artísticas y vitales y el desarrollo histórico, pero en los niveles más profundos, lo que él, como todo gran artista, nos quería decir, nos dice, es lo mismo. Una sed por conocer la realidad, creándola. Una necesidad de identificarse con la naturaleza y con cada uno de sus elementos, con todo lo que le rodeaba.

En el panorama del arte catalán y español, su obra se afirma por una personalidad que es tan extensa y rica como compleja. Era capaz de una gran fuerza -la del "músculo Guinovart", en palabras de Moreno Galván- y en muchos otros momentos, de una gran delicadeza. Sus rojos y azules intensos, sus negros, sus blancos, se alternaban o conjugaban con tonos muy matizados y sutiles. Su arte podía ser una fiesta, de un color lujurioso, y una imagen grave, profunda, como sus visiones nocturnas del campo de Agramunt, donde pasó parte de su infancia, durante la Guerra Civil y quedaría grabada para siempre en su memoria y en su pintura. El arte catalán es bifronte. La da el moderado Noucentisme de un Sunyer, pero también la pasión oscura de un Nonell y la pasión de un Mir. La obra de Guinovart, cuando, desgraciadamente, él ya no está entre nosotros, seguirá creciendo, con el vigor de la naturaleza y el inagotable de las grandes creaciones artísticas.

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