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Tribuna
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Bolivia, autonomías manipuladas

Bolivia en la primera página de la prensa internacional. Ésta es la noticia. El país nos parece remoto y exótico, pero aparentemente la problemática nos resulta próxima: autonomías, capitalidad compartida, reforma de la Constitución. Regreso de Bolivia y me parece que esta temática no es lo que parece. Las autonomías y la capitalidad son el resultado de una crisis previa, iniciada por la voluntad de la mayoría de la población de ver reconocidos sus derechos y sus identidades. Las autonomías regionales y la resurrección de la dormida capital histórica son instrumentos de la reacción de la minoría criolla dominante, que teme perder poder y privilegios.

Como siempre, especialmente cuando nos referimos a los países latinoamericanos más pobres, sólo las muy malas noticias, o interpretadas como tales, son noticia. Unas noticias que se presentan siempre teñidas de ruido y de furia. Los muertos en las manifestaciones de los que se resisten a una Constitución presuntamente impuesta por el Gobierno, las regiones de la Media Luna (es decir, las de economía más dinámica) movilizadas por su autonomía, el supuesto proyecto del presidente Evo Morales de legalizar constitucionalmente los salvajes usos y costumbres indígenas que se caracterizan por su crueldad (las imágenes de los dos perros torturados por los ponchos rojos han dado la vuelta al mundo). Y la ciudadanía de Sucre levantada en defensa de su histórica capitalidad. Si la realidad es lo que difunden los grandes medios de comunicación de todo el mundo, ésta es la realidad.

La población criolla boliviana soporta mal que el líder de los indígenas sea el presidente

El día antes de viajar a La Paz me llamó Miguel Núñez, el legendario dirigente del PSUC. Me pidió que saludara a Evo Morales. Le prometí que daría el mensaje al ministro o al viceministro de Presidencia, organizadores del encuentro en el que iba a participar. Miguel me contó que hace unos años, cuando Evo era un líder social reconocido en toda Latinoamérica, hubo un encuentro en Bolivia de organizaciones sociales y políticas. Los organizadores habían reservado hotel para algunas de las personalidades invitadas, entre ellas Miguel y Evo. Al terminar la jornada de trabajo ambos fueron al hotel y el gerente comunicó a Núñez que tenía la habitación a su disposición, pero no su acompañante, actual presidente, pues el hotel no admitía indígenas. Una metáfora de una Bolivia que no tolera a los indígenas.

El seminario al que asistía versaba sobre Descentralización del Estado, organizado por el Ministerio de Presidencia con el apoyo de la Cooperación Española. Me acompañaba Jaume Galofré, director de los Servicios Jurídicos de la Generalitat. En La Paz nos esperaba el embajador y encontramos una directora general del Ministerio de Hacienda, también ponente del seminario. Al encuentro asistían miembros del Gobierno boliviano y opositores, así como expertos europeos y latinoamericanos, más académicos que políticos. Y un intelectual de origen aymara. El ambiente de las discusiones era todo más moderado que radical, más técnico que político. Y las intervenciones de los representantes gubernamentales indicaban una sorprendente disposición a aprender del constitucionalismo europeo.

Bolivia arrastra una fractura histórica. En 1825 Bolivia proclamó su independencia y su Constitución. Todos los ciudadanos adquirían el derecho a votar, excepto los indígenas, que eran aproximadamente el 90% de la población. Actualmente, la población indígena representa el 60% de los más de nueve millones de bolivianos, la mitad de ellos viven en comunidades y la otra mitad en las áreas urbanas. Su líder es presidente. Una gran parte de la población criolla y mestiza lo soporta mal.

El encuentro terminó el mismo día que se aprobaba la estructura de la nueva Constitución. Al terminar su ponencia, una antropóloga de origen hispano-alemán, que lleva muchos años trabajando con comunidades indígenas en Ecuador y en Bolivia, fue abordada por cuatro personajes del partido Podemos, la coalición de centro-derecha opositora. Con formas muy agresivas, tratándola de "gringa de mierda", le reprocharon que hubiera mencionado el "racismo" y la histórica exclusión de los indígenas. "Si a mí me tratan así, cómo deben de tratar a los indígenas...", les contestó. "A los indígenas no los tratamos, no tenemos por qué tratarlos de ninguna forma", le contestaron. Es decir, no existen. Aquel incidente en un contexto apacible y dialogante resultó muy significativo.

La elección de Evo Morales creo que en el fondo sorprendió a todos, incluido el interesado. El movimiento político que lideraba, el MAS, esperaba ser la fuerza más votada, pero no obtener la presidencia (53% de los votos). Luego ganó las elecciones generales (50,3%) y obtuvo la mayoría absoluta de los escaños. El MAS es un movimiento joven, políticamente inmaduro, que representa en gran parte una población de pobres y excluidos, humillados y ofendidos. Es heterogéneo y contradictorio, procede de una cultura mágica y expresa orgullo identitario y también afanes democráticos racionales. Es la principal fuerza político-social que apoya al presidente Evo, pero también la que le puede ocasionar graves problemas de desbordamiento local y de imagen global.

El encuentro y las conversaciones con unos y otros nos ofrecieron una visión más matizada de la realidad. Cuando escribo estas líneas, una semana después, parece, sin embargo, que así como "la naturaleza imita al arte" la historia imite, a posteriori, la visión trágica e interesada del discurso apocalíptico que la ha precedido, puesto que actualmente Bolivia parece caminar hacia un enfrentamiento civil de consecuencias impredecibles.

La reciente iniciativa de Evo Morales de someterse a referéndum y promover la reforma legal para que los nueve prefectos (gobernadores), elegidos antes de las presidenciales, hagan lo mismo es audaz y de alto riesgo, pero puede crear las condiciones mínimas de gobernabilidad, siempre que unos y otros acepten el juego. Los prefectos de los departamentos de la Media Luna (los más ricos) no actúan como representantes del Gobierno como en el pasado, sino como promotores de la oposición y de la desobediencia civil.

Jordi Borja es profesor de la Universitat Oberta de Catalunya

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