Momentos decisivos de la Edad de Plata
Revista Índice
Número 1. Madrid, 1921
Esta sobria revista, fundada y tipográficamente cuidada por Juan Ramón Jiménez, inicialmente impresa e ilustrada por Gabriel García Maroto, y de la que salieron cuatro números, fue la primera plataforma de lo que más tarde se conocería como generación del 27. En ella encontramos las firmas de Dámaso Alonso, José Bergamín, Juan Chabás, Gerardo Diego, Antonio Espina, Federico García Lorca, Jorge Guillén, José Moreno Villa o Pedro Salinas. Dos años después, el autor de Platero y yo publicaría en su exquisita Biblioteca de Índice los dos libros aurorales de Salinas (Presagios) y Bergamín (El cohete y la estrella), así como Signario, de Antonio Espina, y Niños, del pintor Benjamín Palencia. La casi totalidad de estos poetas terminarían renegando del magisterio juanramoniano, algo especialmente evidente en los casos de Bergamín, Guillén y Salinas.
Timoteo Pérez Rubio
Retrato de Rosa Chacel, 1925
Realizado en nuestra Academia de Roma por su marido, el pintor poscubista extremeño Timoteo Pérez Rubio, con el que años después compartiría el exilio brasileño, este excelente retrato nos permite evocar a una de las grandes prosistas de la generación del 27, y a alguien que siempre reivindicó, con matices -recuerdo una conferencia suya al respecto en el Instituto de Cultura Hispánica-, a prosistas como Benjamín Jarnés o Antonio Espina. Roma fue la ciudad donde la futura autora de La sinrazón escribió su primera novela, Estación ida y vuelta, aparecida en el Madrid de 1930, bajo cubierta también de Timoteo Pérez Rubio, al que ya tras su desaparición dedicaría un gran libro, Timoteo Pérez Rubio y sus retratos del jardín (1980). Merece atención un término ahí empleado por la narradora: el "pintar duro".
Concurso de cante jondo
Cartel de Manuel Ángeles Ortiz
Realizado en Granada, en 1922, en un estilo entre cubista y ultraizante, este fantástico cartel, que chocó al público de la época -sin embargo, Ignacio Zuloaga salió en su defensa-, constituye una de las primeras manifestaciones plásticas del neopopularismo veintisietista. Impulsado por Manuel de Falla y por un jovencísimo Federico García Lorca, el concurso supuso la entronización del flamenco como referencia generacional. Entre los asistentes, Ramón Gómez de la Serna y Edgar Neville. A lo largo de su vida errante (Madrid, París, Buenos Aires, París de nuevo, donde pasó los últimos años de su vida casi a la sombra del Odeón), Manuel Ángeles Ortiz se mantendría fiel a la amistad con el compositor y con el poeta -pronto se sumaría otra asimismo decisiva: la que mantuvo con Pablo Picasso-, proponiéndose como ideal una pintura jonda.
Francisco Bores
La playa, 1926
Presente en la colección del Museo Nacional Reina Sofía, de Madrid, dentro de un importante conjunto de lienzos y papeles donado en su día al Estado por la familia del pintor, este gouache luminoso, inspirado en una de las playas de la Costa Azul francesa que el madrileño, residente en París desde 1925, frecuentaba en compañía de Picasso, lo traigo aquí a colación porque considero que resume muy bien lo que entendemos por 27 pictórico, esa "pintura-fruta" teorizada por Francisco Bores, y a la que pertenece la producción de aquella época, en su mayor parte realizada en el París de Cahiers d'Art, de Manuel Ángeles Ortiz, Pancho Cossío, Juan José Luis González Bernal, Ismael González de la Serna, José Moreno Villa, Benjamín Palencia, Joaquín Peinado, Alfonso de Olivares y Esteban Vicente, entre otros.
Salvador Dalí
Bodegón con botella de ron, 1924
Recientemente incorporado a la colección del Museo Nacional Reina Sofía, este cuadro del de Figueras, que revela influencias puristas (Amédée Ozenfant) y metafísicas (Giorgio Morandi, cuyo trabajo conocía por Valori Plastici), tiene poco que ver con su producción más característica, pero es una obra enormemente esencial, de fuerte sabor twenties, vertiente neoclásica, algo que también puede decirse de su menos conocido Homenaje a Érik Satie, de 1926. Como valor añadido, su procedencia: Dalí le regaló el cuadro a Federico García Lorca, que lo tenía colgado en su cuarto de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En 1925 figuró en la Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos. De 1926 es la Oda a Salvador Dalí lorquiana, aparecida en Revista de Occidente. Posteriormente, Buñuel y Dalí romperían con el poeta, cuya evolución encontraban demasiado folclórica.
Revista Litoral
Números 5-6-7. Málaga, 1927
Obra de dos poetas impresores, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, LA revista del 27, y EL número de la misma, ya que, dedicado a la conmemoración del centenario gongorino, congrega a lo más granado de los poetas; a un compositor-faro como Manuel de Falla; y a unos cuantos de los pintores más representativos de aquel ciclo histórico, incluidos Picasso y Juan Gris, autor de su espléndida cubierta, una de sus últimas colaboraciones gráficas antes de su fallecimiento aquel mismo año. Litoral publicó una colección de suplementos en la que aparecieron títulos clave de Alberti (La amante), Aleixandre (Ámbito), Altolaguirre (Ejemplo), Bergamín (Caracteres), Cernuda (Perfil del aire), García Lorca (Canciones), Hinojosa (La rosa de los vientos), José Moreno Villa (Jacinta la pelirroja), Prados (Vuelta), Josefina de la Torre (Versos y estampas) y Fernando Villalón (La toriada).
Rafael Alberti
Marinero en tierra, Madrid, 1925
Galardonado con el Premio Nacional de Poesía, este libro fundacional de la obra albertiana, libro de versos salinos, claros, delgados, cancioneriles, lleva en su frontispicio un retrato de su autor realizado por Daniel Vázquez Díaz, otro andaluz madrileñizado, sobre cuya pintura escribió en la revista Alfar, de A Coruña. Otra presencia a destacar en el volumen publicado en la colección de Biblioteca Nueva es la de dos de los principales compositores del 27, Ernesto y Rodolfo Halffter, con sendas partituras de canciones con letras albertianas. Diálogo entre las artes: antes de decantarse por una palabra que a menudo iría acompañada de música, el poeta había iniciado una trayectoria de pintor, llegando, en el año 1922, a celebrar en el Ateneo de Madrid una exposición de composiciones abstractas.
Fernando Villalón
Retrato con garrocha
Garrocha en manos de Fernando Villaón. Sevillano, poeta-ganadero, poeta con garrocha, autor de Andalucía la baja (1927) y sobre todo de Romances del 800 (1929), uno de los grandes libros de la generación, Fernando Villalón constituye un muy interesante caso de poeta de transición del modernismo al Kaos vanguardista, por decirlo con el título de un libro que proyectaba al final de su vida. Para la consolidación de su leyenda fueron importantes las semblanzas que de él escribieron sus paisanos y amigos como Adriano del Valle, Joaquín Romero Murube y muy especialmente Manuel Halcón en su libro Recuerdos de Fernando Villalón: Poeta de Andalucía la Baja y ganadero de toros bravos: Apuntes para la historia de una familia (1941), volumen del que procede esta preciosa fotografía.
Gerardo Diego
Poesía española contemporánea
Absolutamente decisiva fue para la consolidación del canon generacional esta gran Antología de la poesía española contemporánea (Madrid, Signo, 1932) ordenada por uno de los poetas-profesores del grupo. Procedente de las aguas ultraístas y creacionistas, el santanderino seleccionó para la misma tan sólo a otro creador de trayectoria similar, su íntimo amigo Juan Larrea. El resto fueron los miembros de la generación del 27 propiamente dicha. La cubierta la diseñó el grafista Espert, sobre el que sabemos poco. En 1934 vería la luz una nueva edición, más ecléctica y contemporizadora, en la medida en que incluía a algunos posmodernistas. Fue enorme el impacto tanto de la primera como de la segunda antología. Sucesivas generaciones de hispanistas tendrían en Diego su principal referencia a la hora de adentrarse en la selva de la nueva lírica.
Benjamín Palencia
Insignia para La Barraca, 1932
Realizada para el grupo de teatro popular ambulante de Federico García Lorca, esta insignia de fuerte sabor rural, cosida sobre los monos azules de los "barracos", y que también se despliega en el correspondiente cartel, constituye uno de los ejemplos más sintéticos y afortunados de la poética castellanista de Vallecas, que tanta difusión alcanzaría durante los años republicanos. Palencia fue uno de los artistas plásticos que participaron en aquella aventura. Junto a él, Alberto, Manuel Ángeles Ortiz, la argentina Norah Borges, José Caballero, Ángel Ferrant, Ramón Gaya, Maruja Mallo, Juan Antonio Morales, Benjamín Palencia, Alfonso Ponce de León, el hoy al fin redescubierto Miguel Prieto...Nunca como entonces, la vanguardia estuvo tan enraizada en una tradición: la de nuestro teatro clásico, en el que los nuevos se contemplaban como en un espejo.
Federico García Lorca
Primer romancero gitano, 1928
El libro más popular del poeta granadino, aquel que condensa lo más andaluz y veintisietista de su arte, es sin duda Primer romancero gitano, aparecido en la colección aneja a la Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset, en la que también vieron la luz títulos de Rafael Alberti, Jorge Guillén y Pedro Salinas, además de algunas ediciones gongorinas. Inolvidable la cubierta bicolor del volumen, dibujada por el propio poeta, con su inconfundible estilo. Siempre tentado, al igual que Alberti o que, en Francia, Jean Cocteau, por el arte de los pinceles, el año anterior García Lorca había mostrado una selección de sus dibujos en las barcelonesas Galeries Dalmau, entonces una de las pocas salas vanguardistas de la Península. Una curiosidad editorial hispano-argentina: este ejemplar lleva su precio impreso en pesos.
Maruja Mallo
Verbena, 1928
Esta verbena es otra de las grandes piezas de la colección permanente del Museo Reina Sofía. Fue expuesta por la pintora nacida en Lugo en 1902, junto a otros cuadros de similar temática, en su primera individual, celebrada aquel mismo año en los salones de Revista de Occidente. El tema de la verbena madrileña lo encontramos también en la poesía del Ramón del Valle-Inclán ultraizante, en la música de Joaquín Turina, en la pintura de Carlos Sáenz de Tejada o de Alfonso Ponce de León, en el dibujo de Gabriel García Maroto, y en la película Esencia de verbena (1930), de Ernesto Giménez Caballero. Maruja Mallo, por su parte, evolucionaría, en sus Cloacas y campanarios, y en sintonía con su entonces compañero Rafael Alberti, hacia la poética terrosa de Vallecas. Pero Alberto le reprochaba: "Te gusta demasiado Mont-Blanc".
Rafael Bergamín
Chalet de El Viso, 1933-1936
La principal urbanización funcionalista y moderna del Madrid republicano la planeó el arquitecto Rafael Bergamín, hermano del poeta y ensayista José Bergamín, y figura importante, junto a Fernando García Mercadal, Luis Lacasa o Manuel Sánchez Arcas, de la llamada "generación del 25", el equivalente arquitectónico, en aquel Madrid, de la generación poética del 27. Con él colaboró un poeta-arquitecto más joven, Luis Felipe Vivanco. En El Viso tuvo su casa y estudio el escultor Ángel Ferrant. En la vecina y asimismo bergaminesca colonia Residencia, Francisco Vighi, "el noveno poeta español", como lo llamaba Ramón Gómez de la Serna. Tras la Guerra Civil, Rafael Bergamín, que en 1915 había dibujado el anagrama del Café y Botillería de Pombo, se exiliaría en Caracas, a cuyo desarrollo urbano contribuiría decisivamente.
Luis Buñuel y Salvador Dalí
Un chien andalou, 1929
Ya incorporados al grupo surrealista de París, y ya abruptamente distanciados tanto de Federico García Lorca como de Juan Ramón Jiménez, el cineasta aragonés y el pintor catalán realizaron esta película provocadora y mítica, estrenada en el Studio des Ursulines. Algunas de las escenas de la misma constituyen momentos de especial intensidad, y obviamente estoy pensando en la mano devorada por las hormigas, y sobre todo en el ojo rasgado por una cuchilla de afeitar. Una segunda experiencia conjunta fue L'Âge d'or, de 1930. Del ultraísmo al surrealismo, pasando por la vecindad de Lorca y otros poetas del 27, Buñuel y Dalí habían caminado juntos. Estas películas constituyeron la culminación de su compromiso surrealista. Posteriormente sobrevendría la ruptura entre ellos, que se tornaría definitiva a partir del estallido de la Guerra Civil.
Lorca y La Argentinita
El rincón del piano
En un ángulo del salón de la casa chamberilera de Pilar López produce una gran emoción toparse con el piano en el que Federico García Lorca acompañaba a La Argentinita. Folclore y música culta, poesía y pintura, particularismo y universalismo: el poeta granadino trabaja a partir de estas dualidades, encarnando uno de los proyectos más completos del tiempo que le tocó vivir, y que se iba a cerrar abruptamente con su asesinato. Un piano cerrado, en un salón madrileño, nos hace pensar en la amistad del poeta con el compositor granadino Manuel de Falla, con Adolfo Salazar o, en Cuba, con Antonio Quevedo y su mujer María Luisa Muñoz; en las canciones lorquianas de Gustavo Pittaluga; y en términos más generales, en la existencia de un 27 musical, que goza de cada vez mayor fortuna crítica.
Ramón Gaya
Bodegón de la Mandolina, 1927
Pintado en el propio año 1927, este cuadro de Ramón Gaya, propiedad de la familia de Juan Guerrero Ruiz -aquél al que Federico García Lorca llamaba "cónsul general de la poesía", y que reunió una de las grandes bibliotecas de su tiempo-, es una obra encantadora, característicamente neopopularista. Su autor, cuando lo pintó, tenía 16 años, y ya colaboraba con dibujos y textos, en la revista Verso y Prosa, que hacían Guerrero Ruiz y Jorge Guillén, flamante catedrático de la Universidad de Murcia, ciudad que se adivina tras su primer Cántico (1928). Al año siguiente, Gaya iba a visitar por vez primera París, y a desencantarse definitivamente de las vanguardias. Principal ilustrador, durante la Guerra Civil, de la republicana Hora de España, su obra crecería en el exilio mexicano y, de modo todavía más evidente, en Roma.
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