Herederos de Falla
La música española tuvo un antes y un después con Manuel de Falla. El paso del tiempo no ha hecho más que engrandecer su figura. Abrió el camino a un proceso de modernización desde las raíces populares y supo conjugar los elementos propios de la tradición con los valores universales. La generación musical del 27 puede considerarse su heredera natural. El nombre surge por analogía con la generación literaria así llamada, aprovechando el impulso del movimiento poético. Agrupa a los músicos nacidos en torno a 1900, cinco años más, cinco años menos. De hecho los dos compositores que desde una perspectiva actual se consideran sus valores más emblemáticos nacieron en 1896 y 1905. Se trata de Roberto Gerhard y Ernesto Halffter, respectivamente. De todos modos, no se identificaban a sí mismos con la denominación con la que hoy se les conoce. El Grupo de los Ocho en Madrid, con Ernesto y Rodolfo Halffter, Salvador Bacarisse, Gustavo Pittaluga, Rosa García Ascot, Fernando Remacha, Julián Bautista y Juan José Mantecón, y el del mismo nombre en Barcelona con Roberto Gerhard, Eduardo Toldrá, Lamote de Grignon y Manuel Blancafort, entre otros, fueron algo así como los embriones de la generación musical del 27.
Todos los compositores del periodo reconocían el magisterio de Falla. El reto mayor al que se enfrentaban era desarrollar las propuestas musicales por él iniciadas y perfilar su personalidad como creadores. La música española estaba quemando etapas aceleradamente para situarse en una situación de normalidad respecto a Europa. Dieron como grupo un paso sustancial. No fue una generación populista, pero no desdeñaron lo popular. De la música europea fue la francesa la que más les influyó, salvo en casos aislados como el de Gerhard en la que pesaron influencias centroeuropeas e inglesas.
Ha sido precisamente Gerhard el compositor del que se han hecho más y mayores esfuerzos para una recuperación de su obra -o normalización, si se prefiere- en las últimas décadas en España. Razones había, incluso anecdóticas, pues pasaba en determinados ambientes por ser un compositor inglés. De hecho emigró a Inglaterra después de la Guerra Civil y en 1960 se nacionalizó británico, falleciendo en Cambridge en 1970. Roberto había pasado a ser identificado como Robert, aunque él en ningún momento olvidó sus orígenes y ahí está su música para demostrarlo. Había nacido en Valls, Tarragona, con familia de ascendencia suiza. Fue el único alumno español de Schönberg, lo que marcó de una manera determinante su creatividad. El teatro de La Zarzuela recuperó en 1992 su ópera La dueña -sobre un texto de resonancias hispánicas de Sheridan, que Prokófiev utilizó también en Bodas en el monasterio-, en un montaje escénico de José Carlos Plaza con dirección musical de Antoni Ros Marbá. Causó sensación. Ocho años antes había supuesto una conmoción un concierto monográfico dedicado a Gerhard en el viejo Real por la London Sinfonietta, dirigida por Oliver Knussen. Los ingleses lo hicieron maravillosamente. Las orquestas españolas se pusieron manos a la obra para facilitar la "vuelta a casa" del compositor. La más diligente fue la Sinfónica de Tenerife, que, de la mano de Víctor Pablo Pérez, grabó la integral de las sinfonías y un ballet como Don Quijote, y tuvo el descaro de llevar como plato fuerte a Gerhard en una gira que incluía el mismísimo Royal Festival Hall de Londres. Después la orquesta de Barcelona iniciaría también una serie de grabaciones sobre el compositor catalán. La "moda Gerhard" se ha superado en los últimos años, pero su música se ha asentado de forma definitiva en España.
El otro cabeza de serie de esta generación, Ernesto Halffter, era el favorito de Adolfo Salazar, el crítico musical -y no sólo musical- que apoyó incondicionalmente a los músicos del 27. Nacido en Madrid y perteneciente a una familia que aún hoy tiene continuidad musical con Cristóbal Halffter y, en la faceta de dirección de orquesta, con Pedro Halffter, Ernesto Halffter ha dejado como herencia, entre otras muchas cosas, la que me atrevería a decir que es la obra perfecta de la generación del 27: la Sinfonietta, de 1925. En ella se conjugan todas las aspiraciones de la música española en un momento determinado, desde la continuidad de los postulados de Falla hasta los ecos de cierto neoclasicismo de la música europea ejemplificados en Stravinski, pongamos por caso. Valgan estos apuntes sobre Roberto Gerhard y Ernesto Halffter como reconocimiento a una generación que salió airosa de un reto complicado y abrió horizontes a la música española, situándola en sintonía con los planteamientos europeos más avanzados del momento.
Cabe mencionar otro aspecto en relación a la Generación del 27. García Lorca fue amigo de Falla, al que conoció en 1920, y con él se involucró de inmediato en la preparación del Concurso de Cante Jondo. La unión de lo popular y lo culto fascinaba al poeta. Sus Trece canciones españolas antiguas han sido inmortalizadas por intérpretes sublimes en estas lides como Victoria de los Ángeles o Teresa Berganza. "Son modernas pero con un poso popular", decía de ellas esta última. La verdad es que estas pequeñas piezas breves se han incorporado de una manera inequívoca a la memoria colectiva. -
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