"Mi trabajo más estable fue friegaplatos"
Ser un símbolo es, sin duda, una pesada carga para cualquiera. En particular, si uno se convierte en bandera de una causa, casi, a pesar suyo. El hombre sereno y elegante que llega a un bistrot cercano a la estación de Bienne tiene sobre sus hombros ese doble fardo que parece sobrellevar con la misma resignación con la que, una vez acabada la comida, se prestará a la sesión de fotos.
Ricardo Lumengo, que llega puntual a la cita, acepta la charla casi con incredulidad, como si en el fondo le costara entender las razones que provocan el interés hacia su persona. Y es que este abogado, nacido hace 45 años en Angola, ha entrado en la historia de su país de adopción al convertirse, tras las elecciones federales del pasado 21 de octubre, en el primer diputado negro y origen extranjero de Suiza.
Es el primer diputado negro en una Suiza en la que crece la xenofobia
Un negro en el Parlamento del país que votó mayoritariamente a la derecha xenófoba de Christoph Blocher. Un negro que simboliza la otra Suiza: la de la tolerancia, el respeto a los derechos humanos y la apertura al mundo. "No me molesta haberme convertido en un símbolo", afirma, antes de agregar con un suspiro: "Aunque, de hecho, no me queda más remedio que aceptarlo".
Nacido en el seno de una familia de revolucionarios angoleños, Lumengo llegó a Suiza en 1982, completamente solo. Eran tiempos duros, en los que nada hubiera permitido imaginar al joven africano, que obtuvo la nacionalidad suiza en 1997, lo que le deparaba el destino.
Inició entonces el "típico camino del inmigrante pobre", marcado por empleos mal pagados mientras comenzaba estudios de Derecho en la Universidad de Friburgo. "De todos mis trabajos, el más estable fue el de friegaplatos", explica con humor y sin amargura aparente. Una carrera que le costó mucho sacar adelante, aunque desde el principio se sintió integrado y apreciado por sus compañeros. "Mi elección prueba que no puede decirse que los suizos sean racistas o xenófobos", explica, "aunque es cierto que una parte de la población rechaza a los extranjeros".
Lumengo busca momentos de serenidad en medio de la vorágine en la que se ha convertido su existencia y guarda silencio mientras degusta su sopa de vegetales. Como si buscara algo de calma antes de una tarde que será agitada. De hecho, las peticiones de entrevistas de la prensa internacional no cesan de llegar al teléfono de un amigo, convertido en oficioso agente de comunicación.
¿Cómo explica el hombre que se autodefine risueño como "la auténtica oveja negra de Blocher", el triunfo de la derecha populista? "Ganan porque su mensaje simplista es comprensible y la imagen del extranjero delincuente que roba puestos de trabajo y abusa de la seguridad social es fácilmente asimilable", analiza, "pero nuestro llamamiento por una Suiza abierta tuvo eco. Sobre todo entre los jóvenes". Mientras bebe su té, Lumengo se confiesa partidario de la formación permanente como clave de la integración de los trabajadores extranjeros. Para él, la lucha central debe ser por el trabajo digno. "Dado que sin un empleo estable no hay integración posible", enfatiza, antes de concluir con una gran sonrisa: "Y nadie lo puede saber mejor que yo".
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