Maestro Davies
Después de una trágica etapa en Nueva Orleans, Ray Davies ha revitalizado su carrera con dos discos. En Londres habla del reciente Working man's café, de las relaciones cainitas con su hermano y de la posible resurrección de The Kinks.
He estado otras veces en peligro de muerte, pero aquélla fue la peor. Si no me llegan a pegar un tiro en Nueva Orleans, creo que este disco nunca se habría publicado". Ray Davies (Fortis Green, Londres, 1944) apenas tarda cinco minutos en abordar el detonante de Working man's café, su nuevo álbum y segundo en solitario desde la disolución de The Kinks. Antes se concentra en disculparse por un retraso previamente avisado por teléfono y en echarle un ojo al menú. En realidad no hace falta: opta por su habitual sopa de cebolla y una tortilla con queso, regadas con agua corriente. La cita es en un café de cocina francesa, a escasa distancia de su casa. "Ésta es mi oficina, como la de Tony Soprano", ironiza en referencia al capo televisivo. El día perruno y los colegiales uniformados de la puerta nos recuerdan que estamos en suelo británico, norte de Londres para más señas.
"Mi padre era socialista de una pieza, y de mí nunca ha salido un voto para Tony Blair: con él, el laborismo dejó de existir"
"Hollywood ha retratado América como fuerte, afectuosa y solidaria. Pero todos sabemos que es un país imperialista"
"En estos momentos quiero reunir una banda fija y escribir con ellos en mente. Echo de menos el sentido de grupo"
Del óbito de la legendaria banda de Davies han pasado 11 años; de su anterior trabajo como solista, Other People's lives, aún no se cumplen dos. "Ese disco estaba casi grabado antes del incidente, aunque luego tardara en salir. En el nuevo en cambio sólo un tercio de las canciones son anteriores a lo de Nueva Orleans. El resto lo escribí durante la convalecencia".
Imaginemos la escena: enero de 2004, Ray desparramado sobre el asfalto, con un disparo en la pierna tras perseguir a dos tironeros. Sangre a borbotones y una tortuga por corazón: "Era lo más preocupante, su lentitud. Aún hoy, pese a que estoy plenamente recuperado, se asemeja al de un maratoniano". Y después, la pesadilla sanitaria: "Me ingresaron en el hospital de Caridad y estuve tres horas como enfermo sin identificar. En la sala de emergencia, con el goteo puesto y rodeado por otros cuatro pacientes, escribí la letra de Morphine song en un bloc que le pedí al enfermero. El que no me dieran morfina muy a menudo me volvió muy creativo". El humor negro deja paso a la rabia: "En No one listen reflejo mi frustración posterior. No podía viajar a Inglaterra por la infección, pero el seguro tampoco pagaba el hotel. Menos mal que me acogieron unos amigos. Lo primero que me preguntó el conductor de la ambulancia al salir del hospital es si llevaba tarjeta de crédito. ¡Si me lo habían robado todo!". La puntilla llegó con el veredicto judicial, recogido en Angola (Wrong side of the law), tema extra para la versión estadounidense del disco. Davies lo resume poéticamente: "Mientras que los perpetradores salían libres, el que sufrió el crimen permanecía en la eterna cárcel del shock. Angola se llama una prisión de Luisiana".
El padrino del pop británico, admirado por todos (de Paul Weller a Damon Albarn), reside ahora en el distrito londinense donde se crió. "¿Padrino? Todos sabemos que eso que llaman mafia no existe", murmura como si se metiera en la piel de los Soprano. "Está muy bien que la gente te respete, pero la respetabilidad es peligrosa, puede llevar al aislamiento". Y aislado se siente Davies en el norte de la capital: "Conozco cada pulgada de la zona, pero la gente con la que crecí ya no está aquí, y a mí me gusta sentirme rodeado de amigos. Nuestra cultura está cambiando y añoro la idea de comunidad. Estoy convencido de que en 10 o 15 años el acento cockney, típico de Londres, va a desaparecer. No es que sea un estricto nostálgico del pasado, pero cuestiono lo que nos ofrece el futuro. Y me planteo mudarme".
Ray Davies ya probó el cambio geográfico al estrenarse el milenio, Nueva Orleans como destino. "Mi novia de entonces era estadounidense y quería volver. Y yo pretendía inspirarme en la música americana que me gusta: country & western, folk-blues, cajun, jazz tradicional... Precisamente aquí al lado está el club al que solía ir en los cincuenta, The Church. El batería de The Kinks, Mick Avory, fue instrumentista de jazz, igual que Charlie Watts, el de The Rolling Stones, aunque ambos preferían escuchar a Charlie Parker y cosas así. En Luisiana busqué una nueva vida pero no funcionó. No me integré, pese a mi admiración por el lugar y al margen del tiroteo. Y eso es lo que esconde otro de los cortes del disco, Imaginary man. Una lástima, porque la escena de Nueva Orleans me parecía además muy abierta, en comparación con el estancamiento de la inglesa, y sin exclusiones por cuestión de edad: resultaba normal tanto ver jóvenes en los clubes de jazz como gente mayor en shows de R&B".
Y Ray cambia de tercio sin dejar de criticar a su propia escena: "La radio británica no está muy boyante. No hay reemplazo para John Peel y, por la situación general de la industria, resulta difícil hacer llegar la música. Y los tabloides, ya se sabe... Yo leo el Herald Tribune. Por eso creo que es positivo lo que hemos hecho con Working man's café: regalar en el Reino Unido un millón y medio de copias del CD con The Sunday Times el 21 de octubre, aunque se trataba de una versión con dos temas menos. Eso no quita para que esta filosofía no me convierta en un hombre feliz". ¿Habría preferido Ray seguir el ejemplo de Radiohead y distribuir el disco gratis por internet en lugar de imitar a Prince, que repartió el suyo en julio con el Daily Mail? ¿O estamos ante la supuesta tacañería de la que su hermano Dave, el guitarrista de The Kinks, habla en su libro autobiográfico (Kink, 1996)? "Simplemente me da pena pensar que el álbum encierra casi un año de elaboración. Yo prefiero hacer algo así más con maquetas o grabaciones para fans", zanja Ray con su mezcla de cockney y flema galopante.
Todo el año 2007 para alumbrar Working man's café. La historia va por capítulos: "Intenté grabarlo con dos productores distintos en Londres, pero con el primero la cosa no funcionó, y al segundo no le convencían dos de mis músicos. Al sello ya le comenzaba a urgir, así que agarré el teléfono, llamé a un amigo en Nashville y me puse en manos de Ray Kennedy. Me enfadé bastante cuando comprobé que no se trataba del futbolista", bromea Davies. Y toca aclararlo: el Kennedy de Nashville ha producido, entre otros, algunos de los discos recientes de Steve Earle, mientras que el Ray Kennedy inglés jugó sus primeros años en el Arsenal, equipo del que Davies es seguidor. Su pasión por los gunners no parece tan exaltada como, por ejemplo, la del escritor Nick Hornby, capaz de dedicarles en 1992 Fiebre en las gradas, su primera novela. Aun así, el fútbol inunda la charla y Thierry Henry, Raúl o la selección española rivalizan con "aquella película de Dalí y Buñuel" o La Casa de Bernarda Alba, en un tótum revolútum hispano, cortesía del músico antes de proseguir con Nashville y el disco. "Viajé a Tennessee tres veces: para explorar el estudio, para registrar maquetas y, la última, para grabarlo durante 14 días. Los músicos eran tan americanos que sentí apuro en el primer ensayo de Vietnam Cowboys, mi diatriba contra la globalización estadounidense. Hollywood nos ha retratado América como fuerte, afectuosa y solidaria. Pero todos sabemos que es un país imperialista".
¿Y cómo suena Working man's café? Ni rastro de posibles influencias de la meca del country. Tampoco han calado los mejunjes sonoros de la etapa vivida en The Big Easy, salvo un obvio homenaje, The voodoo walk. El álbum ofrece un sonido intermedio, ni tan pop como The Kinks en los sesenta ni tan aguerridamente roquero como cuando la banda atestaba recintos en Estados Unidos. Algo que ocurrió a finales de la década siguiente y en parte de los ochenta, tras una turbulenta relación con aquel mercado, el mismo que en 1965 les vetó para actuar durante cuatro años. Justo cuando la invasión británica era un torbellino y ellos encaraban su esplendor artístico. Se habló de una pelea a puñetazos con algún miembro del poderoso sindicato de músicos americanos como causa de la prohibición. "También la mafia estaba implicada: poseía el control de muchos de los locales donde tocábamos. Hubo una disputa legal con el sindicato, y luego ese episodio en el que nos amenazaron agresivamente y tuvimos que defendernos. En realidad, todo se generó porque aquella industria no entendía las cosas sobre las que escribíamos o incluso hablábamos".
Davies recupera su característica visión nostálgica, ese suspirar por las tradiciones british y por sus raíces, en el corte que titula el disco. "El tipo de cafetería proletaria a la que alude existe todavía, son los clientes los que han cambiado, gente con dificultades para conservar su identidad". Y llega la lectura política de los sambenitos: "Tiendo al socialismo, no a la derecha, a pesar de que siempre se asocie el amor por la tradición a votantes conservadores o incluso del National Front. Y sólo quiero mantener los valores buenos del pasado, dentro de unos modos democráticos. Mi padre era socialista de una pieza, y de mí nunca ha salido un voto para Tony Blair: con él, el laborismo dejó de existir".
El estímulo musical lo encontraron los hermanos Davies en su propia casa. "Mi padre tocaba el banjo, y el piano no demasiado bien, aunque él estaba convencido de lo contrario. Yo solía poner a prueba mis composiciones delante de la familia y ahora lo hago con mi hija pequeña. Vive en el sur de Irlanda, en Cork. Por eso y porque la ceremonia fue el día de San Patricio, quise que me acompañara cuando recibí hace tres años la Orden del Imperio Británico. Fue un guiño: siento una afinidad especial por los trabajadores irlandeses. Una de mis abuelas procedía de allí. Me gusta además cómo la gente joven conoce y aplaude su música folk, algo no habitual en Inglaterra. Y aunque la portada de nuestro disco Muswell Hillbillies (1971) es una foto tomada en Archway Tavern, un bar irlandés donde se quemaba a menudo la Union Jack, nunca he profesado la más mínima simpatía por el IRA y sus asesinatos". Paradojas del destino, en cualquier caso: el autor de Arthur or the decline and fall of the British Empire (1969), convertido en comandante de la institución sobre cuyo declive ha escrito a menudo. "Arthur se llamaba el marido de mi hermana mayor, un hombre que solía rumiar este asunto. Ella también estuvo conmigo en Buckingham Palace. Por cierto, la carta en la que me lo comunicaban nunca la vi. Mi secretaria no me la dio, creyó que venía de Hacienda".
A partir de los recuerdos de sus seis hermanas, todas mayores, Ray compuso Come dancing, single de éxito para The Kinks en 1983, y persigue ahora estrenar un musical con idéntico nombre: "Esta noche he quedado con el guionista para ver si le damos el empujón definitivo". Y en Broadway a punto estuvo de estrenarse una versión del espectáculo The Storyteller, híbrido de clásicos, algún tema nuevo y monólogos, registrado en directo a finales de los noventa. Los textos se basaban en su novela autobiográfica, X-Ray (1994). El hombre del bisturí a la hora de diseccionar otras vidas, recurría a la semificción para hablar de la suya. "Había una serie de cosas que, por cuestión educacional, se me hacían imposibles sin recurrir a la tercera persona. Así que me deshice de mí para poder escribir de mí".
Ray no tiene reparos para hablar de su gineceo (las hermanas, cuatro hijas y tres ex, entre ellas, Chrissie Hynde de The Pretenders): "Aún busco mi media naranja. No sé, alguien como Gala, la mujer de Dalí". Otra cosa es dibujar el porqué del sempiterno vínculo de amor-odio con su hermano menor, Dave, muy áspero últimamente con Ray. "Dave está frustrado por su enfermedad, sufrió una embolia hace tres años y todavía tiene alguna secuela". El pequeño de los Davies, con escaso papel como compositor en The Kinks, lanzó un nuevo disco en solitario a principios de año, Fractured Mindz. "Sólo he escuchado un par de canciones. Me dijeron que me atacaba en alguna letra y preferí no enfadarme", se despacha Ray, antes de dar la de cal: "Lo nuestro siempre ha sido mágico. No he encontrado otro guitarrista así, con tanta fuerza y precisión, un Cassius Clay de las seis cuerdas".
Dave fue responsable de riffs míticos como el de You really got me. "En su origen era un tema instrumental. Ahora quiero reunir una banda fija y escribir con ellos en mente. Echo de menos el sentido de grupo". ¿Sería factible entonces reflotar a The Kinks? "También tengo un gran plan al respecto. Y aunque en la prensa inglesa bromee y diga que deberá hacerse a mi manera, siempre he escuchado la opinión de todos, pese a ser yo el compositor. Disfrutábamos de esa puesta en común". Secretismo al margen, Ray deja entrever un álbum con material tanto antiguo como fresco: "Al menos seis temas nuevos".
¿No les dará por hacer otro disco conceptual? En eso fueron pioneros, por delante de The Who. Firmaron obras maestras y excéntricos patinazos. "Creo que, a diferencia de The Beatles, The Rolling Stones o The Who, nosotros sí que intentamos ser en verdad experimentales. Y a veces resultó en detrimento de nuestra música". No sorprende cierto ego en el genio londinense. Dicen que cuando escuchó por primera vez Sgt. Pepper's, de The Beatles, en el piso de Van Morrison, ni se inmutó: se sabía el autor de la mejor canción de aquel 1967, Waterloo Sunset. Era una mirada al encuentro romántico de dos amantes junto al célebre puente sobre el Támesis, inspirada por lo que veía desde la ventana de un hospital. De chaval estuvo internado por una lesión deportiva. "Desde entonces voy siempre al gimnasio, tres cuartos de hora antes de ponerme a componer. Me dijeron que si no me mantenía en forma acabaría en una silla de ruedas". Esa condición atlética casi le cuesta la vida cuatro décadas después, el día que se atrevió a correr detrás de dos asaltantes en Nueva Orleans: "Fue una experiencia forjadora de carácter, aunque preferiría haber hecho este disco sin tener que pasar por ella".
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