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Columna
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San Bernardo, número 35

Un romance en el calor ardiente del verano promete, pero más aún al calor de la fiesta

Jesús Ayuso no para, es inquieto, rápido, siempre está ideando algo para remover las aguas del mundo cultural desde los legendarios tiempos en que fundó la librería Fuentetaja. Cuando uno va allí seguramente se encontrará con alguien que hablará de unos tiempos, no tan lejanos, en que leer podía ser subversivo y los libros peligrosos y que encontraba en la trastienda de esta librería un cobijo de libertad, ¡qué cosas!, entonces la libertad podía consistir en leer a Pablo Neruda, incluso a Blasco Ibáñez, y ahora que podemos leer lo que nos dé la gana hay que gastarse un dineral en campañas de promoción de la lectura. Aun así todo pasado, aunque fuese difícil, suena a nostálgico, sobre todo si en él se fue joven. Pues bien, da la impresión de que no haya nadie más alejado de la nostalgia que este Ayuso que atiende y comparte aquellas experiencias con sus clientes y amigos con el ojo puesto en el mañana. Le tira mucho el mañana, el futuro. No hay vez que se hable con él que no tenga un proyecto entre manos. Desde luego ha venido a este mundo para activar y transformar lo que está a su alcance. Talleres de escritura, presentaciones de libros, tertulias, edición, otros asuntos que le rondan por la cabeza y encima ¡colmenas!

Dice mucho de su carácter esta afición por algo tan vivo y productivo como las colmenas con ese constante ir y venir de laboriosas abejas. También tiene que ver con el sitio de donde es, Guadalajara, cuyo producto estrella es la miel, aunque a decir verdad él parece un poco extranjero por los ojos claros, el pelo rubio y los pómulos marcados. Quien quiera conocerle puede encontrarle en San Bernardo, 35, cerca de la plaza de los Mostenses. Esta nueva ubicación de la librería ha sido inaugurada este año. El que vaya por allí verá en la fachada una placa en la que dice más o menos "Aquí vivió y escribió doña Emilia Pardo Bazán".

En lo que es ahora la librería estaba la editorial de doña Emilia. Y la vivienda ocupaba el segundo piso, cuyo amplio espacio de unos 280 metros ha acogido posteriormente un hostal y ahora ha sido comprado por un particular, pero que conserva un escritorio y unas estanterías de la condesa gallega. De los escritores lo que importa son los libros que han dejado tras de sí, sus sensaciones, sus ideas, su manera de sentir la vida y sus palabras. Ni ellos mismos tienen interés sin sus libros, cuanto menos el mobiliario en el que escriben, pero al fin y al cabo esta casa y esas cosas fueron escogidas por ella y nos gusta verlas e imaginar cómo sería el entorno en que hizo lo que hizo a pesar de todo. En su memoria, cojo de la estantería Insolación, una pequeña novela que en su momento supuso un escándalo seguramente porque nos ofrece con cierto pormenor la atracción y deseo de una joven aristócrata viuda por un perfecto desconocido que conoce en la romería de San Isidro.

Un romance en el calor ardiente del verano en Madrid promete, pero más aún al calor de la muchedumbre, de la fiesta, del vino, de la música, de las comidas íntimas fuera de ojos indiscretos. Eran los tiempos en que la gente iba a refrescarse a las orillas del Manzanares como si el Manzanares estuviera muy lejos y llevara mucha agua. En el fondo es una encantadora novela sobre Madrid y anticipa algo propio de las grandes ciudades, la posibilidad del encuentro fortuito, de la clandestinidad, de escapar un poco más allá de las orillas de todos los Manzanares del mundo y de hacer lo que a uno le venga en gana. Ella, la Pardo Bazán, en aquellas circunstancias adversas para toda mujer (y para las pobres mucho más) aprovechó bien su posición social y lo hizo. Así que las de ahora no tenemos perdón de Dios. Según bajo, dando un paseo, desde Fuentetaja a la plaza de España me encuentro con una estatua suya. La miro pensando que lo mismo escribía Insolación o Los Pazos de Ulloa que unos preciosos Cuadros religiosos sobre vidas de santos. Me parece bien que no renunciara a nada. Por cierto, después de su muerte la casa de la que hablamos pasó a ser el Gran Café de San Bernardo, que acogía un ambiente literario tipo Café Gijón. Y a continuación se convirtió en sede del Banco Hispano Americano, del que se conserva en el sótano una impresionante caja fuerte. Por último, Seguros Mercurio, al poner el local en manos de Ayuso, ha devuelto a estas salas el espíritu de la que fue, por encima de todo, una escritora.

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