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Columna
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Mister White en el cantón

Valencia se encuentra ahora bajo la amenaza del imperio invisible de los fantasmagóricos caballeros del Ku Klux Klan. Según parece la ultraderecha de Alianza Nacional ha invitado al antiguo brujo David Duke a pronunciar una conferencia no se sabe dónde, pero por aquí cerca. David Duke es un despojo del Klan convertido en reliquia por la mística del odio; y los neonazis españoles y, en esta ocasión, valencianos, unos insensatos de solemnidad. Si David Duke y sus compinches se los hubieran tropezado, en sus momentos de gloria, en un maizal de Tennessee o en una granja de las afueras de Atlanta, les hubieran puesto la soga al pescuezo y los hubieran despachado como a un negro, a un dominicano o a un latino más, sin entran en detalles geográficos. Pero como el antiguo brujo David Duke ha ocupado una intemperie de nostalgias y exaltaciones, se ha disfrazado de mister White -algo así como un mister Proper venido a menos- y ha extendido su top manta de augurios apocalípticos, imprecaciones y libros atronadores. Todo el ritual de cruces ardiendo, de tipos con sábanas y capuchones blancos haciendo cabriolas y metiéndoles el terror en el cuerpo a los más débiles e indefensos, se reduce hoy a un programa de ventas. Mister White ha empezado su campaña comercial advirtiendo a sus anfitriones de que los inmigrantes les van a chupar la identidad. Muy probablemente, el pintoresco, grotesco y patético mister White, se habrá dicho: como no los puedo linchar, a estos mamones, entreverados de cristianos, moros y judíos, les voy a limpiar los bolsillos de euros. Y es que los ultras nativos no dan la talla de la supremacía blanca ni de la raza aria: sólo son unos malos aficionados de dudosa sangre, pellejo más bien tirando a oscuro y adiestrados en el navajeo y la necrofilia. Para un viejo pincel del Ku Klux Klan no valen más de lo que pueda sacarles. Lo curioso es que a un individuo de tal catadura y tan tremenda caradura, a quien la justicia de Estados Unidos ha inhabilitado para el ejercicio de cargos públicos, ande por ahí, incitando al personal y no se le aplique el artículo 510 del Código Penal, por apología del racismo y la xenofobia, como tampoco se le aplica, a quienes machacan en el metro o en la calle, con descarada impunidad, a adolescentes dominicanas o a trabajadores inmigrantes de cualquiera nacionalidad. Una permisividad tan ostensible resulta, cuando menos, sospechosa. Que quien dejó sentado en una silla de ruedas de por vida a un economista congoleño, porque le dio la gana, continúe tan campante en la calle es algo que estremece y avergüenza. Que nuestros poderes públicos, a los que la soberanía popular instala periódicamente en sus escaños y poltronas, se hagan el longuis, ante casos tan flagrantes es, cuando menos, decepcionante. Hay que apercibirlos, hay que recordarles para qué están ahí, quién los ha puesto y quién les paga el salario. Entre tanto, mister White sigue en el cantón. El cantón es una piedra grande para tirar a los enemigos. Por lo visto, sus enemigos somos todos: los valencianos de aquí y los que aquí llegan del mundo.

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