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Columna
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El guateque

No sé qué Peter Sellers ha metido la pata en el guateque que tenían montado en el Ayuntamiento de Madrid. En todo caso, bueno sería que en cada guateque municipal, lo mismo que en la cinta de Blake Edwards, apareciera siempre por casualidad un tipo tan patoso como Sellers. Un tipo que mirase debajo de la alfombra. Alguien que lo pusiera todo patas arriba. Han acertado quienes han bautizado con el nombre de Operación Guateque las pesquisas contra la gestoría de mordidas o agencia de sobornos que funcionaba dentro del consistorio madrileño sin que Ruiz Gallardón oliese, oyese o viese nada. Estos guateques son tan silenciosos que nadie los advierte. No son como la fiesta de Blake Edwards. Son como los guateques de nuestra juventud autárquica, silenciosos y oscuros sobre todo. Con un breve tocadiscos portátil y unas cuantas botellas de algo, no hacía falta más. Tomar algo, oír algo, tocar algo. Se trataba, igual que en el Ayuntamiento de Madrid, de arrimar material discretamente. Un sencillo intercambio de favores. El guateque era un medio para obtener un fin, por eso no caduca y sigue funcionando en el siglo XXI: es la respuesta a una necesidad. Alguien que necesita, por ejemplo, una licencia para abrir un negocio, puede hacer cola en una ventanilla durante un par de años o apuntarse al guateque y tener la papela en dos semanas. Ha pasado en Madrid. La entrada del guateque valía 300.000 euros. Dicen que era barato. Casi todos salían contentos, salvo un tal Peter Sellers.

El guateque era un medio para obtener un fin, por eso no caduca y sigue funcionando hoy

El guateque de Madrid es tan solo una muestra, un videoclip o un trailer de todos los guateques que vemos y no vemos, de todos los guateques que nos imaginamos y sabemos en Madrid o en Euskadi (tierra de inconfesables y furtivos guateques). "Dineros son calidad", escribió Luis de Góngora hace más de cuatrocientos años, dentro de un siglo de oro y de guateques: "Todo se vende este día, / todo el dinero lo iguala:/ la Corte vende su gala,/ la guerra su valentía;/ hasta la sabiduría/ vende la universidad". Los abogados y los arquitectos y los funcionarios que bailaban en el Ayuntamiento de Madrid vendían permisos y licencias y papeles que, teóricamente, podían obtenerse de modo regular. Pero los empresarios madrileños explican que la obtención de una licencia de actividad supone "una carrera de obstáculos". Para allanar esa carrera estaban los amigos del guateque (abogados municipales en excedencia, hijos de funcionarios, técnicos que trabajaban por las tardes) con los brazos abiertos y el tocadiscos puesto.

Uno lleva escuchando el runrún del guateque casi toda la vida. Por muy discretamente que se monten, uno acaba escuchando su música de fondo y oliendo el humo denso (la ley antitabaco no afecta a los guateques) que se cuela debajo de la puerta. Este próximo mes de diciembre declararán ante la comisión de las Juntas Generales de Guipúzcoa los imputados en la trama de fraude de Irún. Por su parte, el Juzgado de Instrucción número 1 de Vitoria investigará el patrimonio del que fue director de Urbanismo de esa ciudad, imputado por supuestos delitos de prevaricación y falsificación documental. En Euskadi, ya digo, tampoco estamos libres de guateques. Se supone, es un tópico, que los rojos no usaban sombrero y los nacionalistas no montaban guateques. Pero los tiempos cambian. En realidad los tiempos llevan toda la vida cambiando.

Lo único que no cambia es el guateque. El poder municipal, tan cercano a los ciudadanos que a veces quema, tiene que vigilar los posibles guateques. Yo que nuestros alcaldes fichaba a Peter Sellers de asesor.

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