Novias a todo lujo
Una exposición del Museo del Traje muestra dos siglosde historia con 35 trajes femeninos de boda
El Museo del Traje presenta en su sede de la Ciudad Universitaria una exposición insólita hasta hoy en Madrid: Mujeres de blanco. Consiste en una colección de 35 suntuosos trajes nupciales y complementos que vistieron otras tantas damas que acudieron a los altares -y en mucha menor medida, a los juzgados- entre los años 1815 y nuestros días, concretamente 2002, fecha de la que data el último de los vestidos presentados. A lo largo de los casi dos siglos que la muestra contempla, los matrimonios civiles en España han sido la excepción, ceñida a la etapa republicana y algunos episodios exploratorios a principios del siglo XX. Por ello, la mayor parte de los trajes fue empleada en bodas religiosas.
La exposición sólo incluye atavíos nupciales de mujeres aristócratas y altoburguesas, las únicas clases con ingresos para acometer gastos de tan suntuarias bodas, en ocasiones, causa de ruina familiar. Un atuendo campesino y un quimono japonés de gran vistosidad cromática, son las únicas concesiones a lo popular y lo exótico.
El Centro de Investigación del Patrimonio Etnográfico, que así se autodenomina el Museo del Traje dependiente del Ministerio de Cultura, despliega esta secuencia de atuendos nupciales, cuyo denominador común es, precisamente, la singularidad de cada uno de los modelos, pese a que los tres primeros no fueron firmados.
De la rúbrica de vestidos fue pionero el británico Auguste Worth, si bien la firma individualizada como práctica en la moda esconde la participación de sastres, costureras, forradores, zapateros, floristas y numerosos otros artesanos de cuya actuación conjunta depende el resultado final, en muchos de los casos aquí mostrados, deslumbrante.
Para amantes del encanto textil con visos mundanos, entre los más significativos atavíos expuestos destaca el que luciera Cayetana Fitz-James en su boda con Luis Martínez de Irujo, enlace celebrado en la catedral de Sevilla en 1947, que polarizó la atención de la prensa sentimental.
El traje de la duquesa de Alba, ideado por Flora Villarreal, figura entre los más cabalmente concebidos. Muestra una arquitectura de satén y seda color marfil, con una disposición conocida como de reloj de arena: en un primer cono, invertido, bajo un cuello en pico el pecho se señala suavemente entre mangas pegadas y rematadas en cremalleras interiores invisibles; el talle identifica, por reducción, la cintura. Un segundo cono, la falda, se abre levemente acampanada tras culminar con una cola de casi cuatro metros. Villareal envolvió el conjunto en una sinfonía de encaje de puntilla denominado Ducado de Bruselas, según explica Concepción Herranz, segunda comisaria de esta muestra. "Cayetana dijo que le resultó cómodo", remarca.
Del vestido de novia que lució en 1988 Nora de Liechtenstein, casada con Vicente Sartorius, marqués de Mariño y padre de Isabel Sartorius, llama la atención por su textura de faya francesa de seda color marfil, su escote barco y por la trama de sus jaretas en red de rombos pequeños en el corpiño, a modo de losanges. El trabajo incluye muestra una minuciosidad evidente; tras una banda ancha tableada que ciñe la cintura y se anuda a la espalda en un gran lazo, otra trama romboidal más grande dialoga con la pieza superior y dibuja la falda, con forma de campana y cierto vuelo. Fue diseñado por Chús Basaldúa, que figura entre las más prolíficas creativas, y también donantes, de esta exposición.
Destaca por su aparente sencillez el vestido diseñado en 1997 en gasa de rayón por Lorenzo Caprile, con corpiño de reminiscencias campesinas y falda también rayada, trenzado en aspa con una cinta de color marrón. Caprile ideó el vestido de boda de la infanta Cristina de Borbón.
De la selección de los 35 modelos expuestos de entre los 130 con que la colección del museo cuenta, el más reciente, de 2002, es un atuendo suntuoso, en un tejido Mikado lirium, de color marfil y con mangas japonesas, que incorpora a sus particularidades un remate de doble cola, la superior a base de plumas marrones de faisán. Fue diseño de Teresa Palazuelo.
De los trajes históricos, hay un repertorio de atuendos que incluye una suerte de peplo, propio del neoclasicismo; polisones modernistas de trasero alzado y de pecho de paloma, románticos, así como algunos tocados a modo de tiara con velo, en plan zarina rusa, o con casquete perlado. Abundan florecitas y bolitas de seda como adornos. Los zapatos, de raso y lazados.
Los vestidos nupciales cortos fueron efímeros, sólo durante etapas breves de los años 20 y luego, cuando Pedro Rodríguez idea un modelo con las telas al bies, que remarcan el pecho y otorgan un toque de sensualidad a este tipo de indumentaria, generalmente poco proclive a resaltar las formas corporales. Cristóbal Balenciaga en 1964, diseña un traje de boda en tejido suizo de la casa Abraham para María Fernanda Thomas de Carranza. Se asemeja mucho a una minifalda. Poco antes, introduce los tules en faldas con lunares, que insinúa una transparencia acorde con los deseos de cambio social de aquella década. No hay la menor referencia al otro género contrayente, pese a que la belleza textil expuesta es capaz de afectar incluso a los individuos más montaraces.
Metro Ciudad Universitaria. Martes a sábado, de 9.30 a 19.00. Domingos y festivos, de 10.00 a 15.00. Gratis.
Mujeres de Blanco. Museo del Traje. Avenida Juan de Herrera, 2.
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