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Ornette Coleman desató en A Coruña su jazz avanzado

El saxofonista, de 77 años, se mueve entre el lirismo y la violencia sonora

El aforo de los conciertos gratuitos suele registrar llenos. Lo de menos es el género: da lo mismo que actúe un astro de la canción brasileña que un cineasta neoyorquino aficionado a tocar jazz arcaico con su clarinete. Pero, aun así, no deja de resultar paradójico que, anteayer en el Palacio de la Ópera de A Coruña, hubiese 2.000 personas para ver al último de los grandes saxofonistas vivos del jazz avanzado, Ornette Coleman, estrujando su instrumento entre el lirismo y la violencia tonal.

Hace 46 años que los 37 minutos del disco Free Jazz revolucionaron la música contemporánea. Un cuarteto de instrumentistas atrevidos, capitaneado por Coleman, reventaron todas las convenciones armónicas que habían maniatado la tradición sonora de Occidente y, de paso, bautizaron el género más extremo del jazz. Lo que el respetable pudo escuchar en la actuación organizada por la Fundación Barrié de la Maza, sin embargo, se apartó de la radicalidad free. El Ornette Coleman de 2007 -es decir, de 77 años-, acompañado de dos contrabajistas, un bajo eléctrico percutido como una guitarra y un batería, no sopla su saxo más de seis o siete minutos seguidos. Su música, que parece fluir en todas direcciones al mismo tiempo, ya no logra expulsar del recinto a más que a algún despistado.

El repertorio desgranado, que sobrepasó los diez temas, se basó en su último disco, Sound grammar, publicado en 2006. Las paradas en el resto de su extensa discografía, casi 50 elepés, se redujeron prácticamente a Theme from a Symphony, de 1973, y al célebre, melódico, Lonely woman, lo más cercano a un estándar de Ornette Coleman y con el que se despidió del público.

La ausencia de ceremonia caracterizó el concierto del quinteto. Como haciendo efectivo aquel consejo del legendario Charlie Parker -"llega, toca, márchate"-, los músicos se despacharon en apenas hora y cuarto sin dirigir una sola palabra a la audiencia. Vestidos de riguroso negro, con la excepción del propio Coleman todavía usuario de, siendo benévolos, vistosos trajes, el pulcro sonido de la banda se estructuró en un combate continuo entre la línea del saxofón y la sección rítmica.

Cuando Coleman manejaba la melodía, bajistas y percusión bullían en la retaguardia como un virus; cuando el peso armónico recaía en los acompañantes, Ornette irrumpía con un saxo hiriente, una trompeta asfixiada o, en variación sobre una sonata de J.S. Bach, con un violín. Último superviviente de los renovadores del jazz de la década de los 60, junto a Sonny Rollins, el humilde Coleman demostró en su primera visita a Galicia que, a pesar de la edad, sigue resultando difícil de domesticar.

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