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EL 'CALCIO' Y SAN SIRO | Fútbol internacional
Columna
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Sin fronteras

El plan 6+5 de la FIFA propone que a partir de la temporada 2010-2011 los equipos europeos presenten sobre el campo formaciones compuestas por un mínimo de 6 jugadores seleccionables por el país de cada Liga. Resulta evidente la incompatibilidad de la propuesta con el derecho a la libre circulación de los ciudadanos y los trabajadores, una de las libertades fundamentales que ampara la legislación comunitaria. A los tratados constitutivos de la Comunidad Europea se suman los artículos incorporados por el tratado de Ámsterdam, que añade el principio de igualdad de oportunidades, cuyo aspecto esencial es la prohibición de la discriminación en razón de la nacionalidad, y el principio de no discriminación, que tiene por objeto garantizar la igualdad de trato entre los individuos, cualquiera sea su nacionalidad, sexo, raza, origen étnico, religión, creencia, discapacidad u orientación sexual. Más allá de su legitimidad, la norma en desarrollo tendría complejas consecuencias en su aplicación diaria en la vida de los clubes y de los futbolistas.

A efectos prácticos habría ciudadanos europeos que no podrían ejercer sus derechos igual que otros. Un futbolista español, por ejemplo, vería mermadas sus posibilidades de ser contratado por otros clubes europeos. Dada la peculiaridad de la norma, que habla de jugadores seleccionables, ésta afectaría también a jugadores nacidos en un país y nacionalizados en otro que hubieran elegido representar a la selección de este último. Un jugador nacido en Italia y con pasaporte español que hubiese optado por representar a la selección española tendría problemas para trabajar en su país natal.

El plan no sólo igualaría a comunitarios con extracomunitarios, que ya cuentan con una limitación de cupo, sino que iría más lejos incorporando un criterio nuevo de distinción de lo nacional. Según éste, sería representante de lo nacional sólo aquél que pueda jugar para la selección de un país, sin importar su lugar de nacimiento. Un concepto arbitrario que se contradice con la razón misma de la norma. El mundo del deporte sólo sigue los pasos de la globalización y la diversidad que deriva de ésta. La diversidad es enriquecedora.

Joseph Blatter, presidente de la FIFA, habla de "la obligación de defender la identidad nacional del fútbol de los respectivos países". Esta alusión a los sentimientos de identidad nacional para la posterior incorporación de restricciones y límites parece una trampa ya vista en otros ámbitos. La esencia de las instituciones trasciende a las personas que la integran. Son atemporales. Se nutren e incorporan el aporte individual y lo hacen propio. Chanel no ha dejado de ser el sello del chic francés porque su diseñador sea, desde hace más de una década, un alemán. La identidad del Real Madrid está marcada por el gusto y la idiosincrasia de sus aficionados y por las personas que, en su tiempo, dirigen y buscan que la evolución del club respete ese sello, que tiene más que ver con la historia de una entidad que con un momento puntual. El fútbol italiano o el español siguen reflejando sus particularidades y manteniendo su esencia distintiva más allá de las características de los jugadores que han militado en sus filas. Hoy, muchos de los clubes más importantes de Europa están en manos de inversores extranjeros, como el Manchester United (un norteamericano) y el Chelsea (un ruso). El capital no tiene patria.

Resultan más desconcertantes las declaraciones del presidente de la FIFA al terminar el encuentro Juventus-Inter del pasado 6 de noviembre: "He visto el partido y me parece algo inaceptable, es un ejemplo neto de un recurso excesivo a jugadores ajenos al país donde se disputa el torneo". Blatter subrayó que la alineación del Inter no presentaba "ningún nativo" y "sólo tres europeos". El presidente de la FIFA parece olvidar, en la cuenta, que un ciudadano nacionalizado tiene las mismas obligaciones y los mismos derechos que uno nativo. En el Inter, ese día, además de los jugadores nacidos en territorio europeo, jugaron Zanetti, Burdisso y Cambiasso, descendientes de italianos, como atestiguan sus apellidos, y poseedores en toda regla de la ciudadanía italiana.

El otro argumento de peso que presenta la FIFA para justificar esta propuesta, es que la misma "promovería la producción de jugadores nacionales provenientes de las divisiones inferiores". Esto presupone forzar la inserción de jugadores a costa de reducir el nivel de la competición. La norma no estaría apuntada a mejorar el nivel de los jugadores juveniles sino a quitarles de en medio a la competencia.

El camino para mejorar el nivel en las formaciones de futuros futbolistas profesionales es exactamente el mismo que en cualquier buen proceso educativo. Esto es realizar un proceso de integración y desarrollo de la personalidad y la capacidad futbolística a través de una gran competitividad. Se necesita tiempo, buenos docentes, elementos y un sistema acorde a la idiosincrasia de cada país. Esto garantiza calidad a nivel profesional. El talento, sin embargo, no conoce de fronteras, es universal.

Los futbolistas tenemos la obligación de defender nuestros derechos de libre circulación. El fútbol no puede pretenderse una singularidad dentro del estado de derecho.

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