Al pie del cañón
Casi 20 años llevaba Ornette Coleman sin pisar un escenario barcelonés. Una increíble injusticia no sólo para el músico o su público, sino también para todo el jazz en general. No debemos olvidar que Coleman es el creador de jazz más importante todavía vivo, un histórico que transformó radicalmente el rumbo de esta música a mediados del pasado siglo y que, por suerte para todos, sigue al pie del cañón reinventando el jazz contemporáneo sin nostalgia. Su último disco, Sound Grammar, es una pequeña obra maestra (no es casualidad que le otorgaran el premio Pulitzer, la primera vez que se daba a un disco de jazz) y su paso por el Palau es de los que no se olvidan. Le recibió una calurosa ovación que fue atronadora 80 minutos después con todo el público puesto en pie.
Ornette Coleman
Palau de la Música. Barcelona, 7 de noviembre.
Ornette Coleman cumplió no sólo ofreciendo un concierto magnífico, sino demostrando la vitalidad imparable e incendiaria de esa música a la que llamamos jazz. Música de lo instantáneo, de lo imprevisto, del sentimiento, que en su caso alcanza cotas máximas. A sus 77 años, Ornette Coleman muestra una fragilidad personal que se trasmuta cuando coloca la caña de su saxo alto en la boca. Aquella sonrisa tímida y seductora que parece que pueda romperse en cualquier momento se transforma en un aluvión de energía que te sacude y te vapulea sin piedad. Incluso sabiendo perfectamente lo que vas a escuchar, la música te transporta a un mundo nuevo, te insufla esa sensación de pisar un terreno que nadie ha pisado todavía. Ornette ya no está en la línea de inventar un nuevo jazz (no hace falta), sino de dejar claro que el jazz puede ser nuevo cada noche, aunque utilice para ello composiciones con varias décadas a las espalda (increíble le versión de Happy house o la estremecedora Lonely woman que cerró la velada) o recurrir a compositores clásicos como punto de partida (el primer movimiento de la primera sonata para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach).
Coleman utilizó mayormente el saxo alto (blanco como antaño, pero ahora metálico) y puntuó algunos pasajes con su trompeta y su violín, utilizados en momentos determinados para enfatizar el dramatismo de las piezas. A sus espaldas, su hijo Denardo mantenía el ritmo desde la batería, sin excesos ni solos que pudieran distorsionar el deambular de la música. Y, entre padre e hijo, un sorprendente entramado sonoro y rítmico creado por tres excelentes bajistas: el bajo eléctrico de Al McDowell y los contrabajos de Charnett Mofett y Tony Falanga.
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