La Toscana, flechazo continuo
De Greve in Chianti a las murallas de Lucca, entre viñedos, plazas y palacios
Viajar a la Toscana es entender por qué Stendhal dio nombre a un síndrome o por qué Forster escribió novelas de anglosajones soliviantados por la luz y el patetismo de la estatuaria. La sensualidad, el blanco del alabastro y el granate del vino, el apaciguamiento y la intuición de lo ingobernable, el dorado de la uva y los cipreses negros hablan de la falsa paz del paisaje y de la falsa inspiración de los artistas que, por la propia esencia del arte, domeñan sus primeros impulsos. Llegar a la Toscana es buscar otra forma de verdad, proyectar sobre lo que se mira lo ya sabido y deformarlo: por eso los cipreses son violetas y negros en lugar de grises o verdes.
El paisaje toscano quiebra sus regularidades y, sin embargo, es armónico: las extensiones de viñedos se cruzan con las de olivo y se fracturan con una higuera aromática. También con las flores de la cicuta y con los viveros que exhiben sus diminutos plantones de boj. Todo se combina en un equilibrio abrupto que alterna la colina con el valle y el sol con la bruma: aquí podría aparecer una ninfa, un condottiero, la esposa de un señor feudal.
San Polo in Chianti es un idílico pueblecito con dos supermercados, dos bares y una 'trattoria' espectacular. Aquí se está lejos de todo, pero sólo dista unos veinte kilómetros de Florencia
La mano del hombre se deja ver en las cruces de las sendas que suben a las ermitas, en las vides entretejidas con hilos de alambre; de noche se oye el grito de la lechuza y los jabalíes que hozan bajo los troncos. A ratos se escucha un silencio que mantiene de punta el tímpano porque parece imposible que nada lo rompa... La oscuridad, sus turbulencias, obligan a adaptar la retina donde ya no existe esa contaminación de vatios que nos hace atisbar en el horizonte una sucesión de incendios.
Éste es el paisaje que cerca Greve in Chianti, uno de los centros neurálgicos de la región vitivinícola del Chianti Classico y municipio adherido al proyecto cittaslow, una iniciativa para la sostenibilidad: se practica una política de infraestructuras que valora la idiosincrasia del territorio por encima de su ocupación y que respeta las formas de producción tradicionales.
Greve está sobre la Via Cassia, a medio camino entre Siena y Florencia. Surgió en torno a la colina de San Francisco, donde al final del Quattrocento se levantó un monasterio que hoy es museo de arte sacro, y comenzó a crecer por su proximidad a la vías Volterrana y Francigena, y por sus vinos, que alegraban las mesas de los florentinos en el siglo XIV.
La palabra que mejor definiría este enclave, además de fertilidad, es diseminación: una diseminación que invita a trazar rutas en torno a Greve; transitándolas se hallarán muestras de un arte sacro menor que son como cruces en el mapa del tesoro: el itinerario del valle de Greve parte de Firenze Certosa, y sobre él se asientan Vicchiomaggio, Verrazzano y el più bello castillo: Uzzano.
Líneas laberínticas
Otro itinerario es el de Strada in Chianti y el valle del Ema, donde aparecen la iglesia de San Cristofano a Strada y San Polo in Chianti, un idílico pueblecito con dos supermercados, dos bares y una trattoria, espectacular, en torno al cual se han construido villas y algunas casas más modestas que gozan de vistas panorámicas sobre las líneas laberínticas del valle. En San Polo se está lejos de todo, pero sólo dista unos veinte kilómetros de Florencia.
Cualquier aproximación a Florencia ha de ser impresionista. Damos por supuesta la grandiosidad de la plaza del Duomo, con los colores de Santa María dei Fiore y su baptisterio; bajo las arcadas del Mercado Nuevo hay que colocar una moneda sobre la lengua del jabalí dorado, y la moneda debe caer de la lengua a la fuente para garantizar el retorno; no es preciso insistir en la Galería de los Uffizzi y sus tesoros, como El nacimiento de Venus, ni en el Ponte Vecchio y sus joyerías. Tampoco hay que mencionar el Palazzo Pitti; ni los jardines del Bóboli; ni uno de los museos de escultura más hermosos, el Bargello; ni la figura imponente de David encorsetada dentro de la Academia; ni las tumbas de Lorenzo y Julio de Médicis con sus figuras de mármol, contracturadas en escorzos de carne que muestran, sin embargo, rostros serenísimos. Podemos obviar el hacinamiento del turista, la Santa Croce y la plaza que la alberga con su estatua del Dante... Esta vez sólo detenemos tres instantes de Florencia que vuelven a impresionar en una segunda visita. El primero es el espacio de la plaza de la Signoria: el Palazzo Vecchio muestra los entresijos de sus muros, la soberbia fachada. A su lado, la reproducción del David mira hacia otro lugar, con las venas marcadas del cuello y sus gónadas de héroe reproducidas en las postales, con la desproporción de la mano que sirvió para disparar la honda; muy cerca, la estatua en bronce de un Perseo de angélica anatomía sujeta la cabeza de Medusa. También la Loggia. Acongoja tal concentración de emociones en el espacio abierto de una plaza.
El segundo momento se reduce a una pequeña placa que, frente al Palazzo Pitti, conmemora la escritura de El idiota: Dostoievski contempla el palacio y escribe. El tercer momento aparece tras la fachada albertiana de Santa María Novella: los frescos del Ghirlandaio, en el presbiterio, y el Claustro Verde, adornado con frescos de Uccello y que alberga la capilla de los Españoles.
Vamos desde Florencia hasta San Gimignano, pueblo amurallado sobre un enclave etrusco, en el que destacan sus torres afiladas como puntas de lapicero. Es una ciudad orgullosa porque las torres simbolizan el poder y la riqueza de los habitantes de la casa en la que se levantan. Quedan sólo 14 de las 70 que tuvo la ciudad, y se dice que los vanos de las torres servían como puntos de apoyo para construir pasajes en el aire.
Una apariencia alienígena
La plaza de la Cisterna, triangular y con una cisterna central, es uno de los mayores atractivos junto con la del Duomo, tan inclinada que se puede resbalar por ella y ser expulsado extramuros, y en la que se erige el Palazzo del Popolo (siglo XIII), sede del Museo Cívico, con su torre de 54 metros; subiendo por unas escalas se accede a una recoleta colegiata del siglo XII. San Gimignano es un promontorio para paladear las turgencias del paisaje; al alejamos, la ciudad adquiere una apariencia alienígena. Sus torres, a veces se ven como en una postal y a veces se sumergen entre montículos.
La transformación del paisaje entre San Gimignano y Volterra es brusca. Todo parece más seco, más extenso, se evocan ciertos campos de Castilla. Volterra no posee tantas torres, y, sin embargo, su aspecto es poderoso. Sólida ciudad amurallada de bellas puertas, fuentes y palacios renacentistas (Inghirami, Maffei, Viti...). Por la Via Gramsci, por la Via Matteotti pasean sus verdaderos habitantes, quizá artesanos del alabastro de uno de sus talleres: en otros lugares, hasta los ciudadanos parecen de atrezo.
El Palacio del Prior -de tres cuerpos, remate almenado y torre pentagonal- es una construcción civil de 1208 pegada a uno de los ábsides del Duomo; en la plaza de San Giovanni se sitúan los edificios relacionados con la Iglesia: la catedral, el baptisterio, el hospital de Santa María. Impresiona la Fortaleza Medicea tanto por sus virtudes arquitectónicas como por que sigue funcionando como prisión: en sus ventanillas, calcetines colgados en una cuerda improvisada. Y sobre todo, los restos etruscos y el magnífico Teatro Romano de Vallebuona, visible desde una calle en alto como si fuera una maqueta: después bajo a caminar por las gradas y me pellizco para cerciorarme de que todo, absolutamente todo, es de verdad.
- Marta Sanz (Madrid, 1967) fue finalista del Premio Nadal 2006 con la novela Susana y los viejos.
Cómo ir
- La agencia Occius (983 21 41 93; www.occius.com) se ha especializado en organizar viajes por libre a la Toscana. Entre sus propuestas está una escapada de cuatro días, con vuelos desde Madrid o Barcelona, coche de alquiler y alojamiento en un relais de cuatro estrellas de Loro Ciufenna (Arezzo) o Chianti, desde 495 euros por persona. El programa Una casa en la Toscana cuesta desde 585 euros, e incluye los vuelos, una semana de coche de alquiler y siete noches de alojamiento en un antiguo casolare (alojamiento rural) toscano a 35 kilómetros al sur de Florencia. Un viaje de siete días repartidos entre la Toscana, Venecia y Roma tiene un precio base de 1.095 euros (a estos precios hay sumarles las tasas de aeropuerto, diferentes según los aeropuertos de salida y llegada).- Catai (www.catai.es; en agencias) ofrece un paquete fly & drive (vuelos, reservas de alojamiento y coche de alquiler) desde 638 euros.- El buscador www.villanao.es incluye más de 6.000 ofertas de alojamiento en la Toscana de empresas de alquiler como Interhome, Eurorelais y otras.
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