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FANTASMAS DE BARCELONA
Columna
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Penúltimo saludo de Boadella

Ocupando el número uno de todas las listas negras desde que participó en la creación del partido político Ciutadans, Albert Boadella, que ha sido durante décadas uno de los hombres de teatro más importantes de Cataluña (para mí y para algunos más el más importante, pues el servicio de higiene social que hizo con Ubú nunca se lo agradeceremos bastante), se despide de estos escenarios con un libro, Adiós Cataluña. Veo que este libro, al que le han dado un premio, el Espasa de Ensayo, también figura en algunas listas, pero en las más gratas listas de libros que se venden bien. Probablemente, como piensa mi amigo Ramón, el libro lo compran no sólo los de su cuerda, sino también los de la ceba, a los que siempre les agrada cargarse de razones para pillar un buen berrinche: "Mira, mira, llegeix el que diu aquest fill de puta espanyolista". Yo creo que se merece ese éxito, porque está muy bien escrito, porque es muy divertido, y porque vuelve a interpretar momentos estelares de nuestro pasado teatral. En capítulos alternos el libro es un homenaje a la persona de su esposa y un recuento de algunas de las peripecias que le han ido conduciendo desde las ovaciones hasta el ostracismo. Habiendo comprobado que su compañía teatral Els Joglars sigue llenando teatros en el resto de España, mientras que en Cataluña las plateas se han vaciado y las contrataciones, reducido a cero, Boadella ha enviado acuse de recibo a la sociedad con este libro, de explícito título, donde avisa de que no volverá a representar sus obras en Cataluña.

Tomada a medias por él y a medias por las circunstancias adversas, esta decisión inevitablemente me hace pensar, recordar, a algunos grandes y estimados autores que se atrevieron a afearle la conducta a su tribu; pienso, claro está, en el austriaco Thomas Bernhard, el cual, hastiado por la falla moral que había detectado o creído detectar en sus convecinos austriacos, prohibió la edición de sus obras en Austria, y piensas, claro, en Jacques Brel, belga de Flandes que escribió aquellas feroces canciones Les flammandes y Les flammancands, chanson comique, sobre la manera a su juicio repugnante con que los flamencos bailan, ahorran, se casan, etcétera.

De todas formas, el libro de Boadella no es tan belicoso, aunque sea agudo y certero, como él suele. A medias es celebratorio y devoto (devoto de su mujer, cuyas virtudes y encantos exalta y a la que dedica una estupenda declaración de amor conyugal) y en parte, sobre todo, flippant, que es esa actitud o tono, de uso entre ciertas capas de la sociedad británica, que consiste en mantenerse impávido y zumbón ante las adversidades, manteniéndolas por debajo de uno, y en dedicar al adversario una mirada un poco despectiva, un poco divertida y un poquito incrédula, como si éste fuera poco más significativo que un fenómeno de feria, un fenómeno ruidoso y feo, también un poco maloliente, al que quizá habría que dedicar unos minutos de reflexión antropológica, aunque da mucha pereza, pues la vida está llena de cosas mucho más interesantes y graciosas en que ocuparse. A la hora de injuriar, el tono flippant es un tono de una efectividad letal. A los patriotas, que en el fondo se saben patéticos con ese pregonado e interesado amor suyo por la tierra, por su tierra, suele ponerles de los nervios...

Adiós a Boadella, que vuelve a fugarse como en aquella ocasión memorable lo hizo del Hospital Clínico, descolgándose por la ventana y disfrazado de médico, como un flippant Arsenio Lupin, pero ahora para emboscarse en su felicidad privada en los parajes idílicos y retirados de los bosques de Girona, como el sátiro espectral de Darío, del que sólo se ve de vez en cuando por los montes su "gigante sombra extraña" -aunque en versión confortable, con calefacción central y demás comodidades-. A esas comarcas fui a visitarle hace muchos años como periodista becario, y en cinco minutos improvisó para mi fotógrafo una pantomima hilarante en la que figuraban como atrezzo la butifarra, la sardana, la barretina y unas monedas de curso legal, y que sigo proyectando de vez en cuando en mi sala de cine mental.

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