Morir poco
Todo el mundo de puente, tan contento. Disfrutando de estos días libres por ¿por qué? ¿Qué fiesta nos otorga esta licencia? Ah, sí. El Día de los Difuntos. Fiesta laica, en origen. Religiosa para muchos. Se supone. Pero nadie lo diría si tuviera sólo la programación de televisión ante sus ojos. Muchas películas, ninguna alusiva. El resto del menú visual, como de costumbre.
La muerte no encaja bien en televisión. Se ven muertos, falsos y verdaderos, todos los días. En las películas, en las series violentas, sobre todo en las noticias. Pero no mueren del todo o mueren muy poco. Apenas unos segundos. Me explico. En el cine, al terminar la película que hemos visto en un amplio recinto oscuro, salimos rumiando los pensamientos y sensaciones que nos ha dejado el filme. Si hemos sentido la muerte de un personaje, todavía estaremos cargados de la sensación de pérdida durante un rato hasta que la realidad nos espabila del todo. Algo parecido sucede con un libro. Pero en televisión no hay espacio, ni oscuridad de transición. El ritmo de las imágenes es imparable. No hay respiro. Las escenas, historias y secuencias se suceden veloces, continuas, día y noche. Mes a mes, año a año. La vida en televisión es eterna. Lo fugaz es la muerte.
Los cadáveres son dejados atrás, no hay nada que los retenga en la memoria. Ni siquiera unos segundos de oscuridad y silencio. Detrás de esto está tal vez el tabú que aún existe ante el fin de la vida, el que nos impide mirarla de frente. Vivirla. Quizá es simplemente que tras el fin no hay nada, se acaba la historia. The end. Y el espectáculo tiene que continuar.
Feliz cumpleaños, muertos.
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