Carod Rovira y 'Madriz'
Yo también vi la intervención de Carod Rovira en el programa de TVE Tengo una pregunta para usted cuando alguien le llamó José Luis en lugar de Josep Lluís y él no tuvo más remedio que cuadrarse y dejar las cosas claras. Estaría bueno. A mí me fastidió porque los madrileños quedábamos como unos patanes. Tal vez quien preguntó no era madrileño, pero podría haberlo sido perfectamente. Hay algo que se está haciendo tan mal por parte de quien corresponda que en una ciudad como ésta en que se oye todo tipo de acentos y todo tipo de lenguas se siente poco interés por aprender catalán, vasco o gallego, y no porque su estudio se tenga que imponer en las escuelas, sino porque se hagan atractivas. No se ha hecho nada para evitar que unas lenguas que están tan cerca unas de otras geográficamente, se sientan tan lejanas. No es normal que no entre el gusanillo de querer tirarse una parrafada en vasco si uno se acerca por San Sebastián o de querer leer a Mercè Rodoreda o a Rosalía de Castro sin traducir.
Creí que a lo mejor iba a recitar unos versos de Salvador Espriu
Es enfermizo que se pueda sentir rechazo por el acento catalán o por el acento de Madriz. Creo que no estamos bien de la cabeza, francamente. Más aún, tendríamos que estar tan habituados a oírnos hablar a unos y otros en las cuatro lenguas que se nos hubiesen ido pegando sin esfuerzo, con el hábito, que es como aprendemos a hablar de niños, que todo el mundo supiera chapurrear algo en cualquiera de ellas. Es increíble que, lingüísticamente hablando, continuemos estando tan aislados y lo que es más descabellado todavía que se sienta otra lengua como una amenaza y en el peor de los casos como una afrenta, cuando no deja de ser un puro y rico instrumento de comunicación.
Tampoco el señor Carod Rovira tendría que sentirse tan airado porque alguien que lamentablemente se hace un lío diciendo Josep Lluís, o que ni siquiera se le ha pasado por la cabeza que él también podría pronunciarlo, diga José Luis. Yo en ese momento me esperé otra cosa de Carod Rovira. Creí que, con su sonriente cara, a lo mejor iba a recitar unos versos de Salvador Espriu, para que todo el mundo comprendiera cuánto ganaríamos sabiendo catalán. Seguramente sus electores se habrían quedado tan encantados o más que con la regañina que echó al público y a todos cuantos no fueran capaces de decir Josep Lluís, y que nos obligó a escuchar abochornados cómo una señora del público exclamaba que ella no sentía el más mínimo interés por aprender catalán. El asunto se puso tan visceral que daba asco, la verdad. Tal vez dirá Carod Rovira que él no tiene por qué persuadir, ni alentar a que nadie aprenda su lengua, porque al que no le interese es un cafre y punto. Este es el problema de algunos de nuestros políticos, la falta de visión y el exceso de soberbia, que no ayuda en nada cuando su obligación es hacer política, no deshacerla. La política lingüística en nuestro país, o en nuestros países, es un desastre desde todos los puntos de vista. Poseemos la riqueza de cuatro lenguas que se han hecho antipáticas unas a otras por falta de talento y voluntad de hacerlas deseables y familiares. ¿Hay alguien que comprenda lo que ha ocurrido este año en la feria del libro de Frankfort dedicado a las letras catalanas?
Quizá se nos diera mejor aprender inglés, esa batalla aún por ganar, si estuviésemos acostumbrados a manejar bien o regular los idiomas que nos rodean. ¿Aprenden los gallegos catalán? ¿y los catalanes euskera? No estaría de más que pudiésemos ver todas las televisiones autonómicas desde cualquier lugar de nuestra geografía, sería una forma muy sencilla de estar más en contacto entre nosotros, de poder escuchar una serie en gallego o de saber de qué se ríen los andaluces.
Es todo tan demencial que cuando me acerco a otras autonomías a veces me sale alguien hablándome de un Madrid que no conozco, un Madrid desde donde se mangonea el mundo. El mundo puede que lo mangonee el poder, pero el Madrid real está lleno de gente que trata de sobrevivir y de hacerse un hueco en sus sueños, también por supuesto de desaprensivos cuyo mayor placer es hacer sufrir a los demás, pero esos están por todas partes. Las cosas han cambiado y los nuevos madrileños ecuatorianos, marroquíes, chinos, colombianos, franceses puede que nos ayuden a escucharnos de otra manera.
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